Los sustitutos es una de esas peliculas protagonizadas por Bruce Willis en su sempiterno papel de policia que describe una distopía: un mundo similar a aquel tan sórdido recreado por Harrison Ford en «Blade runner» de seres vivos y replicantes en interacción donde el espectador no llega nunca saber quién es el humano y quién su réplica maquinista o como se dice ahora su «avatar».
Lo cierto es que en esta pelicula, el mundo que se dibuja está situado en un entorno supercontaminado y es por eso que los humanos viven en una especie de burbuja en su propio hogar mientras son sustituidos en las tareas cotidianas por robots que se comportan como ellos, sin ser ellos, lo que nos pone delante de la paradoja del zombie. ¿Es posible imaginar una máquina que parece ser como nosotros pero no lo es?
No voy a contarles la intriga de esta pelicula policíaca en un entorno de ciencia ficción sino que abordaré aquellos elementos para la reflexión que se me han ocurrido mientras la veía.
Lo cierto es que vivimos en un mundo donde los Estados, al menos los Estados opulentos han logrado penetrar en la esfera de lo privado con varios pretextos, a veces es la seguridad y otras la salud, pero no ha existido jamás en la historia ningun poder que haya extendido sus manos tan a fondo en lo privado como nuestros sistemas asistenciales modernos llamados del bienestar. Es verdad que podemos pensar o expresar casi cualquier idea, pero no podemos elegir directamente a nuestros representantes politicos, no podemos consumir drogas (que siguen estando prohibidas y demonizadas), no podemos ya fumar en público sin ser acusados de herejes, no podemos circular a mas de 110 en las carretaras de nuestro pais y no tenemos derecho a saber si nuestras hijas abortan por nombrar solo algunas de las prohibiciones que en nombre de la ciencia, del ahorro de combustible o de la libertad sexual de los menores se esgrimen para tal prohibición.
Al Estado le interesa mucho nuestra salud porque se halla contaminado de ciertas ideas de la modernidad y que tienen mucho que ver con la amortización de la responsabilidad individual y es por eso que son de esperar grandes restricciones en el futuro porque mientras la contaminación aumenta merced a los productos y residuos industriales vinculados al exceso de producción de los mismos, lo cierto es que nuestras libertades individuales se acotan más y más provocando actitudes perseguidoras cuando no delaciones de nuestros coetáneos, muy preocupados por el humo de los cigarrillos y muy poco de la contaminación ambiental de los automóviles y las fábricas.
Los próximos demonios procederán de la industria alimentaria, el colesterol es el enemigo a batir y no me extrañaría nada que pronto o tarde las hamburguesas, las pizzas o los hidratos de carbono denominados como «comida basura» fueran prohibidos, solo espero que el jamón -demonizado ya en USA- no sea el próxima victima de esta evitación de los riesgos que los Estados se han autoadjudicado como prestación obligatoria a sus ciudadanos.
Luego vendrá el alcohol y aunque nuestro pais es un importante productor de vino y no es posible prohibir su uso de forma radical, los impuestos que se le vendrán encima al ciudadano al sustraerle la denominación de «producto alimentario» serán tales que su consumo disminuirá drásticamente al empobrecer el bolsillo de los consumidores como pronto sucederá con la gasolina o la electricidad.
Por alguna extraña razón cuyo origen se me escapa los Estados modernos se han hecho fuertes en la idea de que es su obligación velar por y garantizar nuestra salud, nuestra bondad y nuestra felicidad y han optado a falta de argumentos y propuestas más innovadoras por la evitación experiencial, es decir por acotar nuestra exploración del lado de allá.
En realidad el concepto «evitación experiencial» es un concepto cognitivo-conductual que está descrito en psicologia y del que pongo aqui una definición tal y como la proponen los autores de este articulo, el lector apreciará que es el mismo concepto freudiano de represión:
La evitación experiencial ha sido definida como el fenómeno que ocurre cuando una persona no quiere ponerse en contacto con ciertas experiencias privadas (sentimientos, deseos, recuerdos, impulsos, etc.) y se trata deliberadamente de alterar la forma o la frecuencia de tales experiencias o los contextos que los suelen ocasionar. En general, se entiende que la EA es una dimensión funcional que sirve de base a numerosos problemas psicológicos: trastornos afectivos, de ansiedad, de la alimentación, del control de impulsos, así como en los síntomas psicóticos, en el afrontamiento de enfermedades y en los procesos de dolor. En todos estos problemas existiría un factor común, una experiencia privada (pensamiento, sentimiento, recuerdo, etc.) que el paciente pretende evitar como remedio a su malestar. Aunque los intentos de evitación fueran fructíferos a corto plazo, a la larga se suele acabar produciendo un aumento de tales experiencias por mor del bien conocido “efecto rebote”. De acuerdo con el planteamiento que se ofrece en esta comunicación un patrón rígido de EA vendría a revelar una forma de ser supersticioso que tiene el paciente. Se argumenta que en nuestra sociedad la superstición ha pasado de estar basada en una conducta públicamente observable (tocar madera, evitar una escalera, etc.) a fundamentarse sobre comportamientos privados (evitar ciertos pensamientos, no tener “malas” emociones, etc.) Por último se reivindica el papel de la superstición como concepto clave a la hora de entender los desórdenes psicológicos.
Tal y como se desprende del abstract de este articulo gran parte de los sufrimientos psicológicos se deben a la evitación experiencial e incluso se han propuesto ciertas formas de psicoterapia de 4ª generación para devolverle al individuo el control de su propia experiencia interna, tal y como sucede en las terapias de aceptación y compromiso y que sin nombrar a Freud tratan de devolverle al individuo la capacidad de negociar con su mundo interno, entrenándole precisamente en aquello que el Estado le sustrajo: la responsabilidad en la gestión de su propia vida.
Hay que renunciar pues a una vida tutelada y a una economia subvencionada, lo que es lo mismo que decir que hay que oponerse a una experiencia elusiva proceda de donde proceda.
Tal y como sucede en la pelicula más arriba nombrada solo cabe una actitud frente a este estado de cosas: no meterse en la urna que nos propone el Estado y arriesgarse sabiendo que la evitación de los riesgos de las experiencias personales no se resuelven aparcándolas en el sótano de la vida sino pactando con ellas, pero el riesgo mayor para los humanos procede del hecho de que una revuelta de avatares descontentos por llevar una vida de parias termine con la extinción del sapiens en favor de los robots que un dia descubrieron que lo que para nosotros era un riesgo inasumible era para ellos un gran placer.
Aceptaron el compromiso con sus emociones y nos vencieron.
Debe estar conectado para enviar un comentario.