Una taxonomía de las ideas políticas

Aristóteles fue uno de los primeros en utilizar este término, en el 300 antes de Cristo, para designar esquemas jerárquicos orientados a la clasificación de objetos científicos. El botánico Carlos Linneo (1707-1778) designó con el término taxonomía a la clasificación de los seres vivos en agrupaciones jerárquicamente ordenadas de más genéricas a más específicas (reino, clase, orden, género, y especies). A partir de esta concepción clásica, se desarrolló la taxonomía como un subcampo de la biología dedicado a la clasificación de organismos de acuerdo con sus diferencias y similitudes. De acuerdo con Grove, los principios que proporcionaban una guía rigurosa para la construcción de taxonomías eran la base lógica, la observación empírica, la estructura jerárquica basada en la herencia de propiedades, la historia evolutiva, y la utilidad pragmática.

Las taxonomías son la base sobre la que se ha edificado la ciencia y como no la medicina a fin de construir esquemas comprensibles de elementos dependientes unos de otros, aun hoy clasificamos las enfermedades según un listado de síntomas, estas clasificaciones son nosotaxias y siguen el enunciado de la taxonomía: un sistema jerarquizado donde los elementos se ordenan según su importancia tejiendo una especie de árbol siempre orientado de arriba-abajo.

Lo que nunca había leído o considerado es la idea de que las ideas políticas y con ellas las ideologías podían también representarse de ese modo arborescente donde cada una de estas ideologías tiene un precedente y un consecuente que le es similar pero no idéntico. Fue al leer este libro de Gustavo Bueno donde empecé a considerar la taxonomía como un buen principio para orientarse en el mundo actual donde los conceptos políticos y las ideas a ellos ligados son siempre banalizados por el pathos social y que en mi opinión explican tambien la orfandad en que la mayor parte de los ciudadanos sienten a la hora de situarse en el arco politico.

Hoy mismo en una conversación con un grupo de amigos he caído en la cuenta de que la mayor parte de la gente se define de centro, como si el centro fuera una ideología, cuando solo es un punto geométrico equidistante de los extremos, mientras que otros simplemente se declaran socialistas sin caer en la cuenta -la mayor parte de ellos no han leído a Bueno- de que hay muchos socialismos. Y esta es la idea central del libro de Gustavo Bueno, no solo hay muchas izquierdas, sino también muchas derechas.

A la hora de organizar esta taxonomía, Bueno acepta la idea -nacida en la Asamblea francesa- de izquierda-derecha, un eje de una sola dimensión que ha sido muy criticado por carecer -según algunos de relevancia hoy. Sin embargo agrega otros dos ejes: el eje Antiguo-Nuevo régimen y el eje del derecho natural. Ahora tenemos pues una figura tridimensional con la que podemos empezar a entendernos mejor.

Del eje izquierda-derecha poco voy a decir sino nombrar las ideologías que proceden de una u otra. El socialismo, el comunismo soviético, el comunismo asiático y el anarquismo son de izquierdas, mientras que el liberalismo, la democracia cristiana, los nacionalismos, el carlismo, el falangismo, el nazismo y el fascismo son de derechas junto con las teocracias arabes.

El trono y el altar.-

El segundo eje que trata Gustavo Bueno en su obra es precisamente un punto de corte histórico, que en Inglaterra fue en 1688 (La Gloriosa), en Francia en 1786 (La Ilustración) en España en 1808 (Constitución de Cadiz) en Rusia en 1917 (la revolución bolchevique) y en China la revolución cultural de Mao Tsé Tung en 1966. En todos estos casos se trató de romper el nudo entre monarquías y Dios, que compusieron un dueto prolongado durante siglos. Así los monarcas estaban inspirados divinamente al ejercer su dominio absoluto sobre casi todos los asuntos de Estado mientras que el clero era el aliado necesario para imponer este dominio. A esta situación se le llama Antiguo Régimen o feudalismo y es usual que el Nuevo régimen se refiera -entre nosotros- a lo ocurrido en Francia durante la llamada revolución francesa.

Bueno interpreta que aunque la nación política es inaugurada precisamente durante esta revolución en Francia a través de la izquierda (los opositores jacobinos), lo cierto es que todas las ideologías que conocemos pueden interpretarse en esta clave de pugna de intereses entre una clase social aristocrática heredera del Antiguo régimen y que hoy en día apenas existe junto con su hijos: la burguesía y el proletariado, las clase sociales emergentes después de la práctica desaparición de aristócratas, reyes absolutistas y clero representantes del orden feudal del antiguo régimen.

Es por eso que Bueno clasifica a las distintas ideologías en este segundo eje, dependiendo de la nostalgia o apego que exista alrededor de este antiguo régimen. Por ejemplo el nazismo alemán y el fascismo italiano son de derechas pero no congruentes con esta idea de trono y altar, sin embargo los tradicionalistas carlistas españoles son de derechas y además muy congruentes con esta idea foralista de tradición, monaquía y religión. Contrariamente a esta idea, Franco, que era de derechas y tradicionalista católico no era fascista, pues el fascismo es incompatible con la religión. En la opinión de Santiago Armesilla, Franco como El General primo de Ribera y Antonio Maura, eran de derechas socialistas (ver este video), una derecha alineada con el antiguo régimen pero orientada hacia una sociedad postindustrial, con una ideología contrarevolucionaria que a través de una cierta implantación de un estado del bienestar con mejoras en el trato a los trabajadores y múltiples inversiones sociales y laborales -que posteriormente fueron copiadas por los partidos socialistas tipo PSOE- trataban de oponerse a la revolución comunista. En este sentido Ramiro Ledesma Ramos era el más fascista de todos los lideres de aquella época mucho más que Jose Antonio Primo de Rivera que en cualquier caso representaría una transición desde el fascismo hacia el catolicismo político. Franco al final reunificó a ambos con la Falange española y de las JONS que al final terminaron por diluirse como el mismo régimen de Franco, pues las derechas socialistas suelen tener este fin, un final anunciado pues no pueden trascender la figura que lo encarnó (en palabras de Santiago Armesilla).

El derecho natural.-

El tercer eje que nos permite clasificar y distinguir unas ideologías de otras es la idea de que existe – o no- un derecho natural que preside la vida de los hombres y que es previo al derecho positivo que emerge del Estado. Los que así piensan y que están tanto a la derecha como a la izquierda, están convencidos de que el fundamento de las decisiones políticas emergen de forma natural del individuo y no tienen en absoluto en cuenta la idea de que el sujeto político es el estado, que todo derecho procede del estado y que no hay ninguna potestad por parte de un individuo o un partido de ejercer ese poder contra la totalidad de los ciudadanos que componen esta colectividad política. El derecho de autodeterminación que propugnan los llamados por Bueno -derecha extravagante- es un buen ejemplo de esta derecha extravagante que componen tanto Bildu, como PNV, PdCat y en nuestro país y Milei en Argentina. En realidad todos aquellos que creen que en virtud de sus sentimientos compartidos con una colectividad tienen derecho a segregarse de toda una comunidad sin contar con la opinión del resto, en este sentido no son partidos (pues los partidos se llaman así porque forman parte de un todo) sino «enteros». Señalar ahora que esta derecha extravagante comparte ciertas características con la izquierda indefinida, por eso algunos partidos se denominan de izquierda sin serlo y por eso se asocian en determinados momentos y para ciertos temas.

De manera que a los que aseguran que Podemos es un partido comunista ya podéis decirles que repasen las lecciones de Santiago Armesilla. Podemos es izquierda indefinida y carecen de un proyecto de Estado , la única izquierda que hoy permite el capitalismo.

Y vale la pena recordar que la nación política es un invento de una izquierda coherente con sus origenes, es decir el socialismo socialdemócrata. La cuarta izquierda definida.

Por eso: porque son muchas izquierdas no es imaginable una coalición entre ellos.

Cómo dejar de ser «progre»

La mayor parte del personal no lo sabe pero la palabra «progre» fue un invento de mi generación. Antes de nosotros no había progres sino falangistas y activistas del Sagrado Corazón. Pero aunque la palabra «progre» ha ido derivando a través de otras acepciones profanas, quiero dejar claro cómo era ser progre en los 60-70.

Un progre era un adolescente que se dejaba el pelo largo, patillas y algunos -los que podían- bigote inglés, los más osados vestían pantalones acampanados y botines, los más contenidos aquellas trincas – color camello- que señalaban hacia una pertenencia de origen. Aunque las señas de identidad de la progresía de entonces fue sin duda la música, pues la nuestra era una progresía estética no política como ahora que se ha convertido todo en ideología. Entonces los homosexuales no eran gays sino poetas y los heteros éramos músicos y tocábamos en un conjunto. No había progre sin conjunto y sin seguidoras, grupys las llamaban.

Quiero decir que los progres de entonces no estábamos interesados en la política, aunque los había en la universidad, en los cine clubs y en algunos colegios de curas, pero eran una minoría adscrita al PCE que fue el único partido que plantó cara a la dictadura, pero nosotros los progres auténticos no estábamos por Marx ni por la URSS sino por King Crimson, Yes y Pink Floyd, esos eran nuestros referentes. Naturalmente los políticos estaban en contra del rock y contra las guitarras eléctricas que creían eran una degeneración burguesa del arte, pero perdieron la batalla contra los progres verdaderos que éramos nosotros, los que quisimos ser progres porque estábamos hartos de obedecer a nuestro padre y lo que de verdad buscábamos era follar con aquellas chicas – igualmente progres pero estrechas- que llevaban minifalda o al menos pantalones de pana y no tomaban anticonceptivos que eso solo lo hacían las francesas. Para eso queríamos la libertad, no como ahora hacen los progres postmodernos que la quieren para quitársela a los demás y nos lo van a prohibir todo, el porno, el folleteo, la prostitución, el tabaco en las terrazas y pronto el alcohol. Pero antes de hacernos progresistas del todo hubo que pasar por las drogas, la musica basura y la cutrez, de repente los tatuajes dejaron de ser cosa de legionarios y toreros y pasaron a ser elementos de referencia para la cultura popular.

La hipergamia no había sido inventada ni el feminismo se había revelado como una ideología deconstructiva de la masculinidad y aun nadie sabía que era eso de LGTBI, había lesbianas que estudiaban filosofía y homosexuales polímatas que se metieron en el cine, en el teatro o en el asunto catalanista y triunfaron como algunos que yo me sé. Pero se trataba de estrategias individuales para tocar poder, poder meter o poder medrar en una sociedad que aun mantenía abiertas todas las posibilidades de ser como una opción vital no encuadrada en ninguna pack ideológico.

Dejé de ser progre allá por los 90 y fue una conversión lenta, para nada una apofanía, yo diría que comenzó con Felipe Gonzalez y el desencanto que me produjo su deriva. Para entonces yo ya era médico y había abandonado la música por completo. estaba en el mundo laboral y vivir en aquel periodo de cambio en el mundo del trabajo y también social supuso una vorágine apasionante, no había tiempo para más. Digerir que los socialistas venían a ser un poco como los demás fue un verdadero trance para muchos de nosotros, fue por eso que poco a poco comencé a interesarme por la psicología evolucionista, es decir volví mis ojos a la naturaleza por ver si alguien podía explicarme porqué las ideas naufragan en cuanto tocamos poder. Como psiquiatra mantuve durante mucho tiempo ideas equivocadas sobre el ser humano, pues mi generación procedía de un ambiente casi metafísico, en lo político y en lo religioso. Y aunque yo no era ni una cosa ni otra he de reconocer que ese entorno modeló mis valores y mi manera de pensar, mi mentalidad. Una mentalidad que podríamos definir como «vivir de espaldas al mal». O de que todos podemos ser rescatados de nuestras equivocaciones.

Nuestro despertar fue con el mal del terrorismo de ETA y con otros terrorismos que cada día presidían los titulares de los periódicos como hoy sucede con las noticias de violencia de genero, que abren los telediarios. Los progres de hoy que creen que son progres pero tanto me recuerdan a aquellos monaguillos que dirigían discursos cargados de moralina en las sacristías de algunas parroquias siempre acompañados de guitarras folk y cánticos de grupo para aligerar las misas . Lo cierto es que nosotros los progres ya estamos vacunados de estos discursos como lo estamos también de forma natural contra las picaduras de los mosquitos

En realidad los mosquitos nos pican a todos, es falsa esa idea de que solo pican a ciertas personas que las atraen por su olor u otra cuestión química. Nos pican a todos solo que algunos reaccionan de forma exagerada a través de una hiperinmunidad de base, mientras que otros son picados pero no reaccionan exageradamente. Pero lo más sorprendente es que existe una memoria celular para las picaduras -la teoría del leucocito residente– significa que a veces la picadura de un mosquito puede hacer brotar reacciones hiperinmunes en otras picaduras anteriores. El individuo cree que ha sido picado por varios, pero en realidad solo ha habido uno, que con su saliva nos ha introducido el recuerdo de lo que en otro momento fue una picadura en tiempo real.

Así descubrí que hay personas pro-inflamatorias y personas anti-inflamatorias. Desde los 60-70 solo me hablo con los anti-inflamatorios y es así que los mosquitos no me pican, no porque me conozcan sino porque estoy vacunado.

En conclusión, la idea de que el mundo camina inexorablemente hacia el progreso y que por tanto ser progresista es la mejor opción, es una idea cuanto menos equivocada. Pero yo estoy más convencido hoy de que no es un error sino una maniobra de masas, una ingeniería social para llevar el mundo a una especie de granja orwelliana donde criar ganado insulso y obediente.

La verdad y sus aristas

No hay que fiarse nunca de las versiones oficiales de los hechos, sobre todo cuando la verdad implicaria entrar en guerra. Es por eso que siempre existen versiones de los hechos trascendentes en la historia de un pais. estas versiones -siempre multiples- están destinadas a ocultar la verdad, tal y como podemos ver en este grafico:

Donde la verdad, -siempre única- es una figura casi imposible en tres dimensiones y que parece ofrecer una sombra de sí misma en cada una de estas tres dimensiones donde ocurre nuestra vida cotidiana.

Un ejemplo de cómo la verdad oficial es una tapadera de lo que realmente sucedió lo tenemos en el hundimiento de Kursk, aquel submarino, joya de la armada rusa. Lo curioso es que la verdad no se quiso admitir, pues de haberlo hecho hubiera sido inevitable un conflicto entre las dos potencias que nos hubiera llevado hacia la III guerra mundial. La hipótesis del accidente interpuesto se llevó el premio, pero ahora sabemos la verdad de lo que sucedió.

¿Qué hubiera sucedido si los rusos admitieran públicamente que los submarinos americanos fueron los causantes del hundimiento del Kursk?

Muy probablemente el asesinato de Kennedy o la autoría del 11-M tienen una explicación similar. Tragar la mentira es mejor que admitir la verdad, aunque todos sepamos que la mentira es mentira o una parte parcial de la verdad. Vivimos pues instalados en la hiperealidad.

La hiperealidad es la realidad que percibimos filtrada por intermediarios (Baudrillard).

Omnipresencia de la información, imperativos mediáticos, violencia cotidiana. En un nuevo estilo de subjetividad característico de la sociedad de la comunicación y el consumo, el sujeto, enfermo de hiperrealidad, urgido a vigilar sus fronteras, evoca la imagen de un sí mismo centrifugado hacia sus bordes y vacío en el centro, arrinconado a una modalidad de rasgos fronterizos aun si ésta es transitoria, defensiva y funcional. Este sujeto siente como principal objetivo la necesidad de frenar cantidades de excitación. (Sonia Abadi)

El corazón helado

Este post contiene spoilers, es decir revela datos de la trama de la novela citada, el lector no deberá seguir adelante con la lectura del mismo sí planea leerla.

Confieso que Almudena Grandes (DEP) no me era nada simpática y que de ella solo leí en su día «las edades de Lulu», una novela erótica como se llevaban en los años 80 y que accedió a un premio casi prefabricado para ella (La Sonrisa vertical). Volví a interesarme por su obra cuando sobrevino aquella polémica en el ayuntamiento de Madrid que pretendía hacerla hija adoptiva o ciudadana excelente o algo así. Después, hasta le pusieron su nombre a la estación de Atocha, una especie de sobreactuación de nuestros políticos madrileños. Pero alguien me aconsejó leer este libro que parece que vaya a helarnos el corazón y vaya si lo congela.

Lo cierto que esta es una gran novela y me importa poco si me era simpática o antipática su autora. Una de las mejores novelas que he leído en los últimos años, una novela llena de literatura de la buena, de hallazgos de estilo, una novela polifónica contada a varias voces, de una riqueza exuberante en la descripción de personajes llenos de matices y de dramáticas subjetividades algunas comprensibles e intuitivas y otras no tanto. En cualquier caso una obra maestra.

Se trata de la historia de dos familias de un mismo pueblo (Torrelodones) con un destino divergente en una España desgarrada por la guerra civil, unos -los rojos- con un destino de exilio y de derrota -Ignacio Fernandez- y otros triunfadores -los fachas de entonces- encarnados por un personaje central, Julio Carrión. Ambos prácticamente de la misma edad y con itinerarios distintos, uno en el exilio por comunista y otro en la División azul con objeto de apuntarse al bando vencedor, después de haber pertenecido a un partido socialista, el JSU.

Familia Carrion (fachas)

Familia Fernandez (los rojos)

La narración de Almudena Grandes señala de manera inequívoca a su querencia de izquierdas, pero resulta que no nació durante la guerra sino en 1960, 9 años mas tarde que yo mismo. de manera que Almudena no vivió durante la guerra civil y el sitio de Madrid y todo lo que cuenta lo saca de su memoria familiar y sus narrativas y de los libros que haya podido leer sobre el asunto que básicamente se desarrolla en el sitio de Madrid. Y no lo digo en tono de critica pues nadie puede renunciar ni a su experiencia ni a su memoria, pero la literatura no es un genero periodístico ni historicista, la literatura no busca la verdad, se trata de ficción, es decir de la suspensión de la realidad (Jesus G. Maestro). Pero si la literatura existe es precisamente porque la realidad y la historia sobre lo que sucedió carecen de sentido. Casi todo en la vida y no digamos en la historia pasada carece de sentido aunque todos nosotros nos ocupamos de encontrárselo y a veces hasta lo conseguimos. Y es por eso que necesitamos a la literatura pues nosotros los humanos lo que necesitamos es sentido. Y Almudena Grandes nos lo da mascado y digerido: el sentido de todo lo que sucedió en la guerra civil es fácil de contar: había unos malos muy malos que se alzaron en armas frente a un régimen -elegido democráticamente- de gente buena muy buena, y muy culta y razonable que no hicieron sino defenderse de forma heroica para rechazar a los moros que venían de Africa con el general Franco. Ellos defendían la democracia y la república, la igualdad y la libertad, y siguiendo algunas de sus frases, «todas las personas decentes eran republicanas». Una frase como esta bien valdría para refutar todo el texto pero recordemos que estamos hablando de una novela y esta explicación que es la de Almudena Grandes -a través de la boca de Alvaro Carrión- es una frase tolerable en una novela pero intolerable políticamente.

En realidad hay quien piensa que la guerra comenzó en Julio de 1936 con el Alzamiento de Franco pero es lo mismo que pensar que todo lo que sucedió en España y Europa pongamos 5 años antes no existió nunca. La República fracasó porque el Frente popular respondía a intereses muy diversos entre los partidos que lo componían, entre otros los intereses soviéticos y alemanes y porque fue incapaz de frenar los abusos, incendios y asesinatos previos a Julio de 1936. No supo o no pudo controlar a las huestes de anarquistas e incontrolados que incendiaban conventos, atacaban a la gente conservadora de derechas o daban paseillos a quien era denunciado por algún vecino envidioso. De manera que la guerra no empezó en 1936, sino quizá en 1931 y desde luego no se trataba de una guerra entre demócratas y autócratas -esa es una versión sencilla para gente sencilla- sino de una guerra multipolar donde los intereses de la URSS, Alemania. El Reino Unido e Italia se dieron cita en España por una confluencia de circunstancias que facilitaron el dislate.

La guerra es el entorno más adecuado para que la gente apolítica se polarice. Evidentemente si yo hubiera vivido en Madrid en 1937-38-39 bajo las bombas del ejercito sublevado y sufriendo el hambre y la carestía me hubiera puesto en contra de quienes me bombardeaban. Si a alguien le matan a un padre, a un hijo o a un hermano en una guerra no dudará en ponerse en contra del agresor y a favor del contrario, como hoy sucede en Ucrania. Para un ucraniano el malo -y no digo que no lo sea- es Putin. Para los madrileños de entonces el malo era Franco, del mismo modo que para los familiares de aquellos que fueron víctimas de aquellos asesinatos llamados paseillos, los malos eran los rojos, sin distinción. Todavía hoy existen descendientes de los crímenes de Paracuellos, habría que hablar con ellos para saber qué piensan de los ejecutores de aquel crimen en masa. Es natural, los seres humanos solo tenemos una experiencia y una memoria, de manera que es inútil poner a pensar a una víctima sobre los recónditos abstractos que explicarían la guerra desde un punto de vista neutral. Las víctimas carecen de neutralidad.

Lo cierto es que fuera quien fuera el fusilado, el paseado, el exiliado o el prisionero, en casi todos los casos (digo en casi todos porque hubo muchos asesinos reales), no existen explicaciones que den sentido a esas muertes. Nadie merecía ser asesinado o ejecutado en un paredón fuera del bando que fuera, si es que leer el ABC, ir a Misa o tener un carnet de UGT es pertenecer a un bando.

Lo cierto es que la mayor parte de españoles no eran de ningún bando, casi nadie militaba en los partidos políticos, en los sindicatos o participaba en la vida política, la gente común era indiferente a la política, y esa es la memoria que yo guardo de mis abuelos que vivieron también esa guerra: gente muy acostumbrada a sufrir estoicamente y a vivir con poco, pero eso si, siempre con el fruto de su esfuerzo. Podríamos decir que el nivel de adhesión política era muy bajo y hay que recordar que España en aquella época era predominantemente rural y que no existían medios de comunicación universales como sucede hoy. La mayor parte de los trabajadores agrícolas eran analfabetos y no leyeron un periódico en su vida. Su nivel de conciencia político era por consiguiente inexistente y esta es la razón por la que el frente popular perdió la guerra, pues el único partido que tenia cohesión organizativa y disciplina era el PCE que fue barrido por un golpe de Estado del que se ha hablado muy poco. Me refiero al golpe del coronel Casado partidario de dar la guerra por perdida frente a Negrín que pretendía -siguiendo las consignas soviéticas- resistir hasta el fin. Casado que triunfó en todo el territorio español liquidó a buena parte de los comunistas combatientes debilitando así el frente de Madrid y en toda la España republicana, de modo que la República tuvo un golpe dentro de sí misma que no procedía del otro bando sino de una escisión interna que tuvo mucha influencia en el desarrollo de la guerra. Para empezar Ignacio Fernandez que era un capitán comunista se vio obligado a exiliarse en Francia después de un largo periplo huyendo tanto de sus compañeros milicianos anarquistas como de los del bando nacional. Y al llegar a Francia le metieron en un campo de prisioneros. Un sin sentido.

Este capitán comunista es sin duda el héroe preferido por Almudena Grandes, un personaje que aparece un tanto mitificado e idealizado, claro que la autora tiene todo el derecho del mundo a elegir a quién idealiza, si lo comento aquí es para señalar que en esta novela hay muchos personajes que idealizan a otros y también personajes que devaluan o condenan a otros. Y ya en clave intencional psicológica voy a hablar de esos personajes que en mi opinión revelan muchos datos de la personalidad de Almudena Grandes.

El dilema moral de Alvaro Carrión.-

Alvaro es uno de los cinco hijos de Julio Carrión, el triunfador, el simpático, el hombre de negocios que se hizo rico robándoles las propiedades a los Fernandez, un buen padre y un tipo excepcional a pesar de que Alvaro nunca quiso ser como él. Hay en toda la novela una contradicción entre el cariño que tiene a su padre y el repudio que le genera ese mundo de los negocios inmobiliarios donde sus otros dos hermanos han logrado encajar perfectamente. Alvaro es físico y profesor universitario, le va bien en su profesión, en su vida y en su matrimonio, pero es rico por poderes y esa riqueza parece que le pesa como una losa. Podríamos decir -poniéndonos freudianos- que Alvaro se siente culpable de vivir tan feliz, una vida organizada y predecible, algo que se vendrá abajo cuando conoce a Raquel Fernandez Perea, nieta enamorada de su abuelo Ignacio y porqué no decirlo, obsesionada por impartir esa especie de justicia privada que llamamos venganza.

¿Pero por qué Alvaro se siente culpable si él no ha hecho nada?

Eso mismo decían los familiares de los miles de fusilados, represaliados, exiliados, expoliados, humillados. «Si él no ha hecho nada», «si nunca se apuntó a ningún partido» » si no sabía qué significaba la palabra fascista a pesar de que le acusaban de ello». Si no había hecho nada.

De manera que la culpa es anterior a la falta como decía Freud, la culpa atraviesa las generaciones en busca de una lucidez, de un querer saber. Se equivocan los curas cuando dicen que uno solo es culpable de lo que hace, que solo podemos pecar individualmente, que no tenemos ninguna culpa de lo que hicieran nuestros ancestros. Todo en el inconsciente parece negar esta idea: la culpabilidad es un sentimiento por poderes, algo que se hereda, como cualquier patrimonio por vía paterna.

Naturalmente Alvaro y Raquel se enamoran, mas que un amor un reencuentro de almas gemelas e invertidas y entre ambos se teje la trama y desteje la memoria, aquí Almudena está magistral en esa oscilación constante entre distintas voces que van aclarándole al lector los antecedentes y el porvenir de lo que está por suceder. Raquel y Alvaro son los verdaderos protagonistas de la novela y los que identifican el presente actual con las cargas que ambos comparten de una vida paralela destinada al encuentro, a una síntesis.

No hay mas remedio que recurrir a «Los miserables» y a la psicología de Jean Valjean, aquel personaje shakesperiano que se debate entre la maldición (de su familia, de ser hijo de quién es) y la redención que procurará a través del amor de Raquel. A ella le pasa un poco lo mismo que a Javert el eterno perseguidor, justiciero de Valjean, que solo puede redimirse a través de Alvaro.

Piense usted ahora ¿qué sentiría si a la edad adulta supiera que su padre había sido un asesino, un ladrón, un delator y que hubiera confiscado los bienes de aquellos que asesinó?

Hay varias soluciones a este dilema:

1.- Negarlo todo, hacer caso omiso a todas las pruebas que se te presenten. Es lo que hace Rafa.

2.- Justificarlo. «eran otros tiempos», «vete a saber qué pasó, etc». Es la posición de Julio.

3.- No querer, saber, no querer ver, no querer oir. Es lo que hace su hermana Clara.

Alvaro opta por saber, por saberlo todo, por buscar explicaciones a todo y a abandonar su posición de comodidad en una familia organizada en torno a la memoria de un padre ideal con varios esqueletos en el armario. Podríamos decir que el único que acomete el parricidio simbólico es el propio Alvaro que será por ello repudiado por su familia que le percibe como una amenaza, pues la verdad siempre es amenazante. Pues Alvaro no se conforma con saber pretende que todos sepan qué pasó, pretende que todos vean lo que él ha visto en un ejercicio de hipermoralidad acusatoria frente a su familia.

Solo así puede perdonar a Raquel y solo así puede Raquel perdonarse a si misma sus intenciones que no eran demasiado honestas e incluso favoreció la muerte de Julio Carrión después de tratar de sobornarle con las pruebas documentales de sus expolios.

En conclusión, una gran novela que tiene muchas lecturas y múltiples interpretaciones solo añadiré que me parece un artefacto poco creíble que Raquel mintiera a Alvaro diciéndole que había sido amante de su padre. No sé usted, pero sí a mí me hace esa confesión una mujer atractiva, inmediatamente me deja de interesar. Hasta ahí me llega a mí la pulsión parricida.

Edipo siempre sobrevuela.

El hijo del chófer

Este post contiene spoilers, es decir revela datos de la trama de la novela citada, el lector no deberá seguir adelante con la lectura del mismo si planea leerla.

«El hijo del chófer» es una novela -más que una novela es una investigación periodística que se lee como una novela- de Jordi Amat y que describe a Alfons Quintá un periodista catalán que fue testigo de una de las épocas mas escabrosas de Cataluña: desde la transición y el acople del nuevo modelo autonómico hasta la caída del incombustible Pujol.

Pero a mi lo que más me ha interesado es la personalidad del susodicho Quintá del que me es posible intuir -siendo como es un personaje a medio camino entre la ficción y la realidad- que se trataba de una personalidad psicopática de la que no es ajena la época en la que vivió, desde el exilio y la vuelta de Tarradellas hasta las conspiraciones de la burquesía catalana para defenestrarle y ¿cómo no? el caso de Banca Catalana donde el Estado -comandado por Felipe Gonzalez- trató de mirar hacia otro lado y dejar impune una de las mayores estafas a sus clientes y al sistema bancario español. Es imposible comprender el fenómeno actual del procés y su deterioro y putrefacción sin escarbar en aquellos antecedentes de corrupción que rodearon aquel tiempo y como las «familias catalanas» llegaron a entretejer una red de favores, alianzas, conspiraciones, corruptelas y delaciones de los que Alfons Quintá, -buen conocedor de su mecánica- llegó a controlar de tal manera que consiguió escalar a los puestos mas relevantes del periodismo catalán, a pesar de no haber podido terminar sus estudios y tener que hacerlo en una segunda oportunidad ya de mayor.

Quintá era hijo de un viajante de comercio y por tanto disponía de un vehículo propio con el que llevaba a Josep Plá a conspirar con Tarradellas en Francia y con sus huestes pretendidamente intelectuales que le cortejaban como a una especie de gurú catalán. Toda su influencia posterior procede de estos cenáculos donde la créme catalana se reunia y pastoreaba a fin de preparar el día siguiente de la muerte del dictador. Quintá era testigo (su padre le llevaba consigo a ciertas reuniones) y fue así como trabó los contactos que le serian tan necesarios en su escalada social. Y todo a pesar de que era un chico bastante incomodo de soportar y al que no le importaba amenazar a unos y a otros para lograr sus objetivos. Eso mismo hizo con Josep Plá a quien eligió para que convenciera a su padre para que le dejara salir al extranjero a la edad de 17 años. En aquella época no se podía obtener el pasaporte sin permiso paterno y Quintá -que había fracasado en sus estudios de Bachiller- pensó en apartarse de la vida académica e instalarse en algún lugar del extranjero. Padre e hijo nunca se llevaron bien pues Josep Quintá era de esos hombres que llevan una doble vida y prácticamente no pasan por casa más que para dormir de vez en cuando. Algo así como si fuera bígamo o mantuviera una segunda esposa y terceras u cuartas, según sus itinerarios de viajante. Alfons probablemente le odiaba por eso pero sin embargo era algo así como su escudero en todos esos círculos que tanta importancia tuvieron para él en el futuro.

Su personalidad era abiertamente psicopática, le gustaba dominar y que todo el mundo se plegara a sus caprichos, era maleducado y violento y trataba de un modo tiránico tanto a las mujeres como a sus empleados. No le importaba traicionar a sus amigos o despedir a los que en un momento determinado le ayudaron. Tampoco le importaba destruir su obra cuando él ya no tenía responsabilidad en ella, era un egocéntrico insoportable. Era un amoral. En el libro de Amat podrá el lector interesado contemplar las escenas más truculentas y explosivas que puede imaginar, hasta el punto que uno se pregunta como es posible que esta persona fuera promocionada a los lugares de élite que llegó a ostentar: director del Pais en Cataluña o diseñador y ejecutor de TV3. Obviamente era un tipo muy inteligente pero también muy destructivo y sobre todo temible, quizá por eso -por el miedo que causaba- y por los secretos que podía albergar sobre casi todo el mundo se le consintió casi todo: hasta Pujol le encargo la puesta a punto de TV3 a pesar de que Quintá fue uno de los acosadores mediáticos en el tema de Banca Catalana hasta que Juan Luis Cebrian pudo quitárselo de enmedio.

Tan maleducado era Quintá que no usaba cuchara sino que bebía la sopa directamente del plato, hacía comentarios indecentes e inoportunos a las mujeres de su entorno y sobre todo padecía de una hiperfagia exagerada. Amat habla de «bulimia», pero no se trata de un trastornos alimentario, pues la bulimia es el resultado de sufrir hambre cuando una persona quiere hacer régimen pero no lo consigue. Es algo así como un mecanismo de reparación del hambre pasada en personas obsesionadas por el peso. Sin embargo en Quintá no había maniobras de compensación sino que su «bulimia» se parece más una falta de control frontal. Si unimos la hiperfagia, con el hipererotismo y los accesos de cólera tenemos un panorama que más bien recuerda a las caracteropatías prefrontales, donde el lóbulo frontal -ejecutivo- parece haber perdido la capacidad de modular, controlar, dirigir e inhibir y la conducta instintiva. El caso me parece recordar al príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, del que hablé aqui y también -como no- el primer Borbón español, Felipe V, el rey loco.

¿Cómo es posible que un personaje así tuviera tanto éxito en el mundo de seny de la burguesía catalana?

Para contestar a esta pregunta recomiendo a mis lectores que vuelen a leer este post sobre la ponerología.

El libro de Amat es interesante por la investigación que ha llevado a cabo, muy sistemática, pero está escrito de forma descuidada y atropellada, tanto que a veces resulta difícil de seguir. Su interés es histórico o si se quiere político, para saber cómo hemos llegado a esto hay que adentrarse en las claves que lo hicieron posible: y una de esas claves es la impunidad con la que ciertos grupos de presión han llegado a tomar todo el poder de sus territorios. La impunidad y porque no decirlo el totalitarismo con el que algunos siguen gobernando despreciando a sus ciudadanos o tratándoles como idiotas.