Saber y no saber

El verbo «saber» es un curioso verbo que damos por sabido en cuanto lo leemos, como si supiéramos a qué se refiere ese infinitivo más allá de lo bien conocido. Sin embargo encierra multiples matices y acepciones, la más conocida de las cuales se refiere a otro infinitivo, «conocer». Saber es conocer, tener un conocimiento o noticia de algo. Es la acepción corriente del verbo «saber» aunque para ser exactos saber es algo que va más allá de conocer algo y que a veces se confunde con poseer alguna habilidad especial, se sabe nadar del mismo modo en que se saben resolver integrales.

El verbo «saber» es pues polisémico.

Otra vuelta de tuerca: pero conocer se refiere más bien a un saber vulgar mientras que saber se refiere a un conocimiento profundo más cientifico por asi decir: el campesino conoce las señales del cielo y puede saber cuando lloverá , se trata de un conocimiento empírico que es algo distinto al conocimiento que tiene el meteorólogo. Podriamos decir que hay un saber próximo que desconoce sus razones y un saber que se sabe a si mismo.

Más vueltas de tuerca: Del mismo modo el verbo saber puede dejar de ser un verbo y transformarse en un sustantivo, entonces se transforma en algo que se posee y que va más allá de un conocimiento cualquiera, ese Saber se identifica con el Poder, con la soberanía o la sabiduría personales, frecuentemente se identifica con algo que señala hacia el carisma, la distinción o el ornato: un saber especial, algo que no es acumulativo como sucede en el experto sino algo que roza lo sobrenatural, lo incomprensible, algo que tiene que ver con la genialidad.

Tintoretto por ejemplo sabía pintar como está bien acreditado, si nos detenemos en contemplar este cuadro de Tintoretto conocido como «Susana y los viejos» podremos profundizar en las sutilidades del verbo saber. Y a plantearnos la antitesis de ese verbo que no siempre coincide con la ignorancia. A veces lo contrario de saber es saber de otra manera. A Hegel y su principio de contradicción habría que olvidarle para saber de otra manera. ¿Hay aun alguien que no tenga contradicciones?

En el cuadro podemos observar una escena mitológica, en este caso de la mitologia hebrea, una historia que nos viene narrada en el libro de Daniel. Podemos ver como Susana se encuentra en un jardin mirándose en un espejo, detras del espejo hay un seto y en sus bordes (ángulo inferior izquierdo y centro izquierdo) hay dos cabezas de viejos que contemplan la escena. El relato bíblico cuenta que Susana fue requerida sexualmente por este par de granujas que la amenazaron con denunciarla ante los jueces si no accedía a mantener trato carnal con ellos.

Es importante señalar que el castigo para una mujer que se muestra desnuda en la Biblia era la muerte, de manera que la denuncia de los viejos hay que tomársela muy en serio. Sin embargo Susana no accedió a las proposiciones ni cedió ante sus amenazas yendo a parar al tribunal donde es precisamente el profeta Daniel quien la defiende con esta frase «yo soy inocente de la sangre de esta mujer».

El argumento de los viejos era desde luego falso pues declararon que habia habido por parte de Susana una provocación al mostrarseles desnuda, el argumento de la defensa de Susana es que no habia habido provocación puesto que ella no sabia que los viejos estaban observando la escena. Al final de la historia los viejos resultan condenados a muerte por falso testimonio.

Pero ¿hubiera habido provocación si Susana hubiera sabido que los viejos la espiaban? ¿El pecado estriba en la provocación o en la exhibición de la desnudez en sí?

Nótese como la culpabilidad o inocencia de Susana pende de un hilo: de si sabía o no sabía que los viejos andaban por alli.

En este post se encuentra la historia al completo.

Una de las cuestiones interesantes de este mito es que contiene dos mitos griegos empaquetados en él, por una parte el mito de Artemisa y por otro el mito de Narciso.

Artemisa tambien como Susana se iba al bosque desnuda con intención de bañarse y allí es observada por Acteon. El castigo por observar desnuda a una diosa es la muerte y Artemisa se las arregla para que Acteón -un cazador con jauría propia- sea devorado por sus propios perros que dejan de reconocerle cuando es transformado en ciervo. Asi el cazador deviene an cazado. Narciso del mismo modo que Susana se recrea en su propia imagen, se encuentra enamorado del amor más que del objeto que lo suscita y es por ello que rehuye el trato carnal con sátiros y ninfas a pesar de ser requerido constantemente por ellos. El castigo le es inflingido por la diosa Afrodita que no tolera que los humanos rechacen el placer sexual.

Susana- sin embargo- no es una diosa sino un mortal por lo que contemplarla desnuda no es un delito. El delito -segun la ley hebrea- es mostrarse desnuda y ese es el argumento que sostienen los viejos, mientras que Susana se defiende con el argumento «no sabia que la estaban observando».

Otro de los vértices de interés de este cuento radica en la existencia del inconsciente.

¿Sabía o no sabía Susana que los viejos la miraban?

Eso es precisamente el inconsciente, la Spaltung original, la escisión entre aquello que se sabe y aquello que no se sabe o que se sabe de otra manera, puede observarse como es la polisemia del verbo saber lo que se encuentra dividido entre consciente e inconsciente, es como si el lenguaje fuera lo que divide al sujeto en dos partes, una que se conoce y se sabe con consciencia de saber (Susana conoce perfectamente las leyes hebreas y su castigo) y algo que no se sabe y de lo que -por tanto- no se es responsable- , en este caso no sabe que está siendo observada.

La pregunta sobre la inocencia o culpabilidad de Susana tiene mucho interés para los jueces que tienen que dictar sentencia en función de este acto de conocimiento. Aun hoy los jueces dictan justicia basándose en esa presunción que hoy se llama dolo, es decir la voluntad de hacer daño a través de un acto. Si Susana sabia o no sabia que los viejos estaban mirando tiene mucho interés juridico pero poco interés psicológico. Desde que sabemos que existe el inconsciente saber y no saber son la misma cosa porque Susana podia saber que estaba sola y simultáneamente saber en otro lugar que la estaban observando. Lo cierto es que si uno va desnudo por un jardin lo más probable es que acaben mirándole si alguien merodea por alli. Eso le sucedió a Susana y a Artemisa, unos espectadores las descubrieron, algo que no hubiera sucedido si se hubiera mirado en el espejo en su propia alcoba o si la diosa hubiera decidido bañarse en el Olimpo.

Estar desnudo es pues algo distinto a exhibirse desnudo. No es delito desnudarse, lo que la ley bíblica pone de manifiesto es que el delito está precisamente en la exhibición de la desnudez, claro que hoy esta historia nos parece banal, pues el desnudo ha dejado de ser un tabú. Asi y todo el desnudo sigue manteniendo relaciones y vinculos con lo sagrado y lo siniestro, notese por ejemplo esta fotografia de Steven Speliotis a medio camino entre el arte y la pornografia, es de observar como el deseo a veces debe asomarse a la pulsión para llenar el tanque de gasolina:

Un tabú es según Bataille una prohibición que se acata en nombre de lo sagrado, es decir en nombre de lo incognoscible, en este caso la ley de la Torá. Hay una ley que prohibe la desnudez y que se acata en nombre de la revelación o enseñanza de algun libro sagrado. Sin embargo el desnudo es fascinante para los hombres sobre todo el desnudo de la mujer, no voy a entretenerme a nombrar la gran cantidad de desnudos de todas las épocas que han guiado la mano de artistas y pintores, pero quiero señalar que Tintoretto pintó este cuadro en el Renacimiento, es decir en una época donde el desnudo era considerado un pecado infame de manera similar al entorno bíblico que le sirve de referencia. Es por eso que los pintores tomaron como pretexto temas mitológicos o religiosos para legitimar sus desnudos siempre mal vistos por los vigilantes del deseo.

El deseo humano es como un rio o mejor como un automovil, debe circular siempre en presencia de prohibiciones, circular por la derecha, detenerse en los semáforos en rojo, no sobrepasar determinada velocidad, ceder el paso a los que llegan por la derecha o no consumir alcohol durante la conducción. Estas prohibiciones forman parte de lo que conocemos como código de la circulación. Algunas de estas prohibiciones son arbitrarias y otras francamente ineficaces, algunas injustas según se mire, pero el deseo lleva su propio motor y es por eso que los seres humanos disponemos no solo de códigos juridicos y preceptos morales, religiosos o éticos sino tambien de un mecanismo que funciona de forma automática e inconsciente. A ese mecanismo le llamamos represión.

Hay algo en el deseo humano que ha de sacrificarse, algo en el placer individual qu resulta peligroso para la convivencia colectiva y ese algo tiene que ver con la sexualidad. Lo que se reprime es ese impulso que llamamos pulsión en castellano y trieb en alemán, otra palabra polisémica que nombra tanto el impulso (si es masculino) y el brote si es femenino.

Lo que brota en el cuadro de Tintoretto y en el deseo de Susana y en el de Artemisa es el deseo de mostrarse desnuda, esa es la pulsión que se encuentra reprimida y que apenas puede llegar a entreverse en la escena del jardín y el seto.

No existe pues la inocencia psicológicamente hablando de Susana, ella quiso mostrarse a la mirada de un otro, aunque en ese caso no pudo elegir sobre las consecuencias de la acción de los ancianos.

Y lo que eligió fue la transgresión, aquello que hacemos guiados por el deseo y que contiene un germén de subversión frente a aquellas prohibiciones que son efectivamente injustas.

Deseo de poder, poder de deseo

Fue Shopenhauer -creo- el primero que lo dijo adelantándose a Nietzsche y al propio Freud: que hay algo en el instinto humano que le impulsa hacia el dominio de los otros y -al mismo tiempo- que hay algo en los otros que les impulsa a dejarse dominar por el uno. Más tarde Freud unificó ambas tendencias en su teoria libidinal: efectivamente para Freud poder y sexo son la misma cosa refundida en eso que llamamos deseo en todas sus formas. Desde entonces sabemos que cualquier deseo es sexual o potestad y que en el sexo hay relaciones de poder y en el poder un goce sexual, que llamamos poderío y en otras ocasiones soberanía. Shopenhauer hablaba de voluntad, lo que hoy diriamos el poder del deseo.

De eso va la vida: siempre en persecución y discriminación de estas sutiles diferencias.

El deseo de poder adquiere tres formas fundamentales:

  • El deseo de diferenciarse de los demás, de ser alguien distinto y de ser reconocido como tal, alguien único e irrepetible.
  • El deseo de poseer cosas, bienes o dinero.
  • El deseo de dominar, gobernar a los otros, enseñarles, gestionar su vida, aconsejarles o influir en ellos.

De manera que podemos resumir el poder en tres infinitivos: distinguirse, dominar y poseer.

De eso va el poderío y de ahi su indiferenciación con respecto al sexo que de alguna manera crece enroscado de ese eje de torsión que llamamos poder. Lo dijo Foucault en este espléndido texto:

Ejercer un poder que pregunta, vigila, acecha, espía, excava, palpa y de otro lado el placer de huir, engañar o desnaturalizar. Poder que se deja invadir por el placer de dar caza y frente a él placer que se afirma en el poder de mostrarse, escandalizar o resistir.

Después de Freud fue, precisamente, uno de sus discípulos Alfred Adler el que retomó la vieja idea de Shopenhauer para desmentir la teoria de su maestro renegando de la condición sexual de eso que llamamos hoy «deseo de poder». Adler tenía como Jung y otros discípulos de Freud el deseo de contradecir a Freud, es lo que sucede cuando las relaciones de poder se extralimitan y Freud evidentemente se extralimitó en su dominio y control de algunos de sus discípulos, nombraré además de los anteriores a Tausk y a Reich que terminaron bastante enloquecidos por su estrecha y desafortunada relación con Herr Profesor.

Aquellos que quieran cotillear sobre la vida interna del circulo psicoanalítico de Viena deben leer este libro donde Paul Roazen cuenta la secreta relación entre Freud y Victor Tausk que terminó con el suicidio de éste ultimo.

Lo que sucede con el poder es que nos parece tan obsceno que todos tendemos a renegar de él como si no nos importara. Asi como las pulsiones sexuales están sometidas a la represión, el poder no se reprime, simplemente se reniega de él o se suprime, se mira hacia otro lado, después de todo, de no ser por las relaciones jerárquicas de nuestro trabajo para la mayor parte de nosotros es posible hacernos los ciegos. Lo que le da al renegado cierto tufillo de hipocresia eclesial, algo que se transmite y que llamamos envidia en términos coloquiales y a veces también mansedumbre, esa especie tan remilgada de sujetos parroquiales que parecen obedientes y que siempre se salen con la suya.

La razón de ese tufillo hipócrita está relacionado con el hecho de que el mundo está gobernado por relaciones de poder, por relaciones de obediencia y de dominio, algo que conocemos bien desde la infancia y que combatimos con llantos y rabietas, a veces con rebeldía y otras con resignación. Ni los epicureos, ni los cínicos ni los anarquistas han terminado de resolver el problema que sobreincluye una enorme paradoja: «ni Dios, ni patria, ni rey» es un deseo que acaba designando a un lider carismático que termina convirtiéndose en Dios, encarnando a la patria o convirtiéndose en un reyezuelo. Hay un Rubicón que no debe cruzarse en esa busqueda de poder a través de cualquier tipo de deseo, el riesgo es que uno acabe identificándose con ese poder al que pretende suprimir o lo que es peor: acabe creyendo que se es Dios o Napoleón, no importa.

Y es que hay algo en el deseo de poder que es necesariamente megalomaníaco u omnipotente y que deriva hacia la paranoia donde ese poder oculto  termina convirtiéndose en perseguidor o en la histeria esa mascarada reinvindicativa a través de las quejas médicas, busqueda de indeminizaciones o fundación de asociaciones de defensa de un determinado padecimiento raro, de esos que los médicos no sabemos curar. Pues de eso se trata en la histeria: de hacernos fracasar.

Lo que el histérico no sabe es que es precisamente su pensión lo que alimenta el sistema, su invalidez administrativa la que le vuelve a dar la razón a la medicina, detrás de diagnósticos exóticos se esconden las razones por las que el poder médico transforma la vindicación en etiquetas administrativas. Y vuelta a empezar: la reivindicación histérica o paranoide vuelve a dejar el desafío a la autoridad en un punto muerto, la oficina de reclamaciones en que se suelen convertir las consultas médicas devuelven al histérico a la verdadera naturaleza de las cosas, después de todo el poder existe en realidad y usted sólo tiene dos opciones obtener poder o acatar al poder.

Pero no hay que confundir tener poder con ocupar el poder o lo que sería peor: creerse el Poder. Hay muchas personas que ostentan cargos de poder, porque se han instalado debido a sus habilidades, méritos o suerte en las intersecciones del poder, en los pasillos de las decisiones. Pero este poder tiene escaso valor de soberanía personal, el verdadero poder es aquel que nos permite eludir las consecuencias de nuestras transgresiones y ejercer nuestra libertad y seguir deseando, la única forma de escapar de la angustia, la culpa, el vacio o el marasmo emocional. Vivir la vida con intensidad ejerciendo nuestro deseo y desplazándolo de aqui para allá. El verdadero poder es aquel que da cuenta del deseo y no termina en comisaría.

La mayor parte de la gente se conforma con la pensión, poder de un deseo que lleva implicita al mismo tiempo la destrucción del deseo de poder, su intercambio mercantil.

Pero entonces ¿qué hacer?

No hay más remedio si quieren ustedes conservar la salud mental que:

  • Distinguirse y diferenciarse del común de los mortales.
  • Dominar en algun ámbito de su vida, ejercer un cierto control sobre algo o alguien.
  • Tener la obligación de hacer la renta de patrimonio.

Ya está demostrado: los pobres tienen muchos mas boletos para tener una mala salud que los ricos, sobre todo en lo que respecta al malestar mental. Es verdad que hay ciertas enfermedades que muestran un sentido inverso (son más frecuentes en los ricos), pero esto hay que contemplarlo de forma provisional. Los pobres acaban copiando las lacras de los ricos y llega un momento en que la cosa se iguala, las enfermedades de las élites son ya de consumo popular, tal y como ha sucedido con los trastornos alimentarios (anorexia y bulimia). Hay algo maligno en esa tendencia del deseo humano, uno incluso puede llegar a enfermarse con tal de tener lo que tiene el vecino. Es inutil negarlo, sin poder no hay paraiso.

Ser pobre no es lo peor, parece que lo peor de todo es sentirse pobre. Es decir saber que uno no tiene ningún poder ni podrá alcanzarlo jamás. Y abdicar.

Bibliografia:

Fernando Colina: «Deseo sobre deseo»

Francisco Traver: «Un estudio sobre el masoquismo»

El mono enamorado de James Taylor

Quizá el mono más famoso de todos fue aquel al que Desmond Morris pusó por nombre «El mono desnudo» uno de esos libros de culto que se vendieron como rosquillas en los setenta. Después vinieron otros monos de manos de otros divulgadores y antropólogos que nos venian a recordar lo emparentados que estamos con nuestros primos los simios. Seguramente hacía falta enfatizar estas cuestiones etológicas porque en aquel entonces aun creíamos que eramos más parientes de los angelitos y de los serafines que de los animales, pero la moda no se ha detenido, tenemos dos nuevas entregas de esta mania primatológica, uno viene de manos de un español que se llama Jose Antonio Campillo que ha escrito un libro sobre nuestra mania de comer como cerdos. Y es que en realidad como ellos somos tambien omnívoros. «El mono obeso» se llama esta nueva entrega y hasta tiene una web donde nos enseñan a comer como personas que somos o deberiamos ser.

Con todo la última entrega de monos que quiero nombrar aqui es la de Robert Sapolsky. Para aquellos que aun no sepan quien es esta adorable criatura les diré que es uno de esos sabios que antes que sabios fueron hippyes y estuvieron fascinados por la musica de James Taylor, hasta que permutaron la guitarra por el microscopio y asi hasta hoy.

Hasta Punset le ha entrevistado, podeis ver su entrevista aqui, en esta entrega titulada, «Estrés y placer: extremos encontrados».

Aclararé enseguida que Sapolsky es de los neurobiólogos que mas saben sobre estrés y que tiene un libro clarificador y divertido titulado, «Por qué las cebras no tienen ulcera» donde nos explica porque los herbivoros tienen tanta resistencia al estrés a pesar de pasarse la vida escapando de los depredadores y tambien el por qué nosotros verdaderos depredadores tenemos tantas enfermedades digestivas, cardiovasculares y psiquiátricas dependientes de «un quitame alla esas pajas», o sea que somos muy vulnerables al estrés al contrario de las cebras, parece.

El asunto es que Sapolsky ha querido unirse a esa troupe de divulgadores que ganan dinero haciendo que nuestro origen simiesco nos parezca divertido, algo que no es para tomarse a broma, y en su ultimo libro ha tomado la vieja idea de Desmond Morris, no para enfatizar nuestra falta de vello sino para explorar nuestra mania por enamorarnos u odiar, preferir o detestar que es un poco lo mismo pero puesto del revés. Y es por ello que ha publicado «El mono enamorado«. Uno de esos libros donde cada capítulo puede leerse por separado y que son ideales para los estreñidos o para irse a dormir en la evidencia de que lo que leeremos mañana en nada implica a lo que leemos hoy. Dicho de otra manera que tiene como la estructura de un blog y uno se pregunta por qué Sapolsky no escribe todas esas cosas tan ingeniosas de forma gratuita como hacemos lo demás.

Hasta lo busqué, pero no, Sapolsky cobra hasta para escupir y no tiene blog pero si tienen web (no faltaria mas) en la universidad de Stanford.

Una de las cosas ingeniosas que dice Sapolsky en este libro (elijo una al azar del capitulo titulado «Se abre la veda») es que nuestros gustos tienen ventanas plásticas para establecerse de modo definitivo en nuestra vida, algo asi como que hay cosas que nunca se olvidan cuando se aprenden en el momento que toca, vamos. Sapolsky ha elegido tres cosas y las ha investigado con rigor, como hacen los científicos, con encuestas, estadísticas y promedios. Se empeñó en saber por qué la musica que oian sus asistentes a él no le decia nada y por qué sus jóvenes colaboradores no disfrutaban con la misma música que él, forofo de James Taylor y Crosby Stills y Young (o sea un chico de mi edad más o menos).

Lo que descubrió le dejó asustado de su reaccionarismo: al parecer la ventana plástica del gusto para la música se cierra definitivamente a los 35 años aproximadamente. Significa que después de esa edad nuestra exploración por lo nuevo en el terreno musical queda enmudecido por nuestra tendencia a la repetición de lo conocido, de lo familiar, que es siempre lo que aprendimos a que nos gustara hasta esa edad. Conmovido por el hallazgo se empeñó luego en averiguar que pasaba con nuestros gustos gastronómicos y se le ocurrió rastrear las probabilidades de que un anciano coma por primera vez en su vida el sushi por ejemplo, una especie de anguila japonesa cruda.

La probabilidad es muy baja, como cabia esperar, al parecer la ventana plástica para el gusto gastronómico se cierra hacia los 40 años, un poco más tarde que en el caso de la música pero que parece seguir esa tendencia neurobiológica que asocia juventud con exploración y madurez con la fascinación por la repetición.

Luego se le ocurrió ir más allá y se empeñó en saber algo sobre el piercing, ciñéndose al piercing de lengua, genitales y mamas. Lo que encontró fue aun más curioso, hacia los 23 años se cierra la ventana plástica para experimentar con los orificios del cuerpo, de manera que si sus hijos aun no han llegado a esa edad tengan un poco de paciencia si quieren horadarse los pezones. Segun Sapolsky una vez se cruza esa frontera de los 23 años es muy poco probable que alguien se perfore la lengua, el riesgo está al parecer en esa peligrosa edad entre los 18-23 años. Ah!

La posibilidad es la misma que a mis hijos les gusté James Taylor tanto como a Sapolsky y a mi, pero ahora ya tenemos la evidencia cientifica. El libro vale 16 euros y leer mi blog es gratis ¿Comprenden?

Lo retro

Un paradigma es un principio supra o metalógico de organización del pensamiento: un principio oculto que organiza y gobierna nuestra visión de las cosas sin que tengamos demasiada conciencia de ello, a veces adquirimos conciencia precisamente por la repetición del motivo, es por eso que en los sueños hay imagenes multiplicadas como también en el erotismo, clones iguales a uno mismo o al deseo.

Algo que coincide enteramente con eso que en términos vulgares llamamos el gusto.

Y a mi me gusta lo retro, es mi paradigma erótico, siento una especie de fascinación por ese tipo de estética y debe ser -Freud lo aseguraría- porque estas mujeres que aparecen en estas fotografias son las mujeres que espié durante mi infancia, en esos momentos y lugares donde los niños acceden como visitantes inocentes pero voyeurs. Y nada hay menos inocente que la mirada de un niño, ese perverso polimorfo que mira y desguaza a la mujer parcializándola en tetas, culos, zapatos y velos.

Pues son los velos los que separan el arte de la ginecología, de la pornografía, la exploración de lo evidente, más allá de la intimidad del dormitorio.

Pues la mirada de los hombres no quiere ver, no puede apresar toda la inmensidad de la mujer, y no quiere saber, esa es la esencia del erotismo, su cualidad de fechoría, de denegación, de saber sin saber.

Nada que ver con las chonis que ahora se llevan, esas tetas siliconadas, esos pubis quirúrgicos y despiojados, esa «profesionalidad fingida», esas miradas vacuas a la cámara fingiendo ser el objeto del deseo de todos los hombres, ese puterío infantil.

Por el contrario estas señoras, pues señoras parecen mas que chonis, tienen el aspecto de amas de casa posando para un marido camionero, para un marine desaparecido en las selvas del Pacifico, para un obrero de la construcción.

Obsérvese como esta aun guarda la fotografia de su marido-soldado patrullando el dormitorio mientras ella se fotografia para él, una fotografia para aliviarse en el frente:

Su picardía ingenua las hace reconocibles e incluso domésticas, bordeando el fetiche superviviente en todos los deseos masculinos, las medias, el espejo que duplica la imagen y sobre todo los pechos.

Pues ellas se ofrecen al deseo de los hombres, antes y ahora, se ofrecen al Deseo.

Pechos en rebeldia y pechos multiplicados como en esta fotografía donde ellas parecen haber sustituido una reunión de vecinas para comprar Tuperwares por una sesión colectiva de porfía femenina. ¿Quién los tiene mas grandes?

Delicioso.

Se trata de pechos imperfectos pero precisamente por eso adorables y que contrastan con los pechos de la actualidad insertados siempre en un cuerpo demasiado escuálido para mantener erguido tanto volumen. El cuerpo de la mujer ha mutado desde estas modelos creibles hasta los cibercuerpos imposibles de nuestras chonis de turno. Es paradójico que las mujeres se operen el pecho añadiéndose volumenes cuando no comen lo suficiente para asegurarse una buena dosis de estrógenos, pues son los estrógenos los que hacen crecer los pechos, digo yo, como en esta modelo que amenaza con inundarnos de hormonas.

Esos pechos adorables de las mujeres de antes de mirada ingenua que tanto nos gustan a los hombres de ahora acostumbrados al sucedáneo.

No hay sexualidad perversa o normal sino que la sexualidad es en sí misma perversa, de lo contrario sólo alcanza el estatuto de un contrato mercantil o de lo obsceno que es otra cosa.

El deseo vertiginoso del otro

Seguramente » Vértigo» es una de esas películas cuyo guión no se sostiene demasiado en pie por sí mismo, o es más bien efectista, banal o incongruente pero el producto que sale del laboratorio del genio, en este caso Hitchcock es una obra de arte. Hitchcock se inspiró en una novela titulada «De entre los muertos» escrita por un tal Boileau que contiene algunas diferencias con la obra cinematográfica. Para empezar Scotty, el detective encarnado por James Stewart es impotente en la novela mientras que en la película este dato no se le brinda al espectador sino a través de la simbologia fálica de todo el decorado, torres, escaleras, bastones, alturas, caidas, desvanecimientos, etc tan omnipresente en el cine de Hitchcock.

Es curioso como este actor, James Stewart, contiene en su físico y en su personalidad todos estos resortes que seguramente eran una obsesión para el propio Hitchcock y no tanto del magnífico Stewart, un antihéroe, de esos que todos hubieramos deseado tener como hermano mayor. Hitchcock explota este aspecto vulnerable y tierno como el de un monaguillo perverso a James Stewart tanto en esta pelicula como en «La ventana indiscreta» donde tiene que vérselas nada más y nada menos que con Grace Kelly tratando de llevarlo al huerto y haciendo el mismo papel de huidizo o impotente varón.

Aqui tampoco tiene a una partenaire cualquiera sino a la potente e imponente Kim Novak un prodigio sexual de aquellos que tanto miedo daban a los hombres de los años 50 y que temian dar un gatillazo (antes de que se inventara el Viagra); eso parece que le pasa a James Stewart (Scotty en la pelicula), un detective traumatizado por la muerte de un compañero al que no pudo ayudar por su horror a las alturas. Un temor que trata de vencer apoyándose en una especie de amiga que hace las veces de terapeuta no logrando grandes avances en su fobia a pesar de su esfuerzo por exponerle a lo temido.

Es curioso como el psicoanálisis ha tenido más éxito en el mundo del arte que en el mundo de la ciencia. No hace falta decir que el cine de Hitchcock está lleno de referencias psicoanalíticas tanto de forma directa como en «Recuerda» con aquellas escenas de sueños fantásticos imaginadas por Dalí o de forma indirecta en casi todas sus peliculas, como en «Rebeca», «Los pájaros» o en esta misma que me ocupa ahora «Vértigo«, una pelicula que tiene más interés psicoanalítico que el guión o la historia en sí misma que es más bien inverosimil.

En esta novela de Slavoj Zizec se encuentran algunas claves del cine de Hitchcock a la luz de los desarrollos postfreudianos propiciados por Jacques Lacan y donde podemos observar y reflexionar acerca de cómo lo imposible y lo prohibido acaban fundiéndose en lo inalcanzable que precisamente por situarse en el campo del deseo termina por tomar el mando de la conducta humana: se trata del Gran Amo al que no podemos rendir sino pleitesía.

En este articulo podemos profundizar más en la mirada, el ojo y la función del cine en intersección con el psicoanálisis.

Y en esta otra hay una antología de la obra de Zizec.

En este post ya abordé el tema del fetichismo en Hitchcock de manera que en esta ocasión me voy a ceñir a la historia que narra en «Vértigo» y que no es otra cosa sino el tema de la alteridad en cuanto al deseo femenino y que lleva colgando otro tema ¿es la muerte un limite para el amor? y este otro ¿a quién se ama cuando se ama?

Kim Novak encarna en esta película a dos mujeres diferentes, Madeleine y Judy, la primera es la esposa de un mandamás que contrata a Scottie para que la siga porque sospecha que su mujer está poseída por el espiritu de su abuela. En realidad todo es una trampa para convertir al ingenuo Scottie en cómplice indirecto de una trama donde Madeleine será asesinada simulando un accidente. Pero en realidad Madeleine no es Madeleine sino una actriz contratada para llevar a cabo el engaño: Judy no es sino una impostora que desempeña un papel, el papel de Madeleine, pero da la casualidad de que Scottie caba obsesionándose con Madeleine y enamorándose de ella llegando a creer que está realmente poseida por el espiritu de su abuela. Scottie no sabe muy bien a qué atenerse puesto que su amor por Madeleine parece enmascarar su amor por la muerta abuela. Sea como sea a través de esta relación que llega a mantener relaciones sexuales con Madeleine, eso parece querer decirnos Hitchcock al menos.

Pero al parecer Madeleine ha muerto y Scottie no puede hacer otra cosa sino buscarla a través de todas las mujeres de S. Francisco, ¿como renunciar a quien habia sido capaz de reanimar a un muerto? Scottie trata de resucitarla de entre los muertos y es asi como descubre a alguien que se le parece, se trata de Judy una actriz de poca monta que accede poco a poco a los deseos de Scottie que no son otros sino conseguir en ella una transformación que le devuelva a Madeleine. Al principio se resiste pero Scottie -dominante- la fuerza a seguir en ese camino de transformación, en donde ella al final de un retoque definitivo en su peinado acaba identificándose con la muerta a la que Scottie ama.

Vale la pena ver esta escena, una de las más bellas de la historia del cine, por la iluminación y por la banda sonora que la acompaña, Judy parece emerger de entre los muertos, en una escena que remeda lo sobrenatural más que lo onírico. Kim Novak espléndida se ofrece al sacrificio del deseo de Scottie identificándose con la muerta como aceptando la idea de que el amor de Scottie se encuentra más allá del mundo de los vivos. Ella se identifica con la muerta, es la muerta y por eso debe morir, para ser amada en esa especie de repetición fatídica que parece querernos decir que la función del Todo es que todo retorne a su origen o que el deseo humano atraviesa el objeto de tal modo que se sitúa más allá de él.

Karma y repetición, instinto de muerte o compulsión repetitiva.

¿A cambio de qué?

El arte muere, en realidad es asesinado en el cine donde cada creación adquiere una forma humana como si esas formas existieran en realidad, Kim Novak es el asesinato de su verdadero Yo en la pira de su profesionalidad de actriz. Como en el mito de Pigmalión la obra muere al ser transformada en humana, deja de ser un ideal y se transforma en un ser humano dotado de una insoportable subjetividad propia, ese es precisamente el drama de Pigmalion, al menos en la versión de Bernard Shaw. A cambio de la vida de Judy Scottie recuperará su hombría y se libera de su fobia, un efecto Pigmalión invertido.

Como en el ensayo de Victor Stoichita hay que preguntar a Ovidio:

El simulacro es un objeto hecho, un artefacto, capaz de producir un efecto de semejanza y de enmascarar la ausencia de modelo con la exageración de su propia hiperrealidad. Este ensayo se interesa por la imagen que de repente se percibe poseyendo una existencia propia. Según el autor, el simulacro arranca del mito de Pigmalión, el escultor chipriota que se enamoró de su obra, a la que, en un rasgo de magnanimidad, los dioses le otorgaron vida. Nace así un ser extraño, un artefacto dotado de alma y cuerpo. La historia de Pigmalión se revela como un relato fundador que tematiza el triunfo de la ilusión estética; su argumento es el arte de ocultar el arte, del cual, según Ovidio, Pigmalión tenía el secreto. El efecto Pigmalión nace en un texto muy astuto: las Metamorfosis de Ovidio. En él la animación se confía a los poderes del texto y sólo del texto. Pero será con la irrupción de la imagen en movimiento, es decir, de la imagen fílmica, cuando se podrá, por fin, responder a las necesidades exigidas por las prácticas de animación de la estética moderna, prácticas no exentas de desafíos de orden técnico e incluso de un atisbo de brujería. Precisamente es en el umbral de la traslación cinematográfica del mito de Pigmalión, tal y como Alfred Hitchcock lo aborda, donde termina este magnífico ensayo.

Simulacros: de Ovidio a Hitchcock tomado de esta web