La decisión de las margaritas

margaritas

No cabe ninguna duda de que las margaritas sólo sirven para una cosa: para ser deshojadas.

Cumplen pues la misma función del Oráculo, adivinar el futuro que es una forma de disminuir esa incertidumbre que a los humanos nos provoca ese  sentimiento tan desagradable como es la ansiedad o la zozobra.

El caso es que las margaritas tienen un número par o impar de pétalos y de ahí la incertidumbre de su diagnóstico, si bien es cierto que el número de pétalos de las margaritas es siempre un número Fibonacci:

1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89….. y así.

La serie Fibonacci por su combinación de pares e impares es idónea para consultar lo que a las personas comunes nos preocupa, ¿me quiere o no me quiere?, puesto que es una serie de números que combina la suma y la multiplicación de una manera primorosa, por ejemplo:

Un número cualquiera Fibonacci nos permite predecir cual será el próximo en la serie de una manera sorprendente:

Si lo elevamos al cuadrado (lo multiplicamos por si mismo) y luego le restamos 1 hemos hallado el siguiente en la serie, así:

3×3=9; 9-1= 8, asi sabemos que después del 3 el siguiente número de la serie es el 8.

Pero esto le importa un bledo a las margaritas que eligieron la serie Fibonacci sólo por una razón: es la mejor forma para que todos los pétalos tomen el sol por igual.

Pero al que deshoja la margarita (que no sabe nada de la serie Fibonnacci) lo que el importa saber es algo relacionado con una duda.

¿Me quiere o no me quiere?

Y no tiene ni idea de que la respuesta está relacionada con el hecho de que el número de pétalos sea par o impar.

Pero el que deshoja la margarita posee una ventaja sobre aquello por lo que consulta: él cree estar en una certeza absoluta con respecto al otro por el que consulta. El que deshoja margaritas lo que quiere saber es si el otro le quiere, pero no se plantea lo esencial, si él ama o no ama al otro.

Tiene o cree tener una certeza sobre eso.

Si es impar, me quiere, y si es par no me quiere. Eso es todo.

Mi impresión es que la pregunta que se hace a la margarita tiene que ver con una duda esencial del consultante y es ésta: ¿le quiero o no le quiero?

Pero el que deshoja margaritas no se hace esta pregunta porque lo que le molesta es la incertidumbre relativa al otro. En realidad toda incertidumbre tiene que ver con aquello que no está bajo nuestro control.

Y es por eso que consultamos a los astros o a las margaritas: para que decidan por nosotros.

El caso es que ya no necesitamos recurrir a las margaritas porque ya disponemos de una teoria sobre la decisión.

Algo que hacemos todos los dias aunque no somos demasiado conscientes de ello y lo hacemos en ambientes de certidumbre, de incertidumbre o de riesgo. La gracia es que nuestro cerebro opera a ojo cuando tenemos que decidir algo que seguro que a todos ustedes les suena.

La mayor parte de las decisiones las tomamos en nuestro ambiente laboral: alli tenemos que decidir con quien aliarnos, a que lider seguir, en qué bando tenemos que militar puesto que no hay entorno laboral sin lideres, seguro que ustedes saben a qué me refiero.

¿Y qué es lo que ustedes hacen en ambientes así?

Se trata de ambientes de fuerte incertidumbre y que además tiene consecuencias para nuestro futuro o nuestro interés, si apoyamos a un perdedor estamos perdidos y si apoyamos a un ganador tendremos alguna oportunidad de cobrarnos el favor. Lo malo de esta historia es que no sabemos quien ganará en esas confrontaciones caínitas que suelen darse en esos ambientes donde es incluso difícil averiguar quien manda hoy, ahora y aqui y es por eso que la mayor parte de ustedes se mantienen en una discreta neutralidad, tanteando las posibilidades de unos y otros, haciéndose los bobos.

Y luego están, claro está, las simpatías personales que son muy malas consejeras a la hora de impulsar nuestra decisión porque con las simpatías corremos el riesgo de equivocarnos en nuestra decisión.

Lo que procede pues es no demostrar demasiadas simpatías por nadie que es lo que hace la mayor parte de la gente espabilada, la mejor opción en tiempos de paz. Pero los neutrales -a su vez- corren también un riesgo sobreañadido porque muchos lideres pretenden acumular adhesiones inquebrantables y siempre van a compensar mejor a aquellos de ustedes que corrieron riesgos para impulsarles en su carrera.

El riesgo puede tener grandes pérdidas pero también los mayores beneficios aunque usted seguramente no es de esos que gustan de correr riesgos.

Y es por eso por lo que la mejor opción hoy puede ser la peor para mañana si las condiciones han llegado a lo bélico si usted ha optado por seguir ignorando la conflagración.

Hay que ser pues flexible esta es la la mejor opción y la más genérica, no se fíe demasiado de las margaritas y ocúpese de variar su punto de vista según la evolución de los acontecimientos y  asegúrese además de que no se le note demasiado, acostúmbrese a disimular y pierda la vergüenza de sostener hoy lo que ayer le parecía detestable.

Los animales toman constantemente «a ojo» este tipo de decisiones y se equivocan menos que nosotros a pesar de que les ganamos en inteligencia, ¿por qué?

Pues porque la incertidumbre en que nos movemos los humanos en gran parte no procede de las leyes de la naturaleza sino de las leyes sociales. Es por eso que nosotros los humanos tenemos creencias cosa que no tiene ningún animal: tenemos creencias porque suponen siempre un atajo para vivir en un mundo incierto.

Y a más incertidumbre más creencias, irracionales claro, esas parecen ser las mejores para exorcizar la incertidumbre, las creencias increíbles, cuanto más increíbles mejor.

La mayor parte de la gente tiene dudas cuando tiene que decidir algo y la duda es insoportable y torturante, de manera que  sólo puede resolverse a través de una decisión que siempre implica cierto grado de certeza. Pero hay otra opción que no es tan torturante como la duda, me refiero a la ignorancia. Algunas personas se instalan en una ignorancia activa que les protege de la duda obsesiva, se trata de lo que en psicoanálisis se llaman negación. Que puede definirse como un saber sin saber, fuente de la mayor parte de la psicopatología en los humanos.

Aquel que lidia con problemas de incertidumbre a traves de la ignorancia activa está muy expuesto a toda clase de accidentes que a su vez siguen siendo ignorados como ignoradas fueron sus causas, es por eso que la negación es en cierta manera alienante pues construye en torno a sí una cadena de irracionalidades. Simplemente uno no conoce la cadena causal que rige sus adeversidades y la proxima estrategia es darle la culpa a los demás.

Y entonces aparece el fanatismo y la paranoia: uno siempre es inocente y el mundo consecuentemente es el culpable pero al hacer culpable al mundo se vuelve amenazador y a más amenaza más incertidumbre. El bucle paranoico está pues servido.

Un paranoico no se crea en un día, hace falta un cierto entrenamiento.

Claro que hay dos estrategias a la hora de darle al culpa al mundo, una forma, la mas común es simplemente asomarse a ese abismo y convencer a los demás de la causa propia sin creer demasiado en ella, con la boca pequeña por así decir,eso es lo que hacen los individuos manipuladores pero no demasiado perturbados: buscar simpatías, apoyos o prebendas para su desgracia. Otra forma es sumergirse en el delirio y eso es lo que hacen los menos inteligentes emocionalmente aquellos que no encontraron una forma mas adaptada de creerse su propia mentira.

Otros se instalan en una duda eterna y la transforman en una pasión, en un goce, son los indecisos, los que no toman decisiones jamás, los pasivo-agresivos que ignoran que su goce está precisamente en dudar. Les llamamos perfeccionistas que trás una mascarada de racionalidad ocultan sus cartas marcadas sobre un control exagerado, no sólo sobre sí mismos sino tambien en consecuencia sobre su medio ambiente. Disminuyen su incertidumbre detrás  de una constante duda, merece la pena retener que dudar es una forma de disminuir las certezas a cambio de aumentar la ilusión de control sobre los sucesos. Lo que es lo mismo que decir que el vacilante pretende disminuir en realidad la incertidumbre como todos los que deshojan margaritas pero sin creer en ellas.

Vivimos en un mundo en que necesariamente tenemos que tomar decisiones y es seguro que si pudiéramos hacerlo desenchufando nuestro cerebro y calcular la mejor decisión en función de simples probabilidades matemáticas nos iría mejor que si lo hacemos movidos por flias y fobias, simpatías y antipatías. Hay que calcular simplemente ganancias y costos y operar racionalmente sabiendo que incluso así podemos equivocarnos en entornos de alta incertidumbre como en esta pregunta ¿quien ganará la prxima liga? Pero sabiendo también que el error solo puede reconocerse aprés coup, a posteriori y según las circunstancias no siempre nos pertenece en exclusiva, es por eso por lo que las  personas sabias suelen decir cuando son preguntadas acerca de estas cuestiones lo siguiente:

-Si entonces hubiera sabido lo que se ahora no me hubiera equivocado

¿O si?

Porque hay otra variable en juego.

La decisiva, el deseo, en cada instante.

¿Que me gustaria que me dijera hoy la margarita?

Robots enamorados

amorsexo

David Levy es uno de los gurus de la inteligencia artificial, profesor de la universidad de Maastrich y que vuelve al primer plano de la actualidad por un libro transgresor y provocador sobre el futuro que nos espera a través de las aplicaciones prácticas de la robótica. Un futuro que nos acerca a las predicciones de la ciencia ficción y a los amoríos de películas tales como la de «Blade runner», un futuro que ya parece estar aquí a través de un libro que acaba de publicar Paidós sobre «Sexo y amor con robots» y en el que hace la predicción de que en unos cuarenta años estarán ya disponibles los primeros robots para uso sexual.

Y yo estoy seguro de que será así y lo estoy porque la ciencia avanza en función del beneficio económico y no tanto de las necesidades más «elevadas» del pueblo llano. Es por eso que existe Internet -gracias a la pornografía y a los negocios- y no tanto por esa mística de la red global en la que algunos aun creen, aunque es cierto que gracias a la pornografía y a los negocios -aun militares- algunos podemos escribir blogs como este que no podríamos escribir en ningún otro lugar. Pero hay que despertar amigos y este post es un post-despertador, en él analizaré precisamente lo que dice Levy y lo que dicen también otros ingenuos que aun no han entendido en qué mundo viven.

Vivimos en un mundo donde no existe eso que se ha llamado «igualdad de oportunidades» y me estoy refiriendo ahora a las oportunidades sexuales, esa actividad que tanto tiempo y energias consume en los humanos. Las reglas de acceso de un sexo a otro son reglas no escritas, desdibujadas y ocultas en la trama de la sociabilidad, de la cultura y de las convenciones sociales. A ello hay que sumar las mentiras y la hipocresía que existe en los temas distributivos de hembras y hombres, las diferentes expectativas que los humanos tenemos del otro sexo y la ignorancia de las reglas que debemos poner en marcha para negociar una relación que nos satisfaga. Los feos y las feas, los bajitos, los pobres, los «mala patas» y de carácter difícil lo tienen muy complicado para agenciarse una pareja satisfactoria, como los enfermos, los viejos o los aburridos.

Un tema sobre el que el propio Marx hubo de pronunciarse cuando sus seguidores imaginaron el socialismo como un edén exclusivo para hombres: donde la libre accesibilidad a las mujeres sería su premio en la tierra a su proselitismo. Marx -y cito de memoria- salió al paso en sus «Manuscritos» de esta idea decepcionando a algunos sobre en qué consistía el socialismo e igualando a los que lo pensaban en clave de repartición de hembras con la codicia de los explotadores capitalistas. Marx no acabó de resolver el gran tema del ser humano ¿Por qué él si y yo no? o ¿qué tiene ella que no tenga yo?

Las reglas sobre las que se basan los intercambios sexuales son- para aquellos que aun lo sepan- estas dos: la belleza y el poder. Sin ninguna clase de belleza o poder está usted condenado a pasar la mano por la pared, amigo/a. Y además una contradicción: los hombres buscan el sexo anónimo y las mujeres el compromiso, una dificultad añadida para que el socialismo en el que pensaban las mujeres se asemeje en algo el socialismo inventado por los hombres.

Es por eso que han tenido tanto éxito las sexual dolls, las muñecas siliconadas e hinchables que dicen que están haciendo furor en China tal y como comenté en este post. Pero todo mejora y ahora estas muñecas están siendo perfeccionadas para que tengan espacios de su cuerpo vibrátiles e incluso que tengan voz propia para comunicarse aun con jadeos u onomatopeyas con su dueño. Todo es cuestión de tiempo y llegará a construirse una de esas muñecas hechas al gusto de los hombres que competirán con las mujeres «verdaderas» al menos en prestaciones. Y si no lo creen vean esta foto, ¿es real o una muñeca?

Es evidente que es una muñeca siliconada pero la ingenieria está avanzando a pasos agigantados tal y como predecía la ley de Moore y es esta predicción la que sirve de pretexto al libro de Levy que asegura un futuro de robots de quita y pon diseñados para cultivar nuestros deseos sexuales más abyectos.

El gran obstáculo que existe entre los humanos para una relación sexual satisfactoria es la existencia de dos subjetividades bien distintas, la del hombre y la de la mujer, que son difícilmente compatibles al menos en el largo plazo, es por eso que Levy prevee un gran futuro para la industria de la robótica con fines sexuales.

¿Se imaginan ustedes qué sucedería si pudieramos diseñar un robot con apariencia humana para nuestros escarceos sexuales?

El asunto que plantea Levy es que esos robots con apariencia humana serian tan parecidos a nosotros, los humanos de verdad que serian difícilmente reconocibles. La ingeniería robótica ya ha avanzado lo suficiente para saber que un robot necesita moverse para ser realmente inteligente, para tener una conciencia recursiva que es lo que diferencia al humano de una mascota. Mi perro tiene una mente pero no sabe que tiene un Yo independiente del mio, ni siquiera tiene una subjetividad, simplemente tiene instintos que llevan a repetir constantemente una serie de rutinas y a saber que soy yo quien le da de comer. Mi perro no me ama como un ser humano pero la palabra «amor» en un perro carece de sentido, tampoco es posible sustituirla por la palabra «interés» porque los perros no tienen intereses sino simplemente instintos y es su instinto gregario y territorial el que le lleva a reconocerme como macho alfa de su manada. Y me seguirá reconociendo como tal aunque lo maltrate, no le de de comer o le abandone.

El problema de las mascotas es que aprenden muy poco y no son capaces de sentir lo que yo siento, ni de adelantarse a mis deseos, son bastante torpes en eso y sobre todo son incapaces de tener sentimientos o emociones parecidas a los de los humanos. Lo que plantea precisamente Levy es que los robots del futuro tendrán sentimientos y podrán diseñarse con emociones concretas según el gusto del consumidor, al tiempo que los robots serán capaces de «leer» la mente de sus dueños o sea que tendrán una «teoria de la mente«. Evidentemente no se tratará de emociones genuinas, como sucede en los humanos, será un «como si», una simulación pero indistinguible de las emociones «verdaderas»que poseemos algunos de nosotros.

Lo que nos lleva a plantearnos qué es una emoción genuina y una emoción simulada.

La verdad del asunto es que no lo sabemos, ¿es el cariño de una prostituta genuino o ficticio? En este caso es muy fácil, pero ¿qué sucede en el resto de los supuestos humanos donde está en juego una emoción? Si descontamos el amor de una madre por sus hijos -amor egoísta donde los haya- ¿podemos estar seguros de que el cariño que alguien nos tiene es verdadero lejos de ese supuesto de la maternidad?, ¿existe algún supuesto que diluya esta duda? Y en cualquier caso ¿qué significa una emoción verdadera de una simulada? Pondré un ejemplo del corazón, ¿el amor de Carla Bruni por Nicolas Sarkozy es verdadero o simulado?

Nadie lo sabe pero lo peor de todo es que ni ellos mismos lo saben, están capturados por la incertidumbre. La condición de lo humano.

No podemos nunca estar seguros de que nos aman o amamos de verdad o de si se trata de un buen simulacro. Más allá de eso tampoco podemos estar seguros de que el amor no lleve adosado el peaje de los celos, de la envidia o de la codicia, esqueletos del armario que siempre andan merodeando por los senderos del amor, pues se puede amar a alguien para sí y en exclusiva coartando la libertad del otro, – el amor materno nos da buenas pruebas de ello- demostrando que se puede amar a alguien envenenando ese mismo amor con la peste de la envidia o la posesividad. De esos materiales están hechos los amores humanos, algo que conocemos en psicología con el nombre de ambivalencia, tan frecuente y homicida y a la que nunca prestamos demasiada atención imbuidos como estamos de la idea romántica de que el amor es desinteresado.

Los robots sexuales se instalarán precisamente en esa grieta de discontinuidad que preside las relaciones humanas y para muchos serán preferibles a las personas de carne y hueso debido precisamente a la certidumbre de nuestra relación con ellos. Las cosas serán como hayamos diseñado que sean según un menú desplegable donde podremos componer nuestros gustos y a veces descubrirlos si es que no los conocemos aún. Es posible que algunos de nosotros humanos deseemos, después de todo, ser robots.

Pero de lo que se trata no es que suceda una rebelión de robots como plantean algunas películas de ciencia ficción, ni de que se reproduzcan o de que creen versiones mejoradas de sí mismos sino de que nos sirvan, tanto para trabajar, como para hacer de policías o de amantes. En realidad estas películas plantean situaciones extremas que nos son esperables para esos cuarenta años de los que habla Levy, pero si que para entonces hayamos conseguidos robots tan parecidos a los humanos que se haga difícil la discriminación.

Porque ser robot tendrá algunas ventajas morales sobre el ser humano, para empezar y dado que no podrán tener emociones genuinas como nosotros, carecerán de libre albedrío. No podrán decidir salvo en aquello que les hayamos enseñado a decidir, podrán por tanto mostrarse enamorados si usted quiere un robot enamorado o como bailarines si lo que usted desea es un acompañante bailarín (el ideal de las mujeres). Sus emociones serán simulacros pero usted no podrá discriminar el amor verdadero del fingido de tan parecido que le resultará, además usted podrá acabar enamorado de uno de esos seres buenos, dóciles y sin subjetividad que terminará por hacerles la vida más fácil, sencilla y feliz y si usted lo desea podrá programarlos para hablar de filosofia o incluso para discutir si esa es su pasión.

Dicho de otro modo, los robots serán con total seguridad una realidad en el tiempo en que los ingenieros descubran como implementarlos de los circuitos necesarios y de hecho es muy probable que nos cambien la vida, ¿quién optará entonces por un humano? La ventaja metafísica de relacionarse con un robot es que al carecer de libertad el robot no podrá nunca ser ambivalente (amar y odiar al mismo tiempo a alguien), pero la libertad no debe confundirse con el concepto sistémico de «condiciones de libertad del sistema» que significa si el azar podrá o no contribuir a la conducta de la máquina. Podremos elegir el grado de incertidumbre que exigimos a nuestro robot pero él nunca será libre. No podrá odiarnos si no está programado para ello pero podrá enfadarse si nos apetece tener en casa una máquina parecida a lo que entendemos como «calor humano».

Solo hay que recordar el éxito que han tenido nuestras mascotas como dadores de «amor», esperen a la próxima generación de robots y los humanos nos tendremos que espabilar para competir con esos engendros.

¿Ventajas? Evidentemente se tratará de un precio prohibitivo (poco más que un Ferrari) pero ni comen, ni duermen, ni envejecen.

O sea la solución para la humanidad, Levy plantea que serán una solución para violadores y pederastas, para maltratadores y para las cadenas de producción.

Pero desde mi punto de vista lo que nos aportarán será un modelo nuevo y desinteresado de afecto ¿simulado?, un amor total y sin condiciones, así lo programaría yo, ¿y usted?

Y no me preocuparía demasiado de si ese amor era simulado, a fin de cuentas ¿cómo saberlo?

¿Podría usted discriminarlo en esta fotografía?