¿Qué fama te engañó? (Lope de Vega)
La educación consiste en que cada uno aprenda a desengañarse sin venirse abajo o dicho de otra manera: educarse es prevenirse contra el autoengaño.
No cabe ninguna duda de que los humanos hemos desarrollado una gran capacidad para el autoengaño pues es la mejor forma de engañar a los demás. Pero el autoengaño precisa defenderse de la realidad y es por eso que algunos humanos tienden a la fanatización. Pero no es necesario recurrir al ejemplo de la defensa fanática de las ideas propias sino contemplar la adherencia que tenemos hacia nuestras propias incoherencias. Hasta los enfermos mentales -incluyendo a los más adaptados- defienden su visión del mundo y se resisten a mejorar si esta mejora precisa de cambios en la manera de percibir y pensar el mundo y sobre todo las relaciones interpersonales. Este fenómeno que describió Freud con el nombre de «resistencia» es algo que no es privativo de la situación analítica sino un fenómeno universal. El hombre es un animal que se resiste a cambiar de opinión.
Los humanos buscamos, la fama, el poder, el dinero o por decirlo con otras palabras el estatus. De lo que se trata es de ganar estatus pues es lo que garantiza, una buena salud y ser despiojados (grooming) con más frecuencia, solo los alfas de un grupo son los que tienen mayor probabilidad de vivir más tiempo, mejores condiciones de vida e incluso menor probabilidad de adquirir enfermedades respiratorias. Y por supuesto mayores oportunidades de copular.
No es de extrañar pues que la mayor parte de la gente mal dotada de talento para el liderazgo o el ascenso social busque aumentar su estatus a través de atajos: la fama, o el «famoseo» como se llama ahora gracias a medios e comunicación basura son los grades facilitadores de este ascenso. Pero la fama siempre acaba decepcionando a aquellos que más la merecen y fortaleciendo a aquellos que no la merecen, de ahí que la fama no sea sino una perversión más de nuestras sociedades. Lope de Vega nos advirtió sobre ello, no solo porque los que más lo merecen no llegan casi nunca a ella, sino porque aunque llegaran a adquirirla solo seria para advertir que el famoso es venerado por razones banales pues el público en general no comprende en absoluto lo que el famoso dice e interpreta las razones de su fama por su propia necesidad de admirar a alguien para decepcionarse más tarde de él. El famoso merecedor de tal titulo es siempre un outsider, un incomprendido de su tiempo y de su grupo. El verdadero famoso acaba renegando de su fama.
El genio y nuestro tiempo.-
El libro que preside este post escrito por Dutton y Charlton se titula «Hambre de genios» y en él, los autores se preguntan porqué han desaparecido los genios de nuestro mundo. ¿Por qué ya no hay Leonardos, ni Beethovenes, ni Einsteins, ni Cervantes, ni Shakesperare ni Lopes?
Como es sabido los autores del libro tienen una teoría llamada «epistasis social» de la que hablé aquí en este post. Su hipótesis es que la inteligencia ha sufrido un gran retroceso generación tras generación y muy recientemente. Basta con escuchar la música popular actual y compararla con la que se hacia en los años 60-70. El retroceso es más que evidente. Una explicación a este fenómeno podría ser la siguiente: aunque pensamos que hemos llegado a la cumbre de la tecnología, la ciencia o las artes, en realidad esta tendencia al alza es más visible durante las escaladas y es posible que se pierda en las mesetas de esa curva. Pero también es posible que la deriva social (genética según los autores) empuje hacia ciertas variables de la personalidad incompatibles con el talento. Ser un genio es muy costoso y es además un aislante social en el sentido de que el vulgo le rechazará y él mismo se aislará del mundo debido a esta incomprensión. Pues:
Tales personalidades aparecen como obsesivas o incluso autísticas, pueden carecer por completo de intereses humanos comunes, como las relaciones con el sexo opuesto o el éxito financiero, y son absolutamente incompetentes en aspectos de la vida práctica fuera de sus campos especializados. Los autores proporcionan un breve vistazo biográfico de Isaac Newton:
Los genios tienden a no ser estudiantes modelo. Las calificaciones escolares de Newton eran erráticas. Francis Crick «fue rechazado en Cambridge y fue a la universidad en Londres, donde no logró obtener un título superior. Luego procedió a abandonar una variedad de cursos de doctorado ”antes de descubrir con éxito la estructura de la molécula de ADN con James Watson. Einstein nunca aprendió a conducir un coche. Él «una vez se perdió cerca de su casa en Princeton, Nueva Jersey. Entró en una tienda y dijo: ‘Hola, soy Einstein, ¿me puede llevar a casa, por favor’? ”Se dice que Bertrand Russell nunca ha dominado el arte de hervir agua para su té.
El psicólogo Charles Spearman, quien propuso por primera vez el Factor General de Inteligencia ( g ), también descubrió una explicación para este fenómeno:
De modo que un genio no es un generalista, ni un erudito, ni un experto y se parece más bien a esos organoides que Isabel M. Peñuelas nos cuenta en sus relatos de ciencia ficción. Una persona diseñada para saber de una sola cosa, inútil para lo práctico o lo teórico, un invalido pragmático, es muy posible que si Einstein viviera hoy no sabría poner la lavadora doméstica de mi casa.
El genio tiene cierto parecido con estos humanoides si bien en un sentido opuesto al que imagina Peñuelas en su libro «Mentes colmena». Allí estos organoides están diseñados para cuidar ancianos, servir de compañía e incluso fornicar pero no para innovar: están hechos con restos de cerebros de rata implantados en cuerpos humanos y el resultado es muy práctico: las personas que solo sirven para una cosa parecen hacerlas muy bien, con la condición de que no se pregunten si podrían hacer algo más o si se sienten satisfechos haciéndolas.
Esa es una buena analogía para comprender qué es un genio: muy probablemente un cerebro sistematizador con una alta inteligencia pero con una distribución de «g» bastante insólita. El genio solo es un genio en lo suyo y lo suyo es lo único que quiere y sabe hacer; está completamente aislado del resto de lo humano (es absurdo pedirle empatía) y además elige que lo suyo es lo único que le importa, de ahí su parecido con la obsesión de la que Tesla es un paradigma. Es como si se hubieran debilitado otras funciones de la inteligencia, como si la energía que consumimos en diversos planos de nuestra existencia hubieran sido amputados de raíz.
No sería posible esperar que Mozart hiciera algún descubrimiento matemático o que Newton compusiera un concierto grosso. Solo Leonardo da Vinci ha combinado elementos del genio con el experto o el generalista.
Es por eso que Dutton dice que necesitamos genios pues son ellos los que en definitiva producen cambios en el arte, la ciencia, la literatura, la tecnología y la política, pues sin cambios no estamos en presencia de un genio, solo de un experto y eso parecen ser los organoides de Peñuelas. Un experto zombificado.
Y los expertos no cambian nada, acaso solo alcanzan la fama mundana, se hacen ricos y mueren como todos los humanos, pero solo ellos -los genios- perseveran en la historia y se «encarnan» o reviven en otros.
A hombros de gigantes.

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