Los totalitarismos blandos

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Después de leer este libro de Muñoz Molina he llegado a dos conclusiones importantes. La primera es que aquella generación que en los 70 alcanzamos la mayoria de edad mantenemos todavia un espiritu crítico que en el caso de Muñoz Molina podemos calificar como clarividencia o si se quiere -de un modo menos retórico- lucidez.

Mucha lucidez se requiere si se quiere mantener el sentido común en sus registros criticos después de todo lo que ha llovido en estos últimos 40 años y que el propio Muñoz Molina describe con pulcritud en su libro y, si se quiere sin acritud y sin tomar partido por ninguno de los bloques estereotipados en forma de ideologías que durante este tiempo han presidido nuestro imaginario: izquierdas, derechas y nacionalistas. Muñoz Molina desenmascara los totalitarismos blandos, integrismos al fin y al cabo que presiden nuestra manera de pensar, nuestra forma de hacer politica y que se ha logrado infiltrar de tal modo en nuestros cerebros individuales llevando a cabo un pasmoso socavamiento de todo sentimiento ciudadano.

Integrismos que impregnan a la politica, al Estado, al ocio, a la juventud, a la mujer, a la administración, a la opinión publica, a la educación y a las subjetivas expectativas ciudadanas que asisten en la ultima etapa de esta debacle a la mayor crsis, no ya financiera, o de valores como suele decirse sino al deshilachamiento y la atomización del Estado. Y que se traducen en una aniquilación del concepto de ciudadanía que ha venido a ser sustituido por mitos sobre el origen y mitos sobre el destino.

Si Jose Antonio Primo de Rivera levantara la cabeza hoy caería en la cuenta de que todos, izquierdas y derechas han terminado por hacerse nacionalistas, una especie de reedición de aquella idea conque nos machacaban en la escuela: «una unidad de destino en lo universal». Eso  era en el franquismo como llamaban a España, aunque hoy ese sentimiento ha sido trasplantado a las comunidades autónomas y aún a los municipios y no sólo a aquellas comunidades «históricas» (que de históricas no tienen nada) sino a todas. El «café para todos» ha dado como resultado que casi cualquier identidad haya conseguido abrirse paso hasta la Prehistoria si es necesario para conseguir unas señas de identidad tan falsas como letales para cualquier aspiración a una ciudadania laica y moderna.

«Teruel existe», «el Ebro es nuestro», «Extremadura escenario de vida», «Pasión por Castellón», «Ja som sis millions», «Al andalus: el misterio de Tartessos, Covadonga y Asturias», son esloganes que van más allá de la captación de turistas, son sobre todo una invención sobre ciertas señas de identidad que se constituyen en fundacionales, en argumentos sobre la diferencia, una diferencia que se enrosca en ciertos relatos miticos y que pasan por encima del Estado, creando la ilusoria idea de que sólo por ser de Extremadura (pongo por caso) uno ya es algo especial, y obviando que los que nos hace especiales a todos los españoles es un regimen jurídico, pues un pueblo no es una entidad biológica, etnográfica o antropológica sino una entidad jurídica.

Y lo peor: aquellas comunidades que tienen una lengua propia la han utilizado para este mismo fin, no tanto para preservar la riqueza de la misma sino para utilizarla según el principio nosotros/ellos, no tanto para diferenciarse sino para anatemizar a los vecinos y de ahi que la lengua se haya convertido en uno de los principales argumentos integristas, «som més que un club» dicen los culés del Barça o «som una nació» creen los catalanes. Lo que significa: o eres de los nuestros o eres de los opresores.

Muñoz Molina y yo somos de la misma generación, educados en los principios nacional católicos del franquismo tardío. Una estética fea, aburrida, clerical, amorfa y autoritaria que de tan empalagosa terminó por ponerse en contra a toda una generación. Fuimos demócratas antes que nadie y fuimos de izquierdas, algunos incluso nacionalistas (catalanes o vascos), pero sobre todo la atmósfera de los sesenta fue una atmósfera de renovación y de modernidad, el régimen estaba acabado y ya nadie con cinco dedos de frente podia apoyar aquella mascarada caduca. Nosotros eramos los progres, la innovación como decimos hoy y asi asistimos a la transición democrática, un periodo fascinante de nuestra historia que terminó de forma imperfecta como acaba todo.

La identificación del régimen anterior con la Iglesia y sus procesiones, semana santa, cánticos, penitencias, alabanzas a Dios y presripción de la castidad obligatoria terminó por aburrir tanto al personal que muchos de nosotros abandonamos la tradición católica de nuestras familias por puro hartazgo.

Lo que no podiamos prever los progres de entonces es que después de las elecciones de 1979 que dieron la hegemonía a la izquierda en casi toda España y que anticipaban el triunfo posterior de Felipe Gonzalez, es que la izquierda fuera a jugar la baza nacionalista hasta el paroxismo, abandonando su tradición internacionalista que era su rastro fundacional. La izquierda no solo se hizo nacionalista como sucedió en Cataluña o en Euskadi, pero tambien en Valencia o en Andalucia, todos de repente fueron nacionalistas y se apuntaron a los mitos etnográficos de la barretina o de la boina, los bailes regionales o los toros de «carrer» que tan bien conectan con el imaginario popular. De repente, los ateos llevaban flores a la Virgen de los Desamparados, salian en procesiones de semana santa, solo les faltaba a los políticos el denostado palio bajo el que Franco atravesaba el umbral de las catedrales.

El gasto y la pompa que los politicos han dilapidado en este pais en busca de sus señas de identidad es abrumador: castillos de artificio, edificios pensados para la pompa festiva carísimos y sin pagar, teatros, museos y auditorios faraónicos, aeropuertos sin aviones, trenes sin pasajeros, pero también la gran bouffe de la fiesta permanente. ¿Cuanto dinero público se ha gastado en este país en organizar conciertos de rock, indies, de reggae o de blues? ¿Cuanto dinero en contratar macrofiestas para contentar a los jóvenes? ¿Cuantos botellones se permiten a  pesar de estar prohibido beber en la calle?

Es cultura, dicen.

Los que protestan son aguafiestas o directamente fascistas, es igual que los ciudadanos comunes no puedan dormir a causa de los ruidos o de los cohetes o que tengan que pagar con sus impuestos los destrozos que las algaradas propician en su entorno. Fiestas y fiestecillas inventadas o rescatadas del imaginario arcaico y prácticamente desclasificadas: carnavales, hallowens, ferias, papas noeles, hogueras de San Juan o de San Antonio han venido a sumarse a las tradicionales de cada lugar donde se siguen haciendo esos espectáculos bochornosos llamados juegos florales, procesiones con santo incluido, juegos de exaltación de virgenes que celebran ateos y creyentes al alimón y a cargo del presupuesto municipal o de las diputaciones, pues de lo que se trata de es «ser de los nuestros», el resto son sencillamente forasteros y sólo interesan como turistas accidentales. «Som d´aci»

No cabe ninguna duda de que este pais ha sufrido y sigue sufriendo algunos totalitarismos blandos, una herencia del franquismo que no se abolió del todo con la llegada de la democracia, el Estado simplemente se tomó por la fuerza manteniendo una estructura administrativa caduca, pensada para el siglo XIX. Totalitarismos como el ocio de los jóvenes, y otro nada desdeñable: la duración casi eterna de las festividades locales que unidas a las ya incontables nacionales dibujan un espejismo de pais, un país muy poco serio. Este es un pais para ir de fiesta que ilumina sus calles aun debiéndole dinero a Iberdrola, lanza muchos cohetes y permite el alcohol para emborracharse y a eso vienen los que nos visitan.

Con el dinero del contribuyente claro y no lo olvidemos: de Europa.

3 comentarios en “Los totalitarismos blandos

  1. La «España imaginada» por el totalitarismo ‘light’ de los buenos modales (?) y la sonrisa histriónica (!). Pues el socialismo ¿no es acaso un comunismo ‘light’, aposentado, por cierto, en el capital? Los llamados «nacionalismos» ¿qué son sino fuerzas políticas secesionistas, cuya ansia autonómica se denomina independencia? Abajo las máscaras, que el país no puede ya resistir un ya tan largo y extenuante carnaval.

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  2. Es cierto que estamos bajo una entidad jurídica con un determinado régimen jurídico, como también lo están la mayoría de los países africanos delimitados a regla sobre mapa por el internacionalismo de las potencias coloniales. Esta claro que una entidad jurídica creada por cualquier historial patocrático, religiones incluidas, no implica necesariamente un acuerdo de sus súbditos o ciudadanos. De ahí las resistencias a efectuar consultas a los ciudadanos y muchas de las desventuras del mundo actual.

    El ser de izquierdas o derechas no supone una gran diferencia frente al integrismo de la internacional del productivismo materialista, tan solo la manera de repartir el botín. Son dos caras de la misma moneda.

    La mentalidad capitalista frustrada, herencia social del franquismo, originó que con la llegada del crédito europeo los españoles nos sintiéramos nuevos ricos. Este efecto unido a la transferencia de parte del poder central a los caciques locales, propició una loca carrera para la creación de todo tipo de estructuras con la finalidad de colocar a los adeptos y mantenerse en el poder. En este contexto, el café para todos, propició que los nacionalismos fueran utilizados como una buena excusa.

    En todo esto, la aniquilación del concepto de ciudadanía poco tiene que ver con los nacionalismos. Tan solo con la proximidad al poder. Es el propio estado quien en lugar de cumplir con sus supuestas funciones de proteger a los ciudadanos, dinamita el concepto de ciudadanía. Actualmente ya no se trata de una protección militar. Debe ser una protección social. En este sentido los estados no hacen otra cosa que defender los intereses patocráticos de los oligarcas internacionales. Son estos quienes financian a los políticos y esclavizan económicamente a los ciudadanos.

    A pesar de que pueda ser humano no morder la mano de quien proporciona el alimento, quizás deberíamos empezar a hablar de ética y de moral.

    Mientras haya pan y circo, lo que denominamos país democrático puede ser tan solo una buena emulación nominal de este supuesto.

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  3. Fantástico libro que debería ser de lectura obligatoria… La prueba irrefutable de su grandeza y de que ha dado en el clavo es que el autor lo plantea como una invitación al debate y la reflexión desde la autocrítica y en lugar de eso, de momento lo están silenciando, volviendo a poner el foco en asuntos que poco tienen que ver con el meollo de la cuestión… así nos va y nos irá…

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