Pánico moral es un concepto sociológico que debemos a Stanley Cohen que en su libro de 1972 «Folk Devils and Moral Panics» aborda la reacción de un grupo de personas, basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una subcultura, como peligrosamente desviado y que representa una amenaza para la sociedad.
Estas reacciones son a menudo, estimuladas por cobertura mediáticas o propaganda en torno a un asunto social, aunque algunos pánicos morales semi-espontáneos pueden ocurrir. La histeria colectiva puede ser un elemento en estos movimientos, pero el pánico moral se diferencia de la histeria en masa porque está específicamente enmarcado en términos de moralidad y es usualmente expresado más como un atentado que como un miedo. Es decir no se vivencia como una fobia o temor sino como un asunto moral que es necesario atajar de algún modo. Cohen estudia en su libro el pánico moral en la sociedad británica y USA contra el rock, los rockeros de los sesenta y posteriormente las drogas que se asociaban a estos movimientos.
En realidad hay pocos grupos o fenómenos sociales que hayan escapado a este escrutinio de modo que voy a citar a algunos para que el lector entienda que el término «caza de brujas» tiene mucho que ver con el pánico moral, pues efectivamente las llamadas «brujas», nombre mediante el que fueron perseguidas algunas personas en la Edad media y en la America puritana son buenos ejemplos de pánico moral, contra aquellos que en realidad eran disidentes, enfermos mentales, minusválidos o personas sospechosas de algún tipo de culto prohibido.
Efectivamente los enfermos mentales son uno de esos grupos secularmente perseguidos al entender que podían ser amenazantes para la mayoría, aun hoy lo son, si bien ahora se conoce este fenómeno como estigma, al haber perdido parte de su magia transformadora. La estigmatización es una consecuencia del pánico moral que otrora sufrieran, los cristianos en época romana, las prostitutas, los homosexuales, los leprosos, los albinos, los herejes, los portadores del virus del SIDA, los judíos en Rusia o en la Alemania del III Reich, los comunistas durante la presidencia de Mc Carthy, los negros en la USA sureña o los gitanos en casi toda Europa, las mujeres adulteras, el movimiento psicodélico en los sesenta (recordar que la prohibición y persecución de las drogas procede de ese movimiento llamado hippye) y vale la pena recordar que Timothy Leary abanderado en favor de las drogas fue catalogado como el hombre más peligroso de America.
Como el lector sagaz habrá ya observado parte de estos grupos estigmatizados lo son de modo semi-espontáneo, o por supersticiones, es decir lo son en cualquier sociedad y lo son por parte de las mayorías sociales pero están contaminados por la persecución de los poderes públicos, es decir es el Estado quien declara la guerra a las drogas, los que ejecutan homosexuales en ciertos países, o los que castigan a las mujeres díscolas, pero en otro orden de cosas es la sociedad civil la que persigue a los negros en Alabama a través de sociedades semisecretas racistas como el Ku Klux Clan, los que tienen cierta prevención con los gitanos o los inmigrantes y los que pretenden terminar con la prostitución.
Lo importante en este momento es retener que las sociedades humanas han evolucionado -cada una de ellas- en distintos entornos ambientales (las sociedades del desierto no tienen nada que ver con las sociedades fluviales), bajo el cobijo de distintas religiones y con distintos deseos de crecer, o de hacerse más potentes e importantes. Por ejemplo el pueblo hebreo se considera a sí mismo como el «pueblo elegido» por Dios, nada menos y sabemos por la Torah, el tipo de ley que acataron y acatan. De lo que se trataba era de construir un pueblo políticamente homogéneo, cohesionado en torno a la religión y a la raza. No es de extrañar que el principal mandato fuera reproducirse a la mayor velocidad posible y con la mayor intensidad. Para ello se favorecía que los hombres tuvieran cuantos más hijos mejor, la poligamia estuvo permitida hasta la llegada del cristianismo, esposas y esclavas podían ser madres de hijos del mismo patriarca y con los mismos derechos que se heredaban de forma patriarcal. Es fácil entender que en esa sociedad la homosexualidad estuviera estigmatizada, prohibida e incluso penada. Más aun: los judíos carecían de una palabra para estas prácticas homosexuales, le llamaban sodomía. La sodomía puede practicarse tanto con un hombre como con una mujer pero tiene un mismo resultado: no es una práctica reproductiva . De manera que la reproducción es el bien a proteger en la prohibición de la homosexualidad y no tanto el placer -como piensan algunos autores- que creen que el placer de los otros es amenazante para el estado de las cosas realmente existentes. La homosexualidad era en aquellas sociedades primitivas subversiva en tanto que no contribuía a sostener el valor social más importante en aquellas culturas, que no era otro sino la reproducción.
Las religiones monoteístas han contribuido sin ninguna duda a prolongar esta estigmatización de ciertas conductas sexuales a pesar de que ya no son necesarias. Hoy ya no es necesario aumentar la población si atendemos al crecimiento de la población en el mundo, por tanto estas obligaciones han pasado a mejor vida y sin embargo ciertas conductas siguen estando estigmatizadas. No cabe duda de que los homosexuales están mal vistos si bien ya no es el Estado, ni la religión quién lo hace sino una especie de miedo o fobia que ha quedado como resto en la población heterosexual mayoritaria. Digo una especie de fobia porque ese resto ha de convivir con otra cuestión: la tolerancia. la mayor parte de nosotros ha de convivir con esos dos extremos que se manifiestan en lo siguiente: «Cada cual que se acueste con quien quiera» o «Yo no me meto ni me importa en lo que hacen en la cama» y al mismo tiempo una cierta incomodidad, un cierto desasosiego ante la idea obsesiva que tienen algunos con «¿Soy homosexual?» o dicho de otro modo: el miedo a serlo. Ser homosexual sigue estando estigmatizado a pesar de que el discurso oficial o particular lo niegue e imponga leyes para desfavorecer la homofobia.
La homofobia no es una incomodidad o un prejuicio sobre los homosexuales. se trata de algo más profundo: un odio. Un odio que tiene sus grados, algunos incluso matan homosexuales, otros les violan, les maltratan, les excluyen o les amenazan para que vuelvan a su armario. Pero no solo pasa con los homosexuales, sino que la fobia es el resultado final de un señalamiento que en algunas personas induce conductas muy agresivas, ataques de ferocidad histérica o incluso atentados terroristas. recordemos el atentado del noruego Breizic contra jóvenes socialdemócratas. Recordemos también a Unabomber que estaba convencido de que la tecnología era el problema que estaba llevando al mundo a un desastre apocalíptico y que por tanto estaba justificada su lucha, a bombazos, contra esos poderes.
La secuencia parece ser la siguiente: un grupo humano siente miedo por las razones que sea, proyecta ese miedo a una minoría que puede o no tener relación con ese miedo. Con el tiempo ese grupo es perseguido y señalado con la bandera del pánico moral y desde esa plataforma social emergerán odios feroces que sostendrán algunos de sus miembros, afortunadamente no todos, sino solo los más fanáticos de entre ellos, el resto se comporta con indiferencia. Hemos pasado del miedo informe o inespecífico al odio. Y de ahí al asesinato o al genocidio.
Ahora bien, los ingenieros sociales conocen muy bien estos mecanismos y han logrado darle la vuelta en una especie de inversión del pánico. Ahora ya no existe pánico moral hacia los homosexuales sino pánico a que te tachen de homofóbico si haces algunas critica al colectivo LGTBi lo mismo sucede con la ideología oficial como el feminismo, o la ideología de género (un nuevo dogma) intocable de palabra y actitudes y en general pánico a discrepar con eso que la izquierda considera fruto del progresismo y la globalización, como el «cambio climático» otro de de los dogmas del progresismo en la idea de que es generado por el hombre y por tanto puede ser atajado por el hombre, dejando de comer carne o de viajar en avión u olvidándose del automóvil familiar. Dicho de otro modo el Estado profundo a través de sus gobiernos sucedáneos son capaces de utilizar en su propio beneficio este principio del pánico moral subvirtiendo cualquier lógica y suplantándola por una doctrina a su medida. Aun recuerdo el llamamiento a la movilización general, -una alerta antifascista- ante el grito de Pablo Iglesias respecto a la victoria de Vox en ya no recuerdo qué elecciones. El pánico moral ahora está en el sitio de la derecha -una amenaza fascista- según el profesor Iglesias que es el peligro más importante que tiene la civilización occidental en este momento.
No es un error conceptual, es una estrategia tan burda que ni siquiera ha conseguido influir en esa España que se sitúa entre el PSOE y el OPUS Dei, y que representa a una mayoría que no tiene representación.
Pero soy muy optimista y aunque el 2023 se presenta con muy serias amenazas para el sentido común y la democracia, estoy seguro de que prevalecerán los valores que esa mayoría de españoles defendemos y que sin duda emergerá con mayor fuerza a medida de que seamos capaces de descifrar los trucos que nos prepara el Gobierno y que he llamado terror político, un derivado artefactado del pánico moral, un simulacro que con frecuencia se transforma en risa.
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