Conflictos sin solución

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Vivir es conflicto.

Las parejas, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, padres e hijos, los hermanos, los países entre si, los Estados y sus regiones, las empresas y su competencia, los partidos políticos. Cualquier relación entre humanos está presidida por el conflicto. Y toda institución humana no puede escapar de un propósito inicialmente oligárquico.

Pero hay conflictos solubles y conflictos irresolubles.

¿Por qué algunos conflictos son irresolubles?

Para que un conflicto pueda resolverse es necesario que:

1.- Esté bien definido en términos racionales.

2.- Sea susceptible de negociación entre las partes.

3.- Las partes quieran resolverlo (cada una de ellas y las dos).

4.- Cada parte renuncie a algo.

Si no se dan estas condiciones -entonces- un conflicto se convierte en un problema endemoniado, cuya característica principal es que «todos los intentos por resolverlo lo agravan».

Este tipo de problemas contrariamente a los formulados con anterioridad (conflictos solubles) son complejos. Complejos no es lo mismo que complicados: significa que sólo pueden formularse cuando ya han sido resueltos.

La primera idea a anotar es que estos problemas no se resuelven jamás pero pueden disolverse, perder vigencia o desclasificarse si cambian las condiciones del entorno -las relaciones entre sus enlaces- que es el lugar donde el problema anida.

Usualmente los conflictos irresolubles entre individuos se zanjan con la ruptura de las relaciones o la desafección y en el caso de que el conflicto anide entre dos países por ejemplo, el resultado es la guerra.

Lo interesante de los conflictos es que se trata siempre de conflictos de intereses, de un conflicto por los recursos, aquellos que compiten por un mismo bien o recurso están destinados a tener conflictos, sin embargo el conflicto no existe en ausencia de colisión de intereses.

Lo complicado es abrirse camino en esa brecha y definir qué son intereses y qué cosas no lo son. Cuando hablamos de intereses casi siempre pensamos en clave material: agua, comida, petróleo, recursos naturales, etc. Pero solemos pasar por alto otros intereses que no están en la escena y no suelen explicitarse.

Por ejemplo, en las rupturas de las parejas suele suceder que uno de sus miembros haya decidido poner fin a la misma precisamente porque en términos de coste/beneficio no salgan las cuentas y no tanto por desacuerdos.

En nuestro país el número de divorcios es casi similar al número de matrimonios y por lo que llevo visto en la vida el número de hermanos que no se hablan o el número de hijos que rompen todo vínculo con sus padres es mucho más elevado de lo que pensamos. Inferior desde luego al número de parejas con las que hemos roto a lo largo de nuestra vida o al número de amigos que hemos perdido por un “quítame allá esas pajas”. O al número de parejas que se rompen al dia, unas 2800 en España sin contar las que no aparecen en los censos.

Más allá de las desavenencias entre los miembros de la pareja,una de las causas ocultas de este hecho es la levedad de las relaciones de apego, la ideología del consumo y el derecho a la felicidad que nos venden como si todos tuviéramos derecho a aspirar a ese ideal virtual que se nos muestra desde lo que Verdú ha llamado el capitalismo de ficción. Un capitalismo que no está basado en la producción de bienes tangibles sino dinero de papel al que nadie puede meter el dedo. Y sobre todo: realidad.

Dicho de otra forma, lo que parece haberse deteriorado son las razones para no romper una relación suficientemente buena. Los relés de inhibición han dejado de existir. ¿Por qué no?

La definición o el contexto donde se dan las relaciones determina la forma y la duración de estas mismas relaciones. Romper una relación no es un acto de libertad individual sino una decisión que viene contaminada por el contexto. La subjetividad humana es muy dependiente del contexto.

Y hablando de problemas irresolubles me referiré ahora a un tema internacional, me refiero al conflicto palestino-isreaelí que este verano ha estado en primera plana de todos los informativos, acompañando nuestras comidas con un recuento diario de muertos, bombas, misiles y las desgracias de la guerra. ¿Quién no se ha sentido golpeado por esas imágenes de niños muertos y edificios enteros destruidos por las bombas.

Muchas veces me he preguntado en mi vida ¿qué tendrá esa franja de Gaza, que se lleva por delante tantas vidas? Seria comprensible si ahí hubiera oro o petróleo o cualquier mineral estratégico. Pero ahí no hay nada, nada salvo desierto, un desierto rodeado por un muro. No es una guerra por los recursos, ni una guerra de religión sino una guerra de escisión entre dos Estados que no creen posible la convivencia.

Y lo peor: las partes no quieren llegar a un acuerdo permanente.

La razón por la que las partes no quieren negociar -salvo cuestiones puntuales como un alto el fuego- es que ambas quieren imponer a la otra parte su visión de la «propiedad de la tierra», unos sienten que ya estaban allí antes de que Inglaterra creara el Estado de Israel, otros creen que «la tierra prometida» les pertenece por decisión divina.

Y este conflicto no se aviene a soluciones pactadas. Ambas partes sienten que la paz llevaría consigo una especie de cesión, una derrota. La guerra aun intermitente es la única solución. El odio se difunde de generación en generación haciendo el problema transgeneracional asegurando así la no-solución del conflicto.

Pero la guerra no se puede mantener por mucho tiempo sin desequilibrar toda una zona, en este caso Oriente medio es una zona estratégica por el crudo, pero mucho antes en Europa ya habíamos vivido una situación similar. La guerra de los 30 años comenzó siendo una guerra religiosa, pero poco a poco fue difundiéndose entre todas las potencias europeas. La intervención paulatina de las distintas potencias convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión. Una guerra por no quedar fuera del reparto.

«El mayor impacto de esta guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de territorios enteros que fueron esquilmados por los ejércitos necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas y enfermedades diezmaron la población civil de los Estados alemanes, y en menor medida, de los Países Bajos e Italia, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas. Aunque la guerra duró 30 años, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo». (tomado de la wiki).

Algo que señala hacia donde pueden ir las cosas en oriente medio. Una guerra se para cuando ya no puede mantenerse, bien por falta de soldados, de comida o de armas. Es entonces y solo entonces cuando los contendientes cesan de guerrear y aunque puedan mantener sus desavenencias de por vida, al menos cuelgan sus fusiles, hartos de tanta sangre y vuelven a la vida civil. El hartazgo es lo que vuelve a poner las cosas en su sitio. Hasta el próximo conflicto.

Y es entonces y solo entonces cuando un problema endemoniado puede ser definido:

No hay ninguna formulación definitiva a un problema endemoniado, no tienen una “regla de detención”. Paradójicamente, sólo se pueden formular luego de ser resueltos. O

La formulación del problema corresponde al estado de la solución (y viceversa).

2 comentarios en “Conflictos sin solución

  1. Muy de acuerdo en la primera parte del ‘post’: la de los «conflictos endemoniados» en el ámbito de la familia o en ámbitos similares. El de Israel / Palestina no tiene solución justo por eso, porque la formulación correspondería al «estado de la solución», que está subordinada a la impredecible mutabilidad de los acontecimientos. El Estado de Palestina está constituido por dos territorios: la franja de Gaza y Cisjordania. Pero resulta que sólo Israel, Jordania, Líbano y Siria suman más población palestina que la que habita en los dos enclaves del Estado. Un Estado muy peculiar y frágil, porque aunque haya sido reconocido como tal por la ONU hace muy poco, no lo es de pleno derecho (su estatus es «Estado observador» y «no miembro»). Una «endemoniada» paradoja, fruto de una no menos surreal votación en la Asamblea de las Naciones Unidas, en la que cada cual defendió sus intereses. Resulta, además, que el Estado de Palestina no tiene moneda propia porque en los Acuerdos de Oslo se firmó que la Autoridad Nacional Palestina no podría emitirla. Un Estado reconocido por la ONU como «observador» y «no miembro», con la mayor parte de la población fuera de sus fronteras y sin moneda… ¿es un Estado? Responder no es posible sin una argumentación… «endemoniada».

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  2. Muchos problemas endemoniados son debidos a los recursos, pero muchos otros son causados por la creencia, o quizás, complejo de superioridad. El problema palestino es una mezcla de ambos, pues parece ser que la zona marítima perteneciente a la franja de Gaza, goza de importantes yacimientos de hidrocarburos.
    Los problemas por los recursos son más o menos naturales, aunque puedan pertenecer a la economía capitalista o a la vital. Sin embargo los problemas debidos a las creencias de superioridad son más bien una cuestión cultural, religiosa, o una mezcla de ambas.
    La excepcionalidad que el תלמוד (Talmud) otorga a los judíos, es equiparable al excepcionalismo estadounidense, y al antropocentrismo de ciertos humanos; pues las tres maneras de observar el mundo no permiten un trato de igual a igual con los otros.
    La única solución a los problemas endemoniados es la benevolencia y la equiparación al otro, pues incluso la tolerancia lleva implícita superioridad, pero claro, esto supone un cambio en el sistema de creencias, y ya sabemos la dificultad que es esto supone.

    Por lo que se refiere al conflicto judeo-palestino podemos encontrar una sorprendente visión en el post titulado: Gaza, Sacrificio de niños a Baal. En la dirección:
    http://www.soysanador.com/archivos/gaza-la-guerra-de-los-ninyos.html#.VCMdsFdFti0

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