Saber y no saber

El verbo «saber» es un curioso verbo que damos por sabido en cuanto lo leemos, como si supiéramos a qué se refiere ese infinitivo más allá de lo bien conocido. Sin embargo encierra multiples matices y acepciones, la más conocida de las cuales se refiere a otro infinitivo, «conocer». Saber es conocer, tener un conocimiento o noticia de algo. Es la acepción corriente del verbo «saber» aunque para ser exactos saber es algo que va más allá de conocer algo y que a veces se confunde con poseer alguna habilidad especial, se sabe nadar del mismo modo en que se saben resolver integrales.

El verbo «saber» es pues polisémico.

Otra vuelta de tuerca: pero conocer se refiere más bien a un saber vulgar mientras que saber se refiere a un conocimiento profundo más cientifico por asi decir: el campesino conoce las señales del cielo y puede saber cuando lloverá , se trata de un conocimiento empírico que es algo distinto al conocimiento que tiene el meteorólogo. Podriamos decir que hay un saber próximo que desconoce sus razones y un saber que se sabe a si mismo.

Más vueltas de tuerca: Del mismo modo el verbo saber puede dejar de ser un verbo y transformarse en un sustantivo, entonces se transforma en algo que se posee y que va más allá de un conocimiento cualquiera, ese Saber se identifica con el Poder, con la soberanía o la sabiduría personales, frecuentemente se identifica con algo que señala hacia el carisma, la distinción o el ornato: un saber especial, algo que no es acumulativo como sucede en el experto sino algo que roza lo sobrenatural, lo incomprensible, algo que tiene que ver con la genialidad.

Tintoretto por ejemplo sabía pintar como está bien acreditado, si nos detenemos en contemplar este cuadro de Tintoretto conocido como «Susana y los viejos» podremos profundizar en las sutilidades del verbo saber. Y a plantearnos la antitesis de ese verbo que no siempre coincide con la ignorancia. A veces lo contrario de saber es saber de otra manera. A Hegel y su principio de contradicción habría que olvidarle para saber de otra manera. ¿Hay aun alguien que no tenga contradicciones?

En el cuadro podemos observar una escena mitológica, en este caso de la mitologia hebrea, una historia que nos viene narrada en el libro de Daniel. Podemos ver como Susana se encuentra en un jardin mirándose en un espejo, detras del espejo hay un seto y en sus bordes (ángulo inferior izquierdo y centro izquierdo) hay dos cabezas de viejos que contemplan la escena. El relato bíblico cuenta que Susana fue requerida sexualmente por este par de granujas que la amenazaron con denunciarla ante los jueces si no accedía a mantener trato carnal con ellos.

Es importante señalar que el castigo para una mujer que se muestra desnuda en la Biblia era la muerte, de manera que la denuncia de los viejos hay que tomársela muy en serio. Sin embargo Susana no accedió a las proposiciones ni cedió ante sus amenazas yendo a parar al tribunal donde es precisamente el profeta Daniel quien la defiende con esta frase «yo soy inocente de la sangre de esta mujer».

El argumento de los viejos era desde luego falso pues declararon que habia habido por parte de Susana una provocación al mostrarseles desnuda, el argumento de la defensa de Susana es que no habia habido provocación puesto que ella no sabia que los viejos estaban observando la escena. Al final de la historia los viejos resultan condenados a muerte por falso testimonio.

Pero ¿hubiera habido provocación si Susana hubiera sabido que los viejos la espiaban? ¿El pecado estriba en la provocación o en la exhibición de la desnudez en sí?

Nótese como la culpabilidad o inocencia de Susana pende de un hilo: de si sabía o no sabía que los viejos andaban por alli.

En este post se encuentra la historia al completo.

Una de las cuestiones interesantes de este mito es que contiene dos mitos griegos empaquetados en él, por una parte el mito de Artemisa y por otro el mito de Narciso.

Artemisa tambien como Susana se iba al bosque desnuda con intención de bañarse y allí es observada por Acteon. El castigo por observar desnuda a una diosa es la muerte y Artemisa se las arregla para que Acteón -un cazador con jauría propia- sea devorado por sus propios perros que dejan de reconocerle cuando es transformado en ciervo. Asi el cazador deviene an cazado. Narciso del mismo modo que Susana se recrea en su propia imagen, se encuentra enamorado del amor más que del objeto que lo suscita y es por ello que rehuye el trato carnal con sátiros y ninfas a pesar de ser requerido constantemente por ellos. El castigo le es inflingido por la diosa Afrodita que no tolera que los humanos rechacen el placer sexual.

Susana- sin embargo- no es una diosa sino un mortal por lo que contemplarla desnuda no es un delito. El delito -segun la ley hebrea- es mostrarse desnuda y ese es el argumento que sostienen los viejos, mientras que Susana se defiende con el argumento «no sabia que la estaban observando».

Otro de los vértices de interés de este cuento radica en la existencia del inconsciente.

¿Sabía o no sabía Susana que los viejos la miraban?

Eso es precisamente el inconsciente, la Spaltung original, la escisión entre aquello que se sabe y aquello que no se sabe o que se sabe de otra manera, puede observarse como es la polisemia del verbo saber lo que se encuentra dividido entre consciente e inconsciente, es como si el lenguaje fuera lo que divide al sujeto en dos partes, una que se conoce y se sabe con consciencia de saber (Susana conoce perfectamente las leyes hebreas y su castigo) y algo que no se sabe y de lo que -por tanto- no se es responsable- , en este caso no sabe que está siendo observada.

La pregunta sobre la inocencia o culpabilidad de Susana tiene mucho interés para los jueces que tienen que dictar sentencia en función de este acto de conocimiento. Aun hoy los jueces dictan justicia basándose en esa presunción que hoy se llama dolo, es decir la voluntad de hacer daño a través de un acto. Si Susana sabia o no sabia que los viejos estaban mirando tiene mucho interés juridico pero poco interés psicológico. Desde que sabemos que existe el inconsciente saber y no saber son la misma cosa porque Susana podia saber que estaba sola y simultáneamente saber en otro lugar que la estaban observando. Lo cierto es que si uno va desnudo por un jardin lo más probable es que acaben mirándole si alguien merodea por alli. Eso le sucedió a Susana y a Artemisa, unos espectadores las descubrieron, algo que no hubiera sucedido si se hubiera mirado en el espejo en su propia alcoba o si la diosa hubiera decidido bañarse en el Olimpo.

Estar desnudo es pues algo distinto a exhibirse desnudo. No es delito desnudarse, lo que la ley bíblica pone de manifiesto es que el delito está precisamente en la exhibición de la desnudez, claro que hoy esta historia nos parece banal, pues el desnudo ha dejado de ser un tabú. Asi y todo el desnudo sigue manteniendo relaciones y vinculos con lo sagrado y lo siniestro, notese por ejemplo esta fotografia de Steven Speliotis a medio camino entre el arte y la pornografia, es de observar como el deseo a veces debe asomarse a la pulsión para llenar el tanque de gasolina:

Un tabú es según Bataille una prohibición que se acata en nombre de lo sagrado, es decir en nombre de lo incognoscible, en este caso la ley de la Torá. Hay una ley que prohibe la desnudez y que se acata en nombre de la revelación o enseñanza de algun libro sagrado. Sin embargo el desnudo es fascinante para los hombres sobre todo el desnudo de la mujer, no voy a entretenerme a nombrar la gran cantidad de desnudos de todas las épocas que han guiado la mano de artistas y pintores, pero quiero señalar que Tintoretto pintó este cuadro en el Renacimiento, es decir en una época donde el desnudo era considerado un pecado infame de manera similar al entorno bíblico que le sirve de referencia. Es por eso que los pintores tomaron como pretexto temas mitológicos o religiosos para legitimar sus desnudos siempre mal vistos por los vigilantes del deseo.

El deseo humano es como un rio o mejor como un automovil, debe circular siempre en presencia de prohibiciones, circular por la derecha, detenerse en los semáforos en rojo, no sobrepasar determinada velocidad, ceder el paso a los que llegan por la derecha o no consumir alcohol durante la conducción. Estas prohibiciones forman parte de lo que conocemos como código de la circulación. Algunas de estas prohibiciones son arbitrarias y otras francamente ineficaces, algunas injustas según se mire, pero el deseo lleva su propio motor y es por eso que los seres humanos disponemos no solo de códigos juridicos y preceptos morales, religiosos o éticos sino tambien de un mecanismo que funciona de forma automática e inconsciente. A ese mecanismo le llamamos represión.

Hay algo en el deseo humano que ha de sacrificarse, algo en el placer individual qu resulta peligroso para la convivencia colectiva y ese algo tiene que ver con la sexualidad. Lo que se reprime es ese impulso que llamamos pulsión en castellano y trieb en alemán, otra palabra polisémica que nombra tanto el impulso (si es masculino) y el brote si es femenino.

Lo que brota en el cuadro de Tintoretto y en el deseo de Susana y en el de Artemisa es el deseo de mostrarse desnuda, esa es la pulsión que se encuentra reprimida y que apenas puede llegar a entreverse en la escena del jardín y el seto.

No existe pues la inocencia psicológicamente hablando de Susana, ella quiso mostrarse a la mirada de un otro, aunque en ese caso no pudo elegir sobre las consecuencias de la acción de los ancianos.

Y lo que eligió fue la transgresión, aquello que hacemos guiados por el deseo y que contiene un germén de subversión frente a aquellas prohibiciones que son efectivamente injustas.