La hiperreflexividad

gato leon

No cabe duda de que el exceso de reflexividad es el zeitgeist cognitivo de nuestro tiempo,  lo que caracteriza la subjetividad individual del mundo moderno

Fue un psiquiatra italiano Stanguellini, el primero en relacionar el exceso de reflexión con algunas enfermedades mentales: más concretamente en el caso de la esquizofrenia habla Stanguellini de una hipertrofia cartesiana del pensamiento. Aqui hay un post sobre esta cuestión.

Una hipertrofia que algunos han llamado “autoreconocimiento hiperreflexivo (Stanguellini, 2009) o simplemente hiperreflexividad (Marino Perez Alvarez, 2003, Saas 1992). Se trata en cualquier caso de una hipertrofia de la subjetividad, algo que ya señaló Foucault en 1966 cuando escribió que “la modernidad supone la diseminación y legitimación de todos los goces” y yo añadiría ahora de todas las posibilidades de ser o estar en el mundo y que nos imaginamos como una especie de menú desplegable donde todos nosotros no sólo nos creemos con derecho  a poder elegir cualquier cosa sino que cualquier cosa es elegible.

Y no sólo se trata de una reflexividad individual sino institucional, asi en palabras del propio Giddens:

La reflexividad institucional es una caracteristica de la sociedad moderna y consiste en la incorporación de los conocimientos e información nueva a los contextos prácticos de la vida de modo que los modelan y reorganizan. Los ambientes asi constituidos transforman a su vez el conocimiento experto y se convierten en nueva fuente de información.

En terminos comprensibles significa que el hombre moderno está persuadido de que puede elegir entre cuestiones que en realidad están más allá de su capacidad de elección. O si no lo están ahora y aparecen como «elegibles» es precisamente porque la tecnología ha permitido que lo inapelable acabara fundando una franquicia en la subjetividad humana apareciendo como alternativas que inevitablemente nos llevan a una sobreinterpretación cuando no a la duda, la ansiedad o la confusión. La mayor parte de las alternativas son ilusorias.

En esto andaba yo pensando mientras leía el libro de Lionel Shriver titulado «Tenemos que hablar de Kevin», una novela de la que hablé aqui  y que me ha parecido magistral a la hora de explicar precisamente este concepto de hiperreflexividad centrado aqui en el dilema de Eva, una mujer que si viviera Descartes merecería irse de copas con él. Eva es un especímen cartesiano con mucha finura analítica y que practica la duda metódica, tanto que podriamos decir que Eva no tiene cuerpo, se trata de un espiritu desencarnado.

Que se plantea un dilema muy moderno: tener o no tener hijos.

Lo cierto es que si tenemos hijos es porque tenemos sexo. Es verdad que hoy podemos disociar la actividad sexual de sus consecuencias (quedar embarazada), pero no es menos cierto que esta disociación se ha producido en la conciencia humana desde hace muy poco tiempo y gracias a la aparición de los métodos anticonceptivos fiables.

En realidad para nuestra especie es posible afirmar que el embarazo es un subproducto del sexo. Y que la única manera de evitar los embarazos fue en el pasado próximo entrar en religión o bien practicar la castidad de por vida. Dicho de otra forma: sexo y embarazo están relacionados no sólo por vinculos causales y semánticos sino tambien biológicos.

Lo que ha sucedido en la sociedad actual en la que vivimos es que merced a los metodos anticonceptivos hemos conseguido disociar ambos hechos: ahora no hace falta quedar embarazada cuando se tiene sexo y al revés: no hace falta tener sexo para quedar embarazada. Algo que tienen consecuencias y costes para nuestra subjetividad.

¿Qué hacen nuestros ciudadanos cuando enfrentan este dilema?

En realidad lo que hacen es elegir y racionalizar cualquier solución, una solución que es por otra parte banal, unos creerán creer que desean tener hijos, otros creerán creer que no quieren tenerlos y otros cambiarán de opinión en cuanto queden embarazadas como el caso de Eva que siente su embarazo como un «secuestro de su femineidad», como una especie de parasitación tipo «Alien», como una expectativa nefasta. En realidad cualquier «elección» que se haga a este dilema es trivial, porque la naturaleza ya conspiró durante eones de tiempo para que cada cosa estuviera en su lugar: primero el sexo y luego el embarazo.

Se trata de un enlace que es inaccesible en términos de voluntad. Y si los humanos interferimos en esa secuencia aparecen nuevos fenómenos con rostros irreconocibles. Uno de estos rostros es el descenso de la natalidad, mejor dicho de la fertilidad. Hoy los humanos que vivimos en entornos de «libre elección» somos menos fértiles que nuestras abuelos y menos que los sapiens que viven en entornos de privación y escasez.

Pero hay otros rostros asomando en este escenario, rostros que son en realidad muecas que se preguntan: ¿Soy, he sido o seré una buena madre? ¿Estoy preparado para la paternidad? ¿Como afectará el nacimiento del niño a mi relación con mi pareja?¿Cómo afectará a mi cuerpo?

No cabe duda de que ese exceso de mentalización nos lleva hacia un abismo insondable de cuestiones y preguntas que no pueden contestarse con un «si» o un «no», pues sólo el cuerpo sabe lo que hay que hacer. Desplazar hacia la cognición en términos racionales lo que sólo el cuerpo sabe es desencarnarse y sumirse en una especie de licuefacción de nuestra humanidad. Lo contrario de la hipermentalización es el flow.

Pues si no hay deseo sin esa plomada que llamamos cuerpo, es mejor fluir. Discriminar cuando fluir y cuando desear una cuestión de inteligencia.

Algo que Platón ya sabia cuando le dijo a Alcibíades: «hagas lo que hagas te equivocarás».

Pues las decisiones no son acertadas o desacertadas cuando se toman sino que se revelan acertadas o desacertadas cuando con el tiempo observamos sus efectos sobre nuestra vida. Las decisiones buenas no existen en el momento en que se adoptan sino que viven en otro tiempo, en el futuro. Es por eso que la mejor decisión es la que no se toma o al menos la que al tomarse exige menos trama de ideas y razones.

Toda decisión es postdictiva y por tanto -al no predecir nada- no son racionales sino profundamente irracionales. Es por eso que hay que dejar espacio al cuerpo para que hable con su propio idioma.

¿Tener o no tener hijos?

Hagas lo que hagas te equivocarás.

Bibliografía.-

Giddens, Anthony: “Modernidad e Identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea“. Ediciones Península, Barcelona 1995.

 

Un comentario en “La hiperreflexividad

Deja un comentario