El pánico moral y el terror politico

Pánico moral es un concepto sociológico que debemos a Stanley Cohen que en su libro de 1972 «Folk Devils and Moral Panics» aborda la reacción de un grupo de personas, basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una subcultura, como peligrosamente desviado y que representa una amenaza para la sociedad.

Estas reacciones son a menudo, estimuladas por cobertura mediáticas o propaganda en torno a un asunto social, aunque algunos pánicos morales semi-espontáneos pueden ocurrir. La histeria colectiva puede ser un elemento en estos movimientos, pero el pánico moral se diferencia de la histeria en masa porque está específicamente enmarcado en términos de moralidad y es usualmente expresado más como un atentado que como un miedo. Es decir no se vivencia como una fobia o temor sino como un asunto moral que es necesario atajar de algún modo. Cohen estudia en su libro el pánico moral en la sociedad británica y USA contra el rock, los rockeros de los sesenta y posteriormente las drogas que se asociaban a estos movimientos.

En realidad hay pocos grupos o fenómenos sociales que hayan escapado a este escrutinio de modo que voy a citar a algunos para que el lector entienda que el término «caza de brujas» tiene mucho que ver con el pánico moral, pues efectivamente las llamadas «brujas», nombre mediante el que fueron perseguidas algunas personas en la Edad media y en la America puritana son buenos ejemplos de pánico moral, contra aquellos que en realidad eran disidentes, enfermos mentales, minusválidos o personas sospechosas de algún tipo de culto prohibido.

Efectivamente los enfermos mentales son uno de esos grupos secularmente perseguidos al entender que podían ser amenazantes para la mayoría, aun hoy lo son, si bien ahora se conoce este fenómeno como estigma, al haber perdido parte de su magia transformadora. La estigmatización es una consecuencia del pánico moral que otrora sufrieran, los cristianos en época romana, las prostitutas, los homosexuales, los leprosos, los albinos, los herejes, los portadores del virus del SIDA, los judíos en Rusia o en la Alemania del III Reich, los comunistas durante la presidencia de Mc Carthy, los negros en la USA sureña o los gitanos en casi toda Europa, las mujeres adulteras, el movimiento psicodélico en los sesenta (recordar que la prohibición y persecución de las drogas procede de ese movimiento llamado hippye) y vale la pena recordar que Timothy Leary abanderado en favor de las drogas fue catalogado como el hombre más peligroso de America.

Como el lector sagaz habrá ya observado parte de estos grupos estigmatizados lo son de modo semi-espontáneo, o por supersticiones, es decir lo son en cualquier sociedad y lo son por parte de las mayorías sociales pero están contaminados por la persecución de los poderes públicos, es decir es el Estado quien declara la guerra a las drogas, los que ejecutan homosexuales en ciertos países, o los que castigan a las mujeres díscolas, pero en otro orden de cosas es la sociedad civil la que persigue a los negros en Alabama a través de sociedades semisecretas racistas como el Ku Klux Clan, los que tienen cierta prevención con los gitanos o los inmigrantes y los que pretenden terminar con la prostitución.

Lo importante en este momento es retener que las sociedades humanas han evolucionado -cada una de ellas- en distintos entornos ambientales (las sociedades del desierto no tienen nada que ver con las sociedades fluviales), bajo el cobijo de distintas religiones y con distintos deseos de crecer, o de hacerse más potentes e importantes. Por ejemplo el pueblo hebreo se considera a sí mismo como el «pueblo elegido» por Dios, nada menos y sabemos por la Torah, el tipo de ley que acataron y acatan. De lo que se trataba era de construir un pueblo políticamente homogéneo, cohesionado en torno a la religión y a la raza. No es de extrañar que el principal mandato fuera reproducirse a la mayor velocidad posible y con la mayor intensidad. Para ello se favorecía que los hombres tuvieran cuantos más hijos mejor, la poligamia estuvo permitida hasta la llegada del cristianismo, esposas y esclavas podían ser madres de hijos del mismo patriarca y con los mismos derechos que se heredaban de forma patriarcal. Es fácil entender que en esa sociedad la homosexualidad estuviera estigmatizada, prohibida e incluso penada. Más aun: los judíos carecían de una palabra para estas prácticas homosexuales, le llamaban sodomía. La sodomía puede practicarse tanto con un hombre como con una mujer pero tiene un mismo resultado: no es una práctica reproductiva . De manera que la reproducción es el bien a proteger en la prohibición de la homosexualidad y no tanto el placer -como piensan algunos autores- que creen que el placer de los otros es amenazante para el estado de las cosas realmente existentes. La homosexualidad era en aquellas sociedades primitivas subversiva en tanto que no contribuía a sostener el valor social más importante en aquellas culturas, que no era otro sino la reproducción.

Las religiones monoteístas han contribuido sin ninguna duda a prolongar esta estigmatización de ciertas conductas sexuales a pesar de que ya no son necesarias. Hoy ya no es necesario aumentar la población si atendemos al crecimiento de la población en el mundo, por tanto estas obligaciones han pasado a mejor vida y sin embargo ciertas conductas siguen estando estigmatizadas. No cabe duda de que los homosexuales están mal vistos si bien ya no es el Estado, ni la religión quién lo hace sino una especie de miedo o fobia que ha quedado como resto en la población heterosexual mayoritaria. Digo una especie de fobia porque ese resto ha de convivir con otra cuestión: la tolerancia. la mayor parte de nosotros ha de convivir con esos dos extremos que se manifiestan en lo siguiente: «Cada cual que se acueste con quien quiera» o «Yo no me meto ni me importa en lo que hacen en la cama» y al mismo tiempo una cierta incomodidad, un cierto desasosiego ante la idea obsesiva que tienen algunos con «¿Soy homosexual?» o dicho de otro modo: el miedo a serlo. Ser homosexual sigue estando estigmatizado a pesar de que el discurso oficial o particular lo niegue e imponga leyes para desfavorecer la homofobia.

La homofobia no es una incomodidad o un prejuicio sobre los homosexuales. se trata de algo más profundo: un odio. Un odio que tiene sus grados, algunos incluso matan homosexuales, otros les violan, les maltratan, les excluyen o les amenazan para que vuelvan a su armario. Pero no solo pasa con los homosexuales, sino que la fobia es el resultado final de un señalamiento que en algunas personas induce conductas muy agresivas, ataques de ferocidad histérica o incluso atentados terroristas. recordemos el atentado del noruego Breizic contra jóvenes socialdemócratas. Recordemos también a Unabomber que estaba convencido de que la tecnología era el problema que estaba llevando al mundo a un desastre apocalíptico y que por tanto estaba justificada su lucha, a bombazos, contra esos poderes.

La secuencia parece ser la siguiente: un grupo humano siente miedo por las razones que sea, proyecta ese miedo a una minoría que puede o no tener relación con ese miedo. Con el tiempo ese grupo es perseguido y señalado con la bandera del pánico moral y desde esa plataforma social emergerán odios feroces que sostendrán algunos de sus miembros, afortunadamente no todos, sino solo los más fanáticos de entre ellos, el resto se comporta con indiferencia. Hemos pasado del miedo informe o inespecífico al odio. Y de ahí al asesinato o al genocidio.

Ahora bien, los ingenieros sociales conocen muy bien estos mecanismos y han logrado darle la vuelta en una especie de inversión del pánico. Ahora ya no existe pánico moral hacia los homosexuales sino pánico a que te tachen de homofóbico si haces algunas critica al colectivo LGTBi lo mismo sucede con la ideología oficial como el feminismo, o la ideología de género (un nuevo dogma) intocable de palabra y actitudes y en general pánico a discrepar con eso que la izquierda considera fruto del progresismo y la globalización, como el «cambio climático» otro de de los dogmas del progresismo en la idea de que es generado por el hombre y por tanto puede ser atajado por el hombre, dejando de comer carne o de viajar en avión u olvidándose del automóvil familiar. Dicho de otro modo el Estado profundo a través de sus gobiernos sucedáneos son capaces de utilizar en su propio beneficio este principio del pánico moral subvirtiendo cualquier lógica y suplantándola por una doctrina a su medida. Aun recuerdo el llamamiento a la movilización general, -una alerta antifascista- ante el grito de Pablo Iglesias respecto a la victoria de Vox en ya no recuerdo qué elecciones. El pánico moral ahora está en el sitio de la derecha -una amenaza fascista- según el profesor Iglesias que es el peligro más importante que tiene la civilización occidental en este momento.

No es un error conceptual, es una estrategia tan burda que ni siquiera ha conseguido influir en esa España que se sitúa entre el PSOE y el OPUS Dei, y que representa a una mayoría que no tiene representación.

Pero soy muy optimista y aunque el 2023 se presenta con muy serias amenazas para el sentido común y la democracia, estoy seguro de que prevalecerán los valores que esa mayoría de españoles defendemos y que sin duda emergerá con mayor fuerza a medida de que seamos capaces de descifrar los trucos que nos prepara el Gobierno y que he llamado terror político, un derivado artefactado del pánico moral, un simulacro que con frecuencia se transforma en risa.

La máquina de las experiencias

Robert Nozick es un filósofo de Harvard especialista en una nueva rama de la filosofía llamada filosofía experimental que consiste en tomar herramientas de la psicología para validar hipótesis filosóficas concretas planteadas a través de experimentos mentales. Un experimento mental sería algo así como pedirle a los sujetos que elijan entre dos opciones muy concretas y cerradas como sucede en el experimento del tranvía propuesto por Joshua Greene.

Lo que plantea Nozick en su libro «Anarquía, Estado y utopia» y que pretende ser una refutación del hedonismo es lo siguiente:

Imagina que te dan a elegir entre estas dos opciones: 1) seguir viviendo en la realidad o bien 2) desplazarse a un lugar donde cualquier estado mental pueda ser experimentado en toda su dimensión y a voluntad. En este segundo caso el sujeto sabría que se trata de una simulación agradable e incluso podría aumentar su disfrute siguiendo un amplio catalogo de posibilidades de goce. El experimento es cerrado en el sentido de que el sujeto debe elegir una u otra opción para siempre. No se puede entrar y salir de la elección a voluntad o si el sujeto se cansa de la simulación (en caso de que la hubiera elegido).

Bueno, el experimento en cuestión tuvo un resultado anti-intuitivo. cerca del 60% de los probandos decidieron seguir en la realidad y no conectarse a la maquina. Nozick apela a estas tres cuestiones:

  1. Queremos hacer ciertas cosas, no sólo tener la experiencia de hacerlas. «Ello es sólo porque primero queremos hacer las acciones por lo que queremos la experiencia de hacerlas o pensar que las hemos hecho».2
  2. Queremos ser de cierta forma, ser un cierto tipo de persona. «Alguien que flota de un tanque es una burbuja indeterminada».2
  3. Conectarse a una máquina de experiencias nos limita a una realidad hecha por el hombre, a un lugar donde «no hay ningún contacto efectivo con ninguna realidad más profunda; aunque su experiencia se pueda simular».2

Con este experimento pensó que el hedonismo había sido derrotado pero, años mas tarde volvió sobre el asunto en «meditaciones sobre la vida de 2018 y parece que sus predicciones anteriores sufren de un buen revulsivo como podemos apreciar en este video donde nos cuentan los entresijos de este dilema que por cierto carece de valor empírico alguno porque este tipo de dilemas que plantea la filosofía recreativa carecen de valor predictivo.

Por eso cuando te dice la Agenda: «no tendrás nada pero serás feliz», están cometiendo un gran error ¿pues de qué sirve ser feliz si no puedo tener la grabación histórica de cómo llegué hasta allí?

El futuro son las ciudades

obsoleto

Recientemente he asistido al Colegio de médicos de mi ciudad porque se había convocado un acto político en el que los distintos partidos presentaron su programa electoral.

Lo cierto es que fue un acto bastante aburrido, como siempre en estos casos donde no se dicen más que vaguedades aunque el morbo estaba en escuchar a Ciudadanos y a Podemos. Una decepción, y ni siquiera el jovencísimo representante de Podemos nos escandalizó. Todos los partidos parecían iguales y haber pactado sobre lo políticamente correcto que en Sanidad es ese mantra que dice: que «la sanidad ha de ser universal, pública y gratuita». Poco más y nada menos que eso. Más que un consenso, un dogma.

El caso es que uno de los representantes de los partidos en un tono homiliar llamó la atención sobre un hecho para él muy relevante: la escasa asistencia de colegiados al citado acto. Efectivamente, apenas unas 40 personas asistimos y me distraje tratando de averiguar la edad media del certamen, unos 50 años.

Dicho de otro modo, los médicos jóvenes no asisten al colegio. ¿Es por la política?.

Lo cierto es que el Colegio de médicos y a pesar de que la Junta directiva no deja de proponer actividades diversas para que los colegiados participen no logran que haya presencia de los colegiados en la vida de la Institución. Y sucede por una razón:

Los colegios de médicos son una institución obsoleta que huele a naftalina y está llena de arrugas. En este sentido les pasa lo mismo que a los partidos políticos No sabemos para qué sirven a pesar de que sabemos que se sirven de si mismos en una especie de autoreferencia perpetua.

Hubo un tiempo en que los colegios eran corporaciones con cierto poder, tenían incluso potestad de sanción sobre los colegiados y además estarlo era obligatorio. Había tribunales de honor donde se afeaba a los colegiados que eran denunciados por alguien y había algo que afear. Había, por así decir una ética médica que respetar, hoy en dia los tribunales han sustituido a la sanción mediadora de los colegios y ya no sirven más que para organizar cenas, viajes o correderías de seguros.

La legalización de los sindicatos fue el primer golpe que sufrieron los colegios profesionales y hoy un médico que sólo trabaje en la pública no tiene obligatoriedad de estar colegiado. Digamos que es un reducto para aquellos que ejercen la medicina privada y para los nostálgicos que se aburren y no tienen donde ir a jugar al guiñote, aunque es cierto que allí, -como en ningún otro lugar- ya no se juega a cartas desde que fumar está prohibido en los locales cerrados.

Dicho de otra forma: allí ya no va nadie si no es a consultar al abogado o a resolver algún trámite con el seguro del coche.

Las instituciones se hacen viejas como las personas y es por eso que los jóvenes les dan la espalda pero a pesar de eso no hacen sino crecer, es como si se negaran a morir y se aferraran a una vida vegetativa. Lo nuevo y lo viejo siempre batiéndose en un perpetuo duelo dialéctico y lo peor: no sabemos aún qué es lo nuevo. ¿Quien tomará el relevo de lo viejo? ¿Habrá colegios de médicos dentro de 40 años? ¿Habrá diputaciones o casinos?

Lo que es más probable es que no haya Autonomías, una de las instituciones políticas más caras de mantener y con más corruptelas que amañar. No es que yo sea partidario del centralismo madrileño. No. En realidad yo era de aquellos que queríamos descentralización en aquel momento histórico en que Adolfo Suarez cantó el «café para todos», un gran error que ha sido al final el responsable de que en España no haya ya ni un duro en las arcas. Hoy Pedro Sanchez está intentando que Europa le de dinero para llevar a cabo su proyecto que no es desde luego un proyecto claro ni transparente. Es poco probable que Europa no le ponga condiciones draconianas y también es muy probable que Pedro haga todas las trampas que pueda (A estas horas aun no se sabe cómo quedará el reparto de ese dinero fiduciario).

Optar por la descentralización no tiene nada que ver con el modelo actual autonómico. ¿Para qué queremos parlamentos y consejerías que no hacen sino duplicar o triplicar el número de politicastros en nómina jugando al mismo juego que sus compañeros del Congreso de Madrid? Yo estaba y estoy a favor de descentralizar pero no a favor de duplicar. La razón es muy fácil de comprender. Si usted ha tenido alguna vez que ir a Madrid a algún ministerio a hacer una gestión, ya sabe cómo termina todo. «Vuelva usted mañana». En Madrid no resuelven nada por una razón muy fácil de entender, «No sufren sus consecuencias», tanto si es una carretera peligrosa, como una estación de ferrocarril o una simple gestión administrativa. Sin enchufe o -como se decía antes-, influencias es imposible mover nada en la capital del reino.

Por eso la descentralización era una buena idea de gestión, pero es una mala idea política que genera clientelismo por excesiva proximidad, duplica los gastos y la CCAA siempre andan endeudadas con leyes distintas para cada una de ellas y escasa cooperación. Demasiada nómina que mantener. En realidad la descentralización de la que hablo podría ser llevada a cabo por un puñado de gestores y los propios funcionarios de las Diputaciones en una especie de juramento de asepsia administrativa y contable

Pero hay otra fórmula que es la que creo que se impondrá en el futuro: me refiero al florecimiento administrativo de las ciudades y mancomunidades. Ceder las funciones que hoy ostentan las Autonomías a las ciudades y a sus consorcios es la solución que liquida el problema de la inmediatez, la proximidad y las duplicidades . Algo asi como una federación de municipios que se ocupara de los problemas de sus ciudadanos con toda la artillería que hoy está en manos de Autonomías lejanas y siempre burocratizadas.

Naturalmente Cataluña y el País vasco se negarán a este cambio, que en cualquier caso precisará de modificaciones importantes de la Constitución, pero qué importa: ellos que sigan con su modelo del siglo XIX y que se arruinen. Todas las corporaciones pugnarán por venir a Valencia, Murcia o Sevilla y cada ciudad además podrá poner sus condiciones para disponer de unas industrias u otras, incluso sus propias disposiciones municipales. Habrá competencia fiscal y no se le impondrá a los niños ningún idioma ni género.

Lo cierto es que los cantones fueron una buena idea, adelantada a su tiempo que se desperdició por una estúpida guerra.

 

Información, desinformación y ruido

soros

En el post anterior hice una breve incursión en el tema de las conspiranoias y en este me propongo abordar el tema desde un planteamiento general. Ya conté que si existe la conspiranoia es porque la realidad es siempre incompleta, al menos tal y como nos la cuentan los medios informativos, por no hablar de las incompletudes de la verdad jurídica que casi siempre nos resulta decepcionante.

Pero hay otras condiciones para la conspiranoia, una es la facilidad para su difusión, algo que Internet ha venido a cumplimentar sobradamente pues se trata de un medio donde cualquiera puede convertirse en editor de sus propias historias y relatos. Pero existe otra condición que a mi modo de ver es la condición más importante: necesitamos un mundo postmoderno y un pensamiento postmoderno.

¿Qué es la postmodernidad?.-

En este post de Pablo Malo podemos hacernos una idea muy completa de qué significa eso de la postmodernidad. Si la modernidad dio a luz a un hombre dividido, la postmodernidad ha dado a luz a un hombre subjetivo. Dice Pablo Malo:

«El postmodernismo es anti-realista, es decir, afirma que no existe una realidad independiente ahí fuera y la sustituye por un relato socio-lingüístico y construccionista. Epistemológicamente, dado que rechaza la existencia de una realidad exterior, el postmodernismo niega que la razón, o ningún otro método, sean métodos para adquirir un conocimiento objetivo de la realidad. Dado que la realidad es un constructo sociolingüístico, el postmodernismo enfatiza la subjetividad. Las explicaciones o relatos acerca de la naturaleza humana son colectivistas, sosteniendo que las identidades individuales son construidas por los grupos sociolingüísticos de los que los individuos son parte, grupos que son muy variables en dimensiones como sexo, raza, etnia y riqueza. El relato postmodernista consistentemente enfatiza las relaciones de conflicto entre estos grupos y, dado que no se da un papel a la razón, los conflictos entre estos grupos se resuelven fundamentalmente por la fuerza, sea enmascarada o desnuda. El uso de la fuerza lleva a relaciones de dominancia, sumisión y opresión. Finalmente, los temas postmodernistas en ética y política se caracterizan por una identificación con los grupos percibidos como oprimidos en los conflictos, y una voluntad de entrar en la refriega de su lado.

Dicho de otra manera: los relatos conspiranoicos no necesitan ser verdaderos, puesto que la verdad ya no existe, basta con que el relator los crea y su grupo de seguidores le legitime. Así y todo como dice un lector de este blog:

«Del mismo modo que existe ‘la conspiración’, -a veces demostrada-, de que en muchas manifestaciones se infiltran provocadores, -a sueldo de los poderes del estado profundo-, con el fin de sabotearlas; es muy probable que también existan conspiraciones, creadas específicamente, para desarrollar un ruido que oculte a otras conspiraciones por aquello de que: ‘A río revuelto, ganancia de pescadores’.

Y esta es la idea que pretendía desarrollar a continuación. ¿pueden los mismos «conspiradores» desacreditarse a sí mismos intercalando mentiras inverosímiles dentro de un relato creíble en gran parte? ¿Por qué arriesgarse a perder credibilidad mezclando «churras con merinas» es decir un relato verosímil con otros fantásticos?

Bueno, la hipótesis del lector que traigo es que ciertos conspiranoicos están a sueldo del otro lado al que pretenden denunciar, algo así como la paradoja del mentiroso.¿Cómo saber cuando miento, si soy un mentiroso declarado?¿Miento cuando digo la verdad?

Otra manera de pensarlo es la propiamente postmoderna. ¿Cómo podemos fiarnos de la información oficial si viene siempre regulada por intermediarios con sus propios sesgos e intereses informativos? Tampoco podemos fiarnos de las redes invadidas por trolls pagados por esos mismos intereses. Las fake news son indistinguibles de la verdadera información, ya no hablamos de sesgos sino directamente de mentiras.

«El problema de los intermediarios es que decodifican la información de los hechos, ya sea inconscientemente, para adaptarla a su sesgo cognitivo preestablecido y evitar una disonancia cognitiva, o voluntariamente y de manera intencionada, para adaptarla a su relato establecido de antemano».

Hace pocos días hubo en Nueva Zelanda un tiroteo llevado a cabo por un tipo con un fusil de repetición en el interior de una mezquita causando un gran número de muertos y heridos. Bueno, lo sabemos porque nos fiamos de los informativos hasta cierto punto a pesar de que no lo vimos personalmente. Pero la noticia lleva colgando otros detalles: se trataría de un ataque ultraderechista, un ataque xenofóbico, supremacista según el País.

Nos lo creemos con algunas dudas dada la adjetivación dudosa siempre de la prensa, pero al cabo de dos días hubo un atentado en Holanda en un tranvía, otro tiroteo de un tipo que logró escapar (pero al poco tiempo se le detuvo). Tampoco estuvimos allí, pero lo creemos y también estamos dispuestos a aceptar que se trató de un atentado yihadista. Pero esta vez la prensa no dijo nada ni de xenofobia, ni de Islam, ni de supremacismo, simplemente dijeron que el individuo era turco.

Aparentemente estos hechos están desconectados entre si y suceden a muchos Km de distancia el uno del otro, es como si fueran atentados de distinto color, con distintos objetivos o incluso como venganza el uno del otro. Voy a ponerme conspiranoico y pensaré, ¿Y si ambos atentados hubieran sido ordenados por la misma persona o personas?

¿Para qué? Pues para enfrentar religiones y sensibilidades políticas, para dividir.

Lo cierto es que a pesar de la proximidad temporal entre ambos ningún relato periodístico ha relacionado ambos atentados. Y sabemos que existen atentados de falsa bandera, es decir ataques que parecen proceder de un agente concreto cuando en realidad pueden obedecer a un plan bien distinto al que parecen perseguir los terroristas regulares por así decir. Por ejemplo, con independencia de quienes fueron los autores del 11- M, es demasiado obvio que aquel atentado se llevó a cabo para influir en las elecciones, aquellas que ganó Zapatero.

Cortinas de humo.-

Sin ánimo de ser exhaustivo me referiré a ciertas conspiranoias de éxito en las redes:

  • Los chemtrails, ya han sido refutados una y otra vez pero siguen acumulando creyentes, sin embargo los disruptores endocrinos, los pesticidas y los plásticos no desarrollan una denuncia de activismo similar. Debe ser porque es cierto y la verdad no interesa.
  • El crimen de Alcasser es probablemente el crimen mas querido por los conspirancionistas que suelen utilizarlo para mezclarlo con sectas satánicas, pederastias y crímenes rituales en donde participan casi siempre personas de muy alto estanding político o empresarial. Lógicamente nadie se planeta una critica política a este poder depredador que tenemos en nuestro país, de ahí la necesidad de aliviarse atribuyéndoles los crímenes más abyectos, Una cortina de humo falsa para ocultar otros crímenes mas domésticos como la corrupción o la falta de democracia. ¿Quién nos sube el recibo de la luz?¿Dónde van a parar nuestros impuestos?
  • Los reptilianos son bien conocidos por el publico en general gracias a la obra del escritor británico David Icke, la figura del reptiliano ha renacido con bastante popularidad, asociándola a teorías conspiratorias de dominación mundial por parte de los reyes, jefes de estado, aristocracia y magnates financieros muy ligados a la masonería contra la humanidad. ¿Qué necesidad hay de inventarse a un reptil con apariencia humana para referirse a las personas que gobiernan el mundo en la sombra? Existe un Estado profundo como existe un Internet profundo alejado de la mirada de extraños, son los que en realidad nos gobiernan y probablemente dominan a nuestros gobernantes con el dinero o las prebendas, pero no son reptiles sino humanos.
  • Con todo, me parece que la conspiranoia que ha tenido más éxito es la mentira de que las vacunas provocan autismo, una cortina de humo para tapar otros errores de las farmaceúticas.

Paranoia y conspiranoia.-

La paranoia es una de las tres psicosis clásicas (las otras dos son la esquizofrenia y la psicosis maniaco-depresiva). La mayor parte de la gente llama «paranoicos» a muchos de estos conspiranoicos que publican en youtube sus videos o escriben en blogs propios. Personalmente no creo que estas personas sean paranoicos.

La paranoia -que ahora se llama trastorno delirante– supone la presencia de un delirio siendo el delirio de persecución probablemente el más frecuente. Pero para que exista un delirio es necesario que el individuo salte por encima del principio de realidad y mantenga sus convicciones de forma persistente, sean impermeables a la persuasión o a la presentación de pruebas en contra de esa creencia y estén descontextualizadas. En el lenguaje cotidiano, describe una creencia que es falsa, extravagante o derivada de un engaño. En psiquiatría, implica que la creencia es patológica (el resultado de una enfermedad o proceso de una enfermedad). Como patología, es distinta de una creencia basada en información falsa o incompleta o de ciertos efectos de la percepción que se denominan, con más precisión, apercepción o ilusión.

Pero además es necesario que exista una realidad-real. Sin realidad no hay atentado contra el principio de realidad y como vimos más arriba la postmodenidad se caracteriza por una negación de la verdad y la realidad, si todo es un constructo entonces todo lo que pienso es verdadero. El conspiranoico puede mezclar convicciones verdaderas con otras falsas o extremadamente fantásticas, pues es víctima de su propia subjetividad sin la plomada de la realidad.

La paranoia, en este sentido ha muerto y ha mudado en conspiranoia, aunque ciertamente los paranoicos siguen existiendo y se distinguen más claramente de estos por su rencor. Los conspiranoicos no suelen ser personas rencorosas, al contrario son muchas veces personas bondadosas y empáticas y más allá de eso conocen muy bien el tema del que hablan seguramente porque han dedicado muchos esfuerzos -obsesivos- en su búsqueda.

En su búsqueda de la verdad, que no hallarán pues viven en un mundo donde la verdad ha sido descontextualizada y puesta al servicio del subjetivismo, mejor si es compartido con algún grupo. Es decir mejor si se puede crear identidad al tiempo que se conoce. Es por eso que prefiero hablar de metanoia en lugar de paranoia.

Los tres juanes de Juan

Sagitario

Sagitario es el arquetipo de la desidentificación, el opuesto a Geminis

En Juan hay tres juanes:

1) El Juan que él cree ser
2) El Juan que los demás creen que es
3) y el Juan que realmente es.

Al primero le llamamos identidad, al segundo reputación y al tercero esencia.
En realidad los tres se presentan juntos en el mismo pack, de manera que es complicado decir a que Juan nos estamos refiriendo cuando nos evaluamos o definimos de una forma u otra. Pero lo cierto es que no siempre aparecen juntos o coordinados. A veces hay disonancias. A estas disonancias:
1) Si uno es mayor que 2, estamos en el terreno del narcisismo
2) Si 2 es mayor que 1 estamos en el terreno de la humildad.

El Juan que realmente eres (la esencia) es el autoafecto, la mismidad, la identificación con uno mismo. El Juan que realmente eres es hombre o mujer sin géneros intermedios, sin «tertium inter pares». Es un conocimiento próximo, axiomático (no precisa demostración) y siempre es verdad. Es el Juan que está presente en el sueño aunque no sueñe, mientras no hacemos nada, ni enjuiciamos, cuando tenemos el cerebro en reposo o contemplamos un atardecer u oímos una canción.

El Juan que creemos ser es un Juan identitario, un Juan que tiene una historia y por tanto una narrativa, es un Juan memoria, un Juan que se reconoce autor, personaje y lector de su propio relato. Es un Juan que fuma o un Juan que está jubilado como yo.

El Juan que los demás creen que soy es el Juan social, el Juan de la reputación (buena o mala), el Juan de los amigos, de la familia, del trabajo, de la comunidad por así decir, esos que nos legitiman o devaluan con sus juicios, los que nos dejan de lado o nos aplauden, los que nos invisibilizan o nos hacen favores sin pedirselos.

De estos tres juanes solo hay uno que puede enfermar y otro que nos puede enfermar: son los juanes de la identidad y el de la reputación, pues no hay enfermedad sin relato, sin identidad y sin legitimidad del otro por eso pueden enfermarnos las opiniones ajenas, es por eso que es conveniente mantenerse alejado de la murmuración y de los chismes. Pero ningún Juan esencial está enfermo o sufre porque la esencia de cada uno es una gema, una piedra brillante que hay que tratar con mucho decoro y finura una vez descubierta.

Curarse con el método Barrueco o cómo tratar con nuestra identidad.-

La identidad es ilusoria en efecto. En lo que a mi respecta no soy ni psiquiatra ni psicólogo, solo hablo por mi propia experiencia. Cuando sufría de depresión me observaba a mi mismo y me di cuenta de una cosa: mientras dormía no había sufrimiento. Sólo sufría cuando estaba despierto. Entonces comprendí que el sufrimiento no era algo inherente a mi mismo en sentido absoluto, porque sí así hubiera sido, dado que yo soy yo despierto o dormido, tendría que sufrir aún durmiendo.

Entonces me propuse ver cómo era que mi sufrimiento aparecía. Y me di cuenta que aparecía no en el instante mismo de despertarme, tal como suele ocurrir con las dolencias físicas, sino que aparecía cuando «volvía a recordar quien yo era, es decir, cuando recuperaba el recuerdo de mi circunstancia». Esto fue muy revelador para mí, porque me permitió comprender la diferencia entre lo que soy, y mi identidad. Lo que soy lo soy estando despierto o dormido, más mi identidad es lo que creo ser cuando estoy despierto, porque mi identidad es un producto de mi memoria: es una construcción, una imagen que elaboré de mi mismo utilizando mis recuerdos, y a la que miro todo el tiempo; es como una ropa que me coloco ni bien me despierto. Mi identidad entonces es lo que me digo que soy.

Ahora bien, si mi sufrimiento aparecía sólo recién cuando me acordaba de mi circunstancia, apenas un instante después de despertarme, era un sufrimiento que se disparaba cuando volvía a vestir la ropa de mi identidad, y esa ropa estaba guardada en el closet de mi memoria. Entonces me dije: «Y si pruebo no vestirme ni bien me despierto? Y si soy capaz de eso y pruebo luego a vestirme con otra ropa?» Ahí pude comenzar a ver mi identidad como desde afuera, como la ropa que elijo ponerme cada día al despertar.

Y así, poco a poco, probé cada mañana al despertar no colocarme la ropa habitual de inmediato, sino continuar un rato así, desnudo. Desnudo. Y me fui afianzando en sostener ese momento en que, estando desnudo, era libre de la compulsión de correr al closet a vestirme. La compulsión de ir de inmediato a verificar mi identidad, a mirarme en el espejo de mi memoria.

Al descubrir que no era mi ropa: mi identidad, y que podía elegir qué ponerme, comencé a ser el dueño de mi sufrimiento y no su esclavo. Indagando más profundamente en porqué tenía esa compulsión de despertarme y lanzarme inmediatamente sobre mi memoria activando el sufrimiento, me di cuenta que de alguna manera era adicto a mi identidad, como si fuera adicto a usar siempre las mismas ropas. De algún modo sentía que si no hacía así estaba traicionando mis recuerdos, mi memoria, la memoria de quienes vivían en mi memoria, lo que me habían hecho, lo que yo había hecho, lo que me había sucedido, etc. Y sentía que no podía traicionar aquello sin sentir que me traicionaba a mí mismo. Desentenderme de mi sufrimiento era sentido por mí entonces como un acto de crueldad, de abandono, hacia un sufriente que era yo. Era como una claudicación moral, como un acto de desamor, que me avergonzaba profundamente, al tiempo que parecía algo muy peligroso de hacer.

Pero al afirmarme en el pensamiento de que yo no era mis ropas, que yo no era ese aspecto de mi identidad, dejé de sentir que me traicionaba a mi mismo si elegía usar otras ropas. Mis queridas y tan usadas ropas de dolor continuaban allí guardadas en el clóset, así que no estaba traicionando nada ni siendo cruel con nadie y simplemente yo elegía ese día no vestir esas ropas, no ponérmelas, sabiendo que si quería volver a usarlas estaban allí al alcance de mi mano en el clóset de mi memoria. Y así poco a poco fui desidentificándome con aquel sufrimiento, con aquellas ropas, y fui dejando de usarlas. Y con ello poco a poco fui dejando atrás el sufrimiento. No hubo violencia, hubo paciencia, mucha paciencia y amor a mi mismo, hubo confianza y un esfuerzo, si, por persistir en pensar de un modo diferente.