Los momentos de mayor peligro en las guerras son cuando comienzan y cuando acaban. (Zacarias Ramo)
He leído muchos libros sobre la guerra civil pero siempre escritos desde las peripecias políticas o del frente de batalla, pero pocos textos he encontrado escritos desde la retaguardia, concretamente desde un pueblo de la provincia de Castellon, Torreblanca para más señas. Una novela que mezcla ficción, realidad y proyecciones de su autor, un medio primo mío que para más señas nació en 1935 y que vivió la guerra de lejos, en ese otro frente de batalla que se cierne sobre los ciudadanos que por edad no están en el frente y siguen como pueden las peripecias de la guerra, de otra manera.
Otra manera porque las guerras no terminan cuando un ejército logra imponerse a otro. Lo que sucede después- la postguerra- suele ser tanto o más doloroso que la guerra misma, por eso Aurelio Ríos vive dos guerras y siempre sale escaldado gane quien gane.
Zacarias Ramo ha escrito una trilogía: en esta entrega aborda los años de la guerra civil propiamente dicha, en su siguiente entrega «La pertinaz sequía» aborda los problemas de la postguerra, el hambre, el estraperlo, el maqui y el contrabando. He leído su trilogía entera pero creo que la primera entrega es la mejor literariamente hablando y lo es además por el testimonio de su autor que recrea de un modo excelente la vida cotidiana de un pueblo de secano a medio camino entre Oropesa y Alcala de Xivert de espaldas al mar y cuya economía es una economía de subsistencia basada en el autoaprovisionamiento minifundista y la providencial existencia de las «marjales» terrenos próximos al mar donde se podían recolectar frutas y verduras casi para cada casa. El resto, la carne, cerdos, gallinas y conejos formaban parte del mobiliario urbano junto a los inevitables animales de tiro necesarios para las tareas agrícolas.
Torreblanca era pues un pueblo pobre, alejado de la guerra hasta su final, con una economía de subsistencia y poco mas de 4000 habitantes, con su cura, medico, farmacéutico, veterinario, maestro, secretario del ayuntamiento por nombrar a los ilustrados y su cacique: el que mandaba en el pueblo, en la vida civil (el que repartía jornales y hacia favores) por así decir. El alcalde era naturalmente alguien de izquierdas, del PSOE para más señas, aunque durante la guerra se turnaron en este puesto varias personas.
Uno de los errores más graves que cometió la República después del alzamiento del 18 de Julio fue anular la autoridad municipal y sustituirla por algo llamado «comités antifascistas» a los que encomendó la retaguardia de pueblos y ciudades. En la práctica estos comités suplantaron a la autoridad democráticamente elegida y la sustituyeron por una pandilla de sujetos que mas bien parecían los matones de un patio de colegio animados por un odio visceral a lo que ellos llamaban «fascistas», en su mayor parte anarquistas, o comunistas, en suma los más izquierdistas del pueblo que se dedicaron a sembrar el terror hasta que desaparecieron reclamados a filas en distintos frentes. No volverían hasta 1939 cuando el frente avanzó Ebro abajo hasta llegar al río Segarra en Capicorp.
Lo primero que hicieron fue requisar los coches y camiones, que como puede suponerse eran bien pocos, luego los animales de tiro, y sobre todo las radios de galena que al parecer eran elementos perniciosos para la defensa de la República. De manera que oír la radio pasó a ser un deporte clandestino de aquellos que querían mantenerse al día del curso de la guerra, algo que hacían en la casa del médico que de alguna manera era una fortaleza donde los del comité no osaban entrometerse, al fin y al cabo todos necesitan al médico.
Aurelio Rios era el electricista del pueblo y fue militarizado por la República, algo que le costaría caro cuando se impuso en la guerra el bando de los nacionales, pero ser suboficial no le libró del acoso de ciertos miembros del comité que le tenían tomada con él por razones personales y que incluso estuvieron a punto de fusilarle cuando le acusaron sin razón de una avería que el tendido eléctrico tuvo durante ciertos episodios de la guerra.
Si en las ciudades proliferaron las checas, esas cárceles inmundas donde los «rojos» detenían a los disidentes, en Torreblanca se les encerraban en patios o corrales de animales. El problema era que cuando los detenidos comenzaron a crecer se planteó un problema, ¿como darles de comer a todos? ¿como vigilar los corrales?. La solución fue la saca. Por las noches se sacaban del corral a algunos individuos y otros milicianos del pueblo vecino des daban el «paseíllo». No se sabe cuantos ciudadanos fueron asesinados de esa forma, pero Zacarias Ramo cuenta que una docena de personas fueron fusilados a veces en el campo corriendo delante de los tiros, sin contar con los desaparecidos. En realidad la mayor parte de estas víctimas no eran significativas políticamente hablando, sino «misaires», es decir gente que iba a misa o que votaban a la derecha. La mayor parte de sujetos identificados políticamente huyeron los primeros días de Julio y permanecieron escondidos en masías o emparedados en zulos. Otros huyeron a Francia como el farmacéutico o en lugares desconocidos como el cura.
Lo importante es comprender que estos crímenes no fueron propiciados por las autoridades municipales, más aun, me consta que algunos alcaldes del PSOE tuvieron alguna relación con evitar ciertos estragos como también el medico del pueblo -que era un liberal- y que también fue represaliado después de la guerra. Represaliados hubo muchos sin razón: tener un carnet de la UGT no parece ser una prueba demasiado convincente para arrestar a alguien o mantenerlo en la cárcel como tampoco el haber sido concejal del PSOE.
Los dos matones más significados del comité fueron fusilados en 1939 en la cárcel Modelo de Castellón. Pero el resto de encarcelados sin delitos de sangre fueron excarcelados gracias a las gestiones -avales- de sus vecinos, hay que destacar que uno de los más activos en esta función fue el cura que logró salvar la vida por poco (gracias a una delación).
En suma el libro de Zacarias Ramo es una crónica de la vida cotidiana de la guerra cicil en Torreblanca, y uno no puede sino identificar a aquellos personajes que conoció en la realidad y a aquellos que aparecen bajo ciertos disfraces para no ofender a sus descendientes.
Mi abuelo tenia en 1936, 42 años y no fue a la guerra, mi padre tenia 14 años en 1936 y tampoco fue llamado a filas pero hubo algunos torreblanquinos que murieron tanto en un bando como en otro dependiendo de donde les hubiera pillado el alzamiento. Mi abuelo aparece brevemente en la novela semidisfrazado pues era conductor de camiones y autobuses y tuvo que hacer algunos trabajos para los milicianos, o trasladando soldados al frente de Teruel, pero no consintió que le quitaran el camión que era su modo de vida.
Aurelio Ríos perdió media vida con unos y media vida con otros, fue represaliado por los dos bandos y es por eso que la novela se titula «Las dos guerras», pues en esas guerras civiles siempre se pierde gane quien gane.
Ese es el legado que recibí de mi familia: » la República nos arruinó, y la dictadura nos volvió a arruinar», un adagio que pueden compartir la mayor parte de las familias españolas, exceptuando claro está: a aquellas que sufrieron la violencia de una parte o de otra.
Es por eso que la liquidación de este estado traumático de cosas me parece un hito de nuestra constitución de 1978. Hemos hecho mucho para olvidar, fraternizar y perdonar a nuestro conciudadanos. Conozco a parte de los nietos de aquellos que entonces parecían enemigos pero hoy, la verdad ya no lo parecen, ni siquiera son tan distintos a mí.
Salvo que siguen votando al PSOE.
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