El metodo finlandés

acoso-escolar

Tal y como prometí en este post, es hora ya de dar algunas indicaciones para sortear eso que llamamos mobbing (en el entorno del trabajo), pero también bullyling (en el entorno escolar) o acoso a secas (familiar, de pareja) cuando no estamos en entornos laborales ni escolares.

He pensado mucho en este tema sobre todo desde que me enteré de este suceso donde una adolescente se suicidó por haber sido acosada por uno o unos compañeros del colegio. No es el primer caso que sucede en España pero es cierto que este tipo de noticias me resultan escalofriantes, no tanto por el acoso en sí que parece que es la norma en las escuelas de hoy, sino por la escasa respuesta que este tipo de conductas tienen en la administración, en los profesores y sobre todo en los compañeros de esas víctimas propiciatorias de la maldad ajena, poca resonancia emocional y mucha frialdad administrativa. Todos parecen mirar hacia otro lado y no parece que denunciar estos casos a la dirección de los centros sirva para nada, pues los centros educativos han de garantizar en cualquier caso la escolarización de los acosadores. recordemos que en España la educación es obligatoria y el traslado a otro centro en época de exámenes es algo así como un «pecado mortal» educativo. La burocracia administrativa educativa es inextricable. Otra vez ganan los malos.

En realidad el mito generalizado entre profesores y educadores es que las víctimas, como también sucede en el mobbing son las culpables de no saber como quitarse de encima al acosador. Es como si se les acusara (sin decirlo) de una «debilidad», de un no saber defenderse por sí misma. Así la víctima tiene sobre sí un doble estigma: el de ser víctima de un acoso insidioso y sistematizado y una especie de vacío que se crea a su alrededor y que le cuelga además otros sambenito: la supuesta debilidad de carácter.

Los que leyeron mi anterior post sobre el mobbing ya deben saber a estas horas que en el tema del acoso no hay solo dos agentes implicados (el acosador y su víctima) sino los testigos inocentes. Y que todos podemos llegar a ser a convertirnos en espectadores inocentes, del mismo modo que podemos llegar a convertirnos en víctimas o en acosadores, solo tenemos que tener en mente el experimento Milgram.

Que habla de la obediencia a la autoridad, hay que recordar que en el patio de un colegio, la autoridad es del más malo, del más fuerte, de aquel que impone su ley, sobre todo en entornos progresistas. Profesores tolerantes y progresistas engendran «gallitos de pelea» en el patio. Es así.

Un testigo inocente es aquel que sabe lo que está sucediendo pues pertenece al mismo entorno en el que acosador y víctima llevan su juego de depredación y que no hacen nada, miran hacia otro lado o ríen las gracias del acosador a fin de ganarse su favor y que se concentre en ese «chivo expiatorio» y no en ellos.

Lo mismo sucede con la corrupción política: el inmenso grupo de espectadores inocentes que saben lo que sucede y no hacen nada es un fenómeno demasiado importante para dejarlo pasar como intrascendente. Hay una inmensa masa critica de personas que saben lo que sucede y callan. Una especie de omertá  o ley del silencio recorre todas las instituciones del Estado, desde los colegios, los entornos laborales o la administración publica.

El problema tal y como yo lo veo es la linea que separa al chivato del colaborador inconsciente. Ni en el colegio, ni en el trabajo nadie quiere ser considerado un «chivato». El chivato es detectado con rapidez por los compañeros y sometido a su vez a un mobbing moral. nadie quiere tener al lado a un chivato, pero ¿cómo discriminar a un chivato de una persona honrada que no tolera que se cometan atropellos en su presencia?

El chivato es un aliado del poder, esa es la diferencia. Pero en un colegio el poder no está en el profesorado sino en el gallito de pelea, en el patio. Es por eso que los silencios de los espectadores inocentes benefician siempre a los acosadores (son chivatos que callan) y de pasada también a los profesores que «no se meten en líos» si las denuncias no se formalizan en papeles.

Pero en Finlandia han resuelto el problema en una especie de programa destinado a liquidar este asunto o al menos disminuir su frecuencia, intensidad y dramatismo. De lo que se trata no es de focalizar el problema en la víctima (algo que aumentaría su estigmatización) ni en el acosador que puede dejar de acosar a unos para acosar a otros más débiles o bien puede delegar su acoso en otro imitador sino focalizar la atención en los espectadores inocentes.

En este articulo podemos leer gran parte de la doctrina que lleva consigo este programa llamado KiVa e implantado ya en el 90% de los colegios de aquel país. Los profesores enseñan qué es el acoso en clase a través de una serie de enseñanzas destinadas sobre todo a sensibilizar a los espectadores inocentes a fin de que dejen de serlo. Sin espectadores no hay agresión, esa es la clave del asunto.

Si no hay risa, no hay refuerzo y el acosador no tiene incentivos, pues el incentivo del acosador no procede tanto del sadismo sino de imponerse a los demás a fin de que le reconozcan como tal.

Muerto el perro se acabó la rabia.

Y sin embargo en España seguimos contándonos cuentos con mucha ideología:

Pasen y vean