El sindrome del ala rota

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Hace algunos días leí un articulo que hablaba del extraño caso de un perro llamado «Tizón», mastín de raza, y que unos ciclistas habían encontrado en una excursión por el monte. Al parecer los ciclistas pararon porque observaron a un perro en la carretera que parecía estar muerto. Llamaron incluso a la policía para dar cuenta del hallazgo, pero cuando describieron al animal , su raza (mastín) y su pelaje negro los agentes les tranquilizaron. Al parecer no era la primera vez que Tizón utilizaba el truco de hacerse el muerto para conseguir que le acaricien y le den comida.

Esta noticia fue viral en twitter y hubo varias personas que osaron dar su opinión sobre el caso, pero lo cierto es que ninguna de ellas sabían que es «la congelación» o «freezing» en inglés. Se trata de un truco muy histérico que algunos animales llevan a cabo para conseguir sus propósitos, sean los de ser acariciado, ser llevado en brazos (hacerse el cojo) o salir de paseo. Una técnica que es mucho más propia de los animales que del hombre, aunque como veremos más abajo, los hombres también somos capaces de congelarnos ante un peligro extremo.

Este tipo de conductas que inducen al despiste del observador fueron descritas por un etólogo llamado Nicolas Timbergen que tuvo el honor de recibir el Nobel junto a Konrad Lorenz y Von Frish en el año 1973. Lo describió con el nombre de «síndrome del ala rota» en homenaje a ciertos pájaros que anidan en el suelo y que distraen a sus depredadores cuando se hallan cerca del nido haciéndoles creer que no pueden volar. El truco consiste en algo así, como «sígueme a mi que estoy cojo y no merodees por mi nido». Estos pájaros suelen salirse con la suya y alejar a los depredadores remontando el vuelo cuando ya han conseguido despistarles del todo.

Dicho de otro modo se trata de una conducta intencional que tiene como objetivo el engaño.

Este síndrome del ala rota ha sido utilizado como mecanismo ancestral explicativo de la histeria de conversión, si bien en nosotros los humanos este tipo de conductas siempre están infiltradas con un cierto sesgo de patología y se muestran y se codifican como involuntarias. Algo así como decir que una parálisis conversiva es y no es -al mismo tiempo- una forma de engaño y una enfermedad.

Hoy mismo ha aparecido en prensa otro articulo que plantea una seria duda diagnóstica en ciertos psiquiatras suecos que han estudiado un síndrome desconocido para ellos al que han llamado «síndrome de resignación» y que suele darse en niños refugiados sobre los que pende una orden de repatriación. Los autores del articulo del Pais se preguntan porque sucede solamente en Suecia, pero se equivocan: recientemente he visto un caso en una adolescente magrebí aquí en Castellón. Lo que ocurre es que no solemos pensar en la congelación y nos conformamos con constatar solamente la lucha y la huida como mecanismos preformados de afrontamiento del estrés.

Lo cierto es que el cuadro está a medio camino entre el coma y el estupor y no es una catatonía sino un síndrome histérico destinado a autoprotegerse sea de lo que sea. Lo más frecuente en niños es que hayan sido abusados sexualmente y que teman que se repita el abuso bien por una repetición de escenarios o bien por reencuentros con el abusador.

Los síntomas coinciden con lo que cuentan los psiquiatras suecos:»totalmente pasivos, inmóviles, carentes de tono, retraídos, mudos, incapaces de comer y beber, incontinentes y sin reaccionar ante los estímulos físicos o el dolor. A los afectados se les llama «niños apáticos», aunque también hay víctimas adolescentes.

Todo sea por no reconocer que la histeria existe. Antes en la psicopatología clásica se llamaba «estupor»

Y no sólo en los humanos sino en los animales como Tizón.

La anomalía humana en la congelación o «freezing» .-

Poca literatura se dedica a trabajar el tema de la respuesta de congelación en la especie humana. Incluso en el caso de una amenaza muy importante es raro para un ser humano colapsarse y aparecer inconsciente sin herida física. Aunque algunas personas tiemblan y presentan ligeras sacudidas después de un evento que les produce un shock, raramente desarrollan la conducta relativamente estereotipada que se ve en animales. Por el contrario, éstos comentan frecuentemente que se sienten como si estuvieran “en shock”. Ese estado se describe como con una sensación de despegamiento, de acorchamiento emocional o afectivo e incluso de confusión. El tiempo con frecuencia parece quedarse quieto. Algunos pacientes informan que se encuentran como si estuvieran “fuera de sus cuerpos”, comentando los acontecimientos traumáticos como si los estuvieran viendo en una tercera persona.

Aunque algunos comentarán que se encuentran “llenos de adrenalina”, muchos otros comentan la sensación de sentir una calma notable. Aunque pueden haber ocurrido serias heridas, el dolor normalmente no es intenso durante este periodo, un acontecimiento en consonancia con el papel que juegan las endorfinas en la respuesta de congelación. Los psicólogos y psiquiatras se refieren habitualmente a este fenómeno con el término disociación que se define como “un proceso inconsciente por el cual un grupo de procesos mentales se separa del resto del curso del pensamiento, resultando en un funcionamiento independiente de dichos procesos y en una pérdida de las relaciones habituales entre contenidos mentales como, por ejemplo, la separación del afecto de la cognición”.

La disociación muy probablemente constituye un elemento muy fundamental de la respuesta de congelación y las personas que refieren síntomas de shock y acorchamiento emocional después de un evento traumático y exhiben síntomas de disociación, están en ese momento en plena repuesta de congelación.

De hecho, muchos de los síntomas postraumáticos que ocurren con frecuencia durante años después del trauma irresuelto son característicos de la disociación o de la recurrencia de los síntomas de congelación.

El punto más importante en este contexto es que el ser humano parece recobrarse de este estado de shock sin ninguna de las actividades muscular y física observadas en los animales cuando se recuperan del acto de la congelación después de una amenaza. Rara vez ve uno víctimas de un acontecimiento traumático agudo caerse al suelo, temblar, sacudirse o sudar recuperándose a continuación con una respiración profunda y lenta.

Uno está tentado a considerar esta respuesta como una adaptación positiva a la conducta animal básica como resultado del neocortex frontal en desarrollo que nos permite pensar, resolver problemas y planificar sin tener que estar sometidos a la tiranía del instinto más primario. Sin embargo existe una real preocupación de que en la especie humana esta aparente falta de descarga de la energía autónoma después de haber ocurrido una congelación, pueda no ser de hecho un mecanismo adaptativo funcional. En vez de ello, podría representar una peligrosa supresión de la conducta instintiva, resultando en una agravación de la experiencia traumática en la memoria inconsciente y en los sistemas de excitación y alerta del cerebro.

El proceso de culturalización de la especie humana ha resultado en un patrón creciente de vida urbana en un hábitat o confinamiento cerrado que de manera intrínseca puede inhibir la capacidad instintual de huida o de defensa de uno mismo bajo amenaza. Esto, a su vez, puede instaurar un estado de indefensión, predisponiendo una respuesta de congelación en los humanos cuando se encuentran bajo amenaza. Este mismo estado de inmensa proximidad e interdependencia cultural puede también actuar inhibiendo la descarga natural de energía autonómica de congelación en estos casos.

Una repuesta a este dilema puede residir en la observación de la conducta animal. Levine describe una conversación que tuvo con cazadores africanos. Cuando son capturados, los animales entran habitualmente en una repuesta de congelación o inmovilidad. Después de su suelta, éstos atraviesan por un repertorio de conductas típica de la descarga de congelación descrita anteriormente. Si no pasan por el periodo de sacudida y temblor, generalmente mueren después de ser soltados de nuevo al medio salvaje. Este hecho puede llevarle a uno a especular que la retención de la tremenda energía autónoma de la respuesta de lucha / huida / congelación en el cuerpo y en el Sistema Nervioso Central de estos animales les reduce su capacidad para adaptarse a las amenazas y demandas de una existencia en un ambiente salvaje.

 

Pero la respuesta de congelación es también posible en humanos y se debe a una deplección con opioides endógenos, sucede en situaciones como esos chicos suecos que han atravesado media Europa para recalar en una sociedad donde los mecanismos ancestrales de lucha/huida han sido inhibidos culturalmente.

Incluso hay autores que han tratado estos comas histéricos con naloxona (un antagonista de los opioides) con éxito.

Los psiquiatras suecos deberían leer a Bruce Perry, que en su libro «El chico a quien criaron como un perro» cuenta un caso muy parecido, si bien en ese caso había antecedentes de abusos sexuales.

Un comentario en “El sindrome del ala rota

  1. Muy interesante Paco. Hoy leíamos y comentábamos este hecho en un chat de amigas, todas psicoanalistas. A todas nos conmovió y entristeció mucho. Voy a reenviarles tu post pues será la continuación de nuestra discusión se la mañana.

    Personalmente si considero muy traumática la salida obligada del país al que perteneces como única forma de salvar la vida. Yo soy hijs de refugiados y se lo traumático y tormentoso que puede ser esto, incluso para varias generaciones posteriores.

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