La tolerancia indiferente

La tolerancia es hija del fanatismo (Jose Carlos Aguirre)

 

¿Hubiera ganado Conxita sin barba?

Confieso con un cierto rubor que hace años que veo el programa de Eurovisión y lo confieso por parecerme un programa en cierta forma abyecto, que muestra a las claras ese proyecto fallido que llamamos Europa y que por alguna razón desconocida para mí incluye desde Portugal hasta Azerbayán. Pero lo cierto es que desde que existe twitter me resulta muy divertido gracias a los comentarios siempre sustanciosos y en clave de humor que dictan los tuiteros y que piensan como yo que ese programa no tiene ni pies ni cabeza.

En realidad debería llamarse Politik realvision, pues en él lo que se ventila son las alianzas entre países en una especie de salmodia de voto, donde de tan predecibles no deja de resultar cómico que hasta el locutor de turno adivine para quien van a ser esos twelve points que tanta gracia nos hacia cuando lo decían en francés. Ahora parece que hasta los rusos se han pasado al inglés. Los rusos esos muchachos tan vocacionalmente europeos.De manera que el concurso es una farsa, un politiqueo de tan inocente y mentiroso que hasta podemos adivinar por donde van a ir los engaños.

Lo cierto es que este año ha habido un cambio en el chip habitual: las canciones han subido un poco el nivel y las baladas le han ganado la partida a los números circenses y los daneses han hecho una puesta en escena muy vistosa, aunque yo sigo echando de menos al maestro Ibarbia y al triunvirato de La-la-la.

Pero al margen de este comentario, ni pizca de patriotismo, no me gustan nada ni las canciones ni los cantantes que mandamos a Eurovision desde hace algunos años. Lo cierto es que no merecen ganar, es como si nuestro país quisiera evitar a toda costa el gasto que debe representar para una televisión publica la organización de este evento.

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Dicho lo cual les contaré una anécdota a propósito de un tuit que mandé la noche de autos, se trataba del siguiente:

Era una mujer en un cuerpo de hombre que quería ser mujer pero con barba y sin tetas. ¿Hay quién de más?

Y hubo quien se lo tomó a mal, seguramente alguna persona que no ha leído «El amante lesbiano» de Jose Luis Sampedro o que no sabe que el deseo humano muestra pliegues y repliegues en una especie de regresión infinita que como en el caso de Conxita -ganadora del concurso- podemos entrever hasta el paroxismo. Pues se trata de un hombre que aparece travestido de mujer, pero no hormonado y con barba. O lo peor siendo socialdemócrata: no haber leído a Foucault cuando habla de «la diseminación de las identidades fugitivas» como eje de torsión de la alienación. Lo que quiere decir Foucault es que si cualquier cosa es elegible entonces estamos más alienados que nunca porque -según él- el poder se vale de esta estratagema, la de la libre elección de cualquier cosa, en lugar de optar por la represión, puesto que el espanto hace la misma función que la repulsión fisica.

Pero si cuento todo esto es para hablar de algo que suscitó aquel comentarista que me acusó de intolerante. Me puse a pensar qué es la tolerancia y sobre todo, ¿somos los europeos tolerantes?

La verdad es que el éxito de la primadonna Conxita parece señalar en esa dirección: votar una cosa tan fea -me refiero a su estética- porque Tom (el verdadero nombre de Conxita es en realidad un tio muy guapo), ¿pero para qué vestirse de mujer con una barba adosada?¿Qué es lo que reivindica ser hombre o mujer? ¿Acaso reivindica el mito del Andrógino?

No deja de ser curioso que en una Europa cercenada por la falta de niños que son los que sostendrán en el futuro las pensiones de sus abuelos se homenajee al Andrógino. Europa con esa elección demuestra su decidida voluntad de extinguirse, pues lo cierto es que como dijo otro tuitero:

«Austría ha ganado por los pelos»

Dicho de otra forma: yo soy muy tolerante por las razones que más abajo esgrimiré, pero baste con decir ahora que ser tolerante tiene costes y que legitimar todos los goces (otra vez Foucault) tiene costes para la salud mental de la población general y atenta contra el crecimiento demográfico que una sociedad vigorosa y laboriosa debe sostener con un mínimo de sentido común si es que queremos mantener eso que se llama Estado del bienestar. Ser tolerante es bastante fácil a mi entender porque se enrosca en una experiencia muy europea: la indiferencia con el otro. Ser tolerante es una manera de negar que unas cosas tienen más valor que otras y que no todas son aceptables al menos estéticamente.

Personalmente me tienen sin cuidado los gustos de Conxita, aunque ya sabemos que son bastante feos y aunque se que hay otros tipos de intolerancia beligerante que persigue homosexuales o apedrea mujeres infieles, lo cierto es que mi tolerancia está mas cerca de la indiferencia que del rechazo. Y más cercana a una escala de valores que a la indiferencia sobre todo cuando hablamos de ideas.

Y como siempre suelo hacer he pedido consejo a mi filósofo de cabecera Jose Carlos Aguirre para que ilumine mi ignorancia sobre el tema. ¿Por qué es bueno ser tolerante? ¿Hay que ser tolerante con todo tipo de conductas? ¿Votar a Conxita demuestra tolerancia o sin sentido?. Para Jose Carlos Aguirre el concepto de tolerancia:

Tiene su origen en el pleito católico-protestante en su mutua incapacidad para reconocerse. Ya que no nos podemos reconocer en nuestras diferencias nos toleramos… Leibniz es uno de los grandes críticos de la tolerancia precisamente por que aspiraba a un mutuo reconocimiento entre católicos y protestantes desde una reflexion teológica inclusiva que validara a ambos. Todavía recuerdo las magníficas clases de Quintín Racionero poniendo a caldo la idea de tolerancia por cercenar la posibilidad del reconocimiento del otro en una perspectiva de valor común y capaz de dar cuenta de las diferencias.

La postura de Leibniz era que de lo que se trataba no era de contentarse con la ruptura de la cristiandad festejando los cachos rotos. De lo que se trataría es de desplegar una hermenéutica que fuera capaz de acoger ambos a un logos común capaz de integrar las diferencias.

Leibniz creo que daba en el clavo. La tolerancia hace imposible la afirmación de valor común capaz de reconocer la alteridad. En realidad la eterna cuestión de lo uno y lo múltiple. La tolerancia es hija del fanatismo. Un fanatismo que se decanta por una pragmática de convivencia ante el hecho rotundo de que el otro está ahí y no va a desparecer. La cuestión es que por eso mismo en la tolerancia no hay civilitas o espacio común ni una afirmación positiva de la diferencia. Leibniz no bromeaba cuando consideraba la ruptura y la fragmentación de la civilización en Europa como la gran debacle histórica de la modernidad.

Efectivamente, una sociedad enhebrada a partir de la tolerancia es una sociedad en la que no hay capacidad para afirmar nada.

Ni siquiera el reconocimiento del otro.

De aquellos lodos estas galernas…