La necesidad de alarmarse

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Las noticias insisten sobre el tema que arrastraremos una buena temporada: me refiero a la gripe porcina. Insisten en una cuestión : la población no debe alarmarse, hasta Obama insiste. Pero la OMS parece que desmiente a todo el mundo anunciando una pandemia mundial y corriendo la alarma de acá para allá.

De manera que he estado pensando sobre eso de las alarmas y la mejor manera de saber algo sobre alarmas es preguntarle a alguien que la tenga instalada en su chalet. Como tengo algunos amigos que viven en esos hogares a medio camino entre ninguna parte y su lugar de trabajo y aprovechando el Madrid-Barça del otro dia hice una pequeña encuesta a pie de barra sobre los que tienen alarma en sus domicilios.

Todos estan de acuerdo en algo: es mejor que te atraquen que te salte constantemente una alarma sin motivo. Hay casos de gatos merodeadores, cipreses oscilantes o ventiscas inesperadas que han hecho saltar injustificadamente las alarmas e incluso me contaron el siguiente caso que merece estar en este post:

Uno de mis contertulios, el que tiene el chalet mas grande, cansado de que le entraran a robar en su casa decidió instalarse uno de esos sistemas antipánico que dejan encerrados a las partes más sensibles de la casa, su mujer y sus hijas que pasan mucho tiempo solas a causa de sus continuos viajes por ese mundo porcino.

El caso es que un dia se disparó la alarma no saben si con motivo o sin él y la muchachada se quedó encerrada allí hasta que fueron a rescatarlas, porque las puertas se negaban a ser abiertas cuando ya el pánico habia descendido. Enseguida se pusieron en contacto con unos técnicos venido de allende los mares para verificar el carisimo y vulnerable sistema antipánico: todo era correcto pero les dijeron que la sensibilidad de la alarma podia graduarse y que los dueños de la misma podian decidir qué grado de alarmismo podia desplegar el citado artificio. Fue asi que se rebajó por decisión democrática de toda la familia vistas las dificultades que tenia salir del dormitorio por la mañana y resultó en que la graduación no reveló su verdadera intención que quedó patente unos dias después en que unos desaprensivos volvieron a entrar a robar, esta vez un coche de alta cilindrada. La muchachada ni se inmutó lo que significa que no se dieron por aludidas y la alarma tampoco.

Puestas asi las cosas decidieron prescindir de la alarma en función de la dificultad de graduar sus ardores alarmistas y desde entonces que ya no han vuelto a tener ningun percance. G. a D.

Moraleja: Algunos remedios son peor que la propia enfermedad.

Y fue entonces -desde esta atalaya de pensamientos- que marcó Pujol un gol de cabeza y ya me relajé lo suficiente como para poder hilvanar este post inspirado en aquello que hace que las personas se alarmen sin motivo, me refiero a lo que los neurocientificos llaman alarmas neurobiológicas, que no son otras sino el dolor, la rinorrea, la taquicardia, las ganas de orinar, el vómito, la diarrea o el hambre, por nombrar sólo algunas de ellas.

Al parecer tenemos un cerebro que es muy vulnerable a los errores de identificación del daño, del mismo modo se equivoca al discriminar lo venenoso de lo comestible o a la hora de informar sobre el hambre que tenemos. Y es porque nosotros tenemos tambien una central de alarmas en nuestro cerebro, una especie de detector de humos que conocemos con el nombre de amigdala, un circuito especializado en chequear la realidad externa e interna y hacer saltar las alarmas que pongan en riesgo nuestra integridad. El asunto es que la amigdala de nuestros coetáneos es bastante sensible y detecta amenazas en cosas tan banales, como beberse un rioja, comerse un trozo de chocolate, fornicar o tomar un poco el sol. Por poner un ejemplo estas son las cosas que disparan el conocido dolor de cabeza, nuestra amígdala parece reaccionar ante estimulos de esa naturaleza y mandar por correo rio abajo (down by to the river) la orden de necrosis, como si hubiera detectado que nuestro cráneo va a ser aplastado, quemado o zarandeado como un derviche. La orden que viaja hacia abajo despierta ciertos receptores para el dolor y nos duelen las meninges, es por eso que reaccionamos con un dolor de cabeza no tanto porque hayamos sido victimas de una agresión real sino por culpa de nuestra amigdala que es tan sensible como la alarma de mis amigos los ricachones y saltó por error propiciando una reaccion de defensa del organismo que trata de proteger su parte mas noble: el cerebro.

Algo parecido pasa con la diarrea de los que padecen colon irritable, que se «cagan encima» de miedo no solamente cuando van a ser sometidos a una evaluación o un examen sino un poco por vicio, ante situaciones tan banales de la vida como el calor, el frio, el tabaco, las aglomeraciones en el metro, el entrar al bar en busca de un cortado con leche fria, en fin tareas arriesgadas como el lector habrá podido comprobar. Y es por la misma razón: la amigdala es demasiado sensible y da la orden de quitarse afuera los lastres pesados por si el individuo tiene que dedicarse a correr, no hay nada peor que huir de un depredador con los restos humeantes aun de un festín anterior, es por ello que la evolución programó la defecación emparejándola (condicionándola) con el miedo y con la reacción de lucha o huida, o sea que la evolución hizo bien su trabajo si bien dejó un amplio margen de maniobra al Sapiens para que aprendiera.

Y lo mismo con la micción, el moco, el hambre exagerada o el vómito: se trata de errores de reconocimiento.

¿Pero qué pasa con nuestra amigdala cerebral? ¿por qué se comporta de forma tan torpe?

Para contestar esta pregunta es necesario entender que nuestras alarmas ancestrales evolucionaron en un ambiente muy distinto al que vivimos hoy, al menos en entornos opulentos y seguros como los que disfrutamos ¿disfrutamos? en Europa. Por muy inseguros, criticables o sospechosos que nos parezcan es obvio que vivimos en un entorno casi perfecto en tanto en cuanto a nuestras necesidades de preservación, me refiero a bienes alimentarios y seguridad frente a las amenazas de la naturaleza.

Y pongo el verbo disfrutar entre comillas porque no estoy seguro de que los entornos de seguridad sean beneficiosos para nuestra especie habituada al nomadismo, a la dispersión y escasez de bienes alimentarios, a  vivir en un constante acecho de las fieras o a adaptarse a climas bien diversos y casi siempre inhóspitos.

Y pondré un ejemplo para ilustrar mi argumento ¿cómo es posible que en un entorno de opulencia alimentaria como el nuestro existan bolsas de inanición electivas como sucede en la anorexia mental? Lo lógico es pensar que la obesidad del hombre postmoderno es una consecuencia de esa abundancia de bienes pero ¿cómo explicar el gusto por someterse a ayunos elegidos voluntariamente para adelgazar?

La pulsión a la delgadez por razones estéticas no lo explica todo, tiene que haber algo más.

Y la explicación es ésta: los humanos cuando no tenemos motivos por los que alarmarnos construimos una alarma artificial.

Nuestra amigdala cerebral lleva muy mal estar en paro.

¿Con qué objetivo construimos (inventamos) esas alarmas?

Para disminuir la disonancia entre nuesta percepción de un mundo externo seguro y opulento y un mundo interno vacio y desolado.

Dicho de otra manera: llevamos muy mal la distancia entre lo que percibimos ahi afuera y lo que percibimos aqui dentro y como siempre estamos cabreados, enfadados o enfurruñados tendemos a disminuir la distancia entre el afuera y el adentro. Es por eso que percibimos amenazas que no existen y ponemos nuestro organismo en guardia frente a estimulos intrascendentes, aunque este proceso no es voluntario sino un condicionamiento clásico que sucede bien lejos de nuestra conciencia.

O dicho de otro modo, la comodidad de nuestras vidas contrasta con la vacuidad de las mismas.

Algo asi pasa con la anorexia mental que es peor que el remedio que trata de evitar: la obesidad, ahora bien ¿cómo se relacionan la opulencia alimentaria y la inanición?, ¿a través de qué mecanismos?

Hasta ahora pensaba que la opulencia era un entorno que contenia a la anorexia porque no podia darse en otro lugar, pero esta es una respuesta tautológica. Es la propia opulencia la que genera la anorexia, es decir la inanición puesto que tal y como decia David Peat:

La naturaleza conspira para introducir fluctuaciones en cada suceso individual


Significa que es la propia naturaleza de la opulencia, cuyo opuesto es la privación lo que fluctúa, lo que debe oscilar en el orden natural y es precisamente por esta razón que el organismo humano introduce una variable de perturbación que lleva al sistema hacia el otro lado como un péndulo, es como si hubiera algo en la naturaleza humana que no se conformara con quedarse quietecita en un punto de equilibrio y como si los humanos al quedarse frente a frente con la seguridad o la opulencia que disfrutamos precisáramos de inventar alguna disonancia, alguna amenaza que disminuyera ese umbral de seguridad insoportable precisamente porque es generador de algo que el individuo concreto tiene que lidiar en su interior, algo que inevitablemente le lleva a perder control sobre su ambiente.

Lo que importa para los humanos no es tanto la seguridad sino la relevancia de contexto: que las cosas tengan sentido, vibren con nuesta subjetividad.

Sucede porque el cerebro no es algo que se limita a representarse la realidad sino que enactúa con ella (en este post hay un resumen de la enacción segun Varela y de cómo la visión de las abejas coevolucionó con el color de las flores). La realidad y la percepción de la realidad son hechos que coemergen, simultáneos. Si percibimos amenazas en nuestro entorno no es por otra cosa sino porque hemos teñido de amenazantes sucesos banales que interpretamos con un gusto exquisito en clave de peligro. Hay un gusto muy humano en elaborar historias de terror inverosimiles que tienden a hacer el mundo más amenazante de lo que es.

Es por eso que en un mundo como el nuestro con la mejor sanidad pública de toda la historia, vigilancia epidemiológica, un sistema sanitario universal y gratuito (me refiero a Europa) tememos a los alimentos, sospechamos de los microondas, pensamos que nos envenenan con pesticidas o nos dan gato por liebre en el supermercado. O que el virus porcino fue diseñado en un laboratorio con el fin de terminar con media humanidad.

Se nos encienden las alarmas y cuando se encienden las alarmas porque existen amenazas concretas las amenazas simuladas se callan. La enfermedad grande se come a la pequeña y se nos va el dolor de cabeza, las sociedades se cohesionan con las calamidades y todos se sienten tripulantes de un mismo barco.

El caso es que los gobernantes tambien lo saben y conocen muy bien este fenómeno. Es por eso que a veces inventan alarmas controladas para anular el efecto politico de otra alarma descontrolada, es por eso que la peste porcina siempre será mejor para el gobierno que la crisis económica o el terrorismo de ETA mejor que el de Al Qaeda. No quiero decir que el gobierno de Zapatero haya inventado el virus, ni siquiera creo que lo haya inventando ningun laboratorio, creo que es una mutación (mas o menos) natural, pero lo que creo es que se ha magnificado su impacto -todos, incluyendo a las autoridades sanitarias- y hemos magnificado su impacto y su origen porque nos encanta inventar nuevas alarmas. Los gobiernos están de enhorabuena porque ya tenemos para algún tiempo una amenaza concreta. Y es por que ellos (los gobernantes) saben que al pueblo hay que darle de vez en cuando algo de caña, pues no soportamos ni la seguridad ni la opulencia externa, porque lo que de verdad nos importa es nuestro estado interior, nuestro bienestar individual y ahi siempre hay una disonancia, mayor cuanto más seguridad y opulencia hay afuera, es por eso que inventamos teorias conspiracionistas contra ellos, ahora les toca a los microbiólogos o a los lobbyes, y siempre será mejor que las inventen contra los laboratorios de microbios que contra ellos, los politicos.

Algo parecido sucede con nuestro organismo que reacciona con alarmas (vomito, diarrea, dolor, hambre) ante estimulos neutrales o inespecificos. hay una necesidad de alarmarse, de adelantarse a los desastres, como si esa anticipación disminuyera la distancia entre lo que se percibe (la seguridad) y el vacio interior y por tanto aumentara la relevancia de contexto de cada ser individual. Dicho de otro modo aumenta la ilusión de control, si no se puede ser feliz al menos controlemos algo.

Inventemos una conspiración.

Definición de teoría de la conspiración y listado de conspiraciones famosas según la wikipedia.

15 comentarios en “La necesidad de alarmarse

  1. Estoy absolutamente de acuerdo Paco. Lo has descrito convincentemente. Sólo añadiría que la amigdala recibe la omnipresente aferencia del lóbulo frontal y eso abre la puerta a las sensibilizaciones por cogniciones de expertos que facilitan más aun las alarmas. En los chalets de tus amigos el sistema dispondría de un módulo «inteligente» que evlúa probabilidad de robo y acciona el dispositivo cuando se supera el «umbral de probabilidad teórica de robo»

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  2. Paco: me parece excelente el post. Sólo añadiría que la amigdala recibe la omnipresente aferencia del lóbulo frontal, a través de la cual se inyecta información alarmista.

    En el sistema Kafkiano de alarma de tus amigos todavía cabría un golpe de tuerca más: un módulo !inteligente» que predice (teme) robos y acciona el dispositivo por cálculo de probabilidades

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  3. Ya lo decía Berkeley, «esse est percipit» (o algo así).
    Me encanta su atrevida y heterodoxa teoría que extiende las alarmas a tantos sitios visibles e invisibles.

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  4. Sí, bueno, ya sé que no es una cita muy moderna (casi que iba a poner una de Plotino…) pero me refería a «La realidad y la percepción de la realidad son hechos que coemergen». Tome a Varela si prefiere, o al solipsismo, que si no es moderno al menos el nombre sí 🙂

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  5. A propósito de esa frase de Berkeley (Ser es percibir) me viene a la cabeza otra de Goethe (que por cierto escribió una «Teoria sobre los colores», es ésta:
    «Cada objeto, adecuadamente contemplado, crea un órgano para su percepción».

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  6. Es casualidad pura, pero en un libro muy raro que tengo hay una ilustración que hizo Goethe junto con Schiller, una «Rosa de los temperamentos» cromática pues, al parecer y según dice ahí (transcribo) «se basó en las enseñanzas del color de los alquimistas e intentó relacionar las cualidades perceptibles de los colores con categorías éticas».
    Es una imagen preciosa, ya se la haré llegar.

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  7. minha filha tem sindrome vomito ciclico quando tem crise fica 15 dias com vomito bastante debilitada como posso ajudala atraves da auto cura

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