Símbolo es lo que une, diábolo lo que separa.
Hace algún tiempo publiqué un libro que titulé «Del mito a la clínica», donde traté de hacer ciertas equivalencias entre los relatos que una serie de pacientes me hicieron en terapia, con algunos mitos clásicos, fundamentalmente griegos, con la idea de reducir su complejidad, algo así como encontrar el meollo o el tema principal que suponía en el origen de sus malestares, una especie de factorización. Siempre me llamó la atención que las peripecias vitales de los individuos -contadas por ellos mismos- contuvieran pistas que remitían a ciertos relatos universales y alguna vez tuve la tentación de escribir un libro sobre textos directos que hubiera llamado algo así como «cosas que me contaron mis pacientes» a fin de clasificar y reducir su complejidad a algo más simple.
También sucede en el cine, donde los héroes por más modernos que nos parezcan en realidad remiten a epopeyas clásicas o a dilemas subjetivos que ya han sido tratados por la literatura universal. A pesar de que el hombre es un gran arquitecto de símbolos y de mitos, lo cierto es que no parece haber mucha originalidad en los nuevos planteamientos que se nos ocurren bien en nuestra rol de escritores, o bien en el rol de construir nuestra novela personal. No hay demasiadas diferencias entre Superman o Spiderman y el Jason clásico.
El libro de Jordi Balló y Xavier Perez, «La semilla inmortal» del que hablo aqui , es un buen ejemplo de esta repetición de temas con distintos finales, protagonistas y recorridos pero que no pueden evitar su parecido en origen con lo clásico, siempre a mitad camino de lo mítico y lo literario.
El mito es una narración de algo que nunca sucedió y es muy importante atender a este concepto de fantasía o de invención creada por la subjetividad humana; algo que nunca sucedió pero que pudo ser pensado y pudo ser contado. Usualmente un mito se cuenta por dos razones: para que no suceda en la realidad lo que allí acontece (como sucede en la tragedia griega) o con una inclinación pedagógica a fin de explicar fenómenos inexplicables -lo sagrado-, es por eso que el totemismo es un mito que pretende explicar el parentesco o la religión una forma de explicar fenómenos naturales amenazantes sin explicación racional.
Ultimamente mientras releía algunos párrafos de mi libro me ha llamado la atención la ausencia de un principio explicativo sobre el mito y el símbolo. La pregunta que me hice a mí mismo fue ésta: ¿Cómo hacemos los individuos para repetir mitos en nuestra vida personal, sin conocer mitología ni tener disposiciones especialmente eruditas sobre ese tema concreto? o ¿Cómo se inmiscuye el mito en la vida real?
Bueno, creo que es el momento para introducir el concepto de Bios y Zoé, sobre el que hablé aqui pero recupero un párrafo para orientar al lector sobre lo que quiero decir:
«Dicen que para aprender a pensar hay que conocer el griego antiguo y es verdad que algunos idiomas contienen más recursos cognitivos que otros, el alemán -aseguran algunos- es el ideal para filosofar. Si cuento esto es porque me ha llamado la atención que la palabra «vida» en nuestro idioma carece de matices, así o se está vivo o se está muerto, pero la verdad del asunto es que no es necesario estar vivo para estar animado, el sol, el viento, el agua, el fuego, lo volcanes y los tornados no están vivos pero están animados, del mismo modo en el relato de ciencia ficción de Stanislaw Lem.titulado «Solaris», aparece una entidad que parece estar viva aunque es de carácter mineral, en cualquier caso animada aunque inorgánica. Hablamos entonces de fenómenos naturales que nos muestran su poderío, su fuerza destructiva, su ambivalencia».
«Y es por eso que los griegos tienen dos palabras para nombrar a la vida. Una es «Bios» que se refiere a la vida de los seres individuales sean personas, animales o vegetales y otra es la palabra «Zoé» que se refiere a la vida colectiva, a la vida de la especie».
Cuando Zoé se convierte en Bios aparece la cultura, el símbolo y la comunidad. Pero como Bios sigue atravesada por la Naturaleza (Zoé) aparecen la guerra, el diábolo y los trastornos sociales que son la otra cara de esas producciones de la Bios, lo tanático. El símbolo pues, es lo que une Bios y Zoé y también lo que da cuenta de aquello que nuestro raciocinio rechaza, algo así como lo reprimido freudiano. El problema es que símbolo y diábolo, guerra y cultura, comunidad y anarquía van en el mismo pack, entrelazados como el ying y el yang, como Orden y Caos.
Un símbolo es por definición algo que no existe y que sin embargo tiene efectos materiales en nuestra vida, en nuestra Bios. Un símbolo no es sólo la representación de algo que está ausente sino algo que además de eso conecta Bios y Zoé, por ejemplo ese obelisco que hay aquí arriba ¿qué simboliza?. Simboliza el poder del sol -de una deidad solar- pero obsérvese que es una figura que apunta al cielo con una flecha en su punta, un arma peligrosa pero también el poder masculino fálico: el pene y la milicia.
Pongo un ejemplo que acabo de utilizar y que se usa mucho en psicoanálisis, la palabra «falo». Podemos pactar que esa palabra remite a otra, «el pene» que es un órgano que existe realmente. Pero pene y falo no son sinónimos, sólo lo son en cierta escala; uno pertenece al terreno de lo material y el otro es un termino conceptual, en realidad su significado es puramente semántico: «el símbolo de lo que falta o de lo que completa». Aqui hay un post donde hablo del falo y no voy a volver a repetirme salvo para decir que el falo no existe pero tiene efectos falizadores. No es desde luego un único ejemplo, hay más: por ejemplo la palabra «género», el género no existe salvo para la gramática, lo que existe es el sexo (o eres hombre o eres mujer) pero el género aun no existiendo generiza, es decir puede conseguir que un hombre se considere mujer o con gustos femeninos y al contrario, con una multitud de matices y combinaciones casi infinitas. ¿Cuantos géneros existen? Dicen que 112.
Lo mismo sucede con el mito del andrógino, mitad hombre y mitad mujer, algo que conocemos a través del Banquete de Platón. Lo cierto es que el andrógino o el hermafrodita (Hermes+Afrodita) no existen pero tienen efectos androgenizadores, masculinizadores en la mujer y feminizadores en el hombre.
La función del andrógino es terminar con la asimetría radical que representan hombres y mujeres, desfertilizarles, terminar con esa tensión erótica necesaria para fundar una unidad fértil, pues solo es fértil aquella union que se da entre dos polos asimétricos. Ninguna igualdad puede ser fértil.
La pregunta en este momento es la siguiente ¿Cómo es posible que algo que no existe tenga efectos materiales en la vida de los humanos? Nótese que los símbolos carecen de efectos en los animales, solo los tienen entre nosotros los humanos y lo tienen precisamente porque solo nosotros, los humanos podemos pensar en las cosas que no existen y más que eso: podemos inducir en los demás – a través de nuestro ejemplo escénico- modos de pensar las cosas que van más allá de la realidad. En este sentido el símbolo tiene más penetrabilidad que la percepción y sobre todo, más homogeneidad con el deseo.
Existe el hombre, y existe la mujer que piensan y tienen deseos, pero tanto uno como otro pueden estar falizados, es decir pueden pensarse a sí mismos como portadores de un extra simbólico que llamamos falo y que está relacionado con el poder. No es de extrañar que hoy se llame «empoderamiento» a la falicización de la mujer. Pues la mujer no tiene pene pero puede tener falo, pues el falo no está en el campo de lo sensible o de lo material sino en el campo de lo simbólico.
¿Pero si la mujer se faliza secundariamente qué sucede en el hombre cuando se faliza?
Lo que le sucede es que se convierte en un ser protésico, algo así como un golem, un ser sin alma, incompleto, que solo adquiere músculo al saberse portador de un ornamento que nadie puede ver pero que se manifiesta en algo relacionado con el poder. Dicho de otra manera, el falo se presenta en forma de síntoma, con frecuencia en forma de dominio, engaño o violencia.
Pero si un símbolo cualquiera puede manifestarse a través de lo carnal, es obvio que un relato, un mito puede manifestarse a través de la novela personal. Es por eso que repetimos el contenido de los mitos y es por eso que los reproducimos, a ciegas, sin saber porqué, como obedeciendo una lacra imponderable que suponemos que es algo que nos sucedió, sin caer en la cuenta de que estamos atravesados por la magia de un cluster simbólico del que somos víctimas pero también verdugos, pues al fin al cabo el que elige su mito, es siempre uno mismo.
Bibliografía.-
Del pene al falo Tesis doctoral de Sebastien Carrer, 2017.
Debe estar conectado para enviar un comentario.