Hace unos días mientras quitaba el polvo de mi biblioteca encontré que en el estante mas alto de ella había cinco libros de Patricia Highsmith, toda la serie de Tom Ripley, y uno que no encontré, me refiero a «Extraños en un tren», que seguramente presté a alguien y nunca me devolvió. Recordé a un amigo mio que solía apuntar en una libreta los prestamos de libros que hacía y maldije el no recordar a quién le presté ese libro. Pero no era el que buscaba, sino «Carol», un libro que comencé a leer y por alguna razón desconocida abandoné en el primer capitulo, aun reposa allí un separador con la cara de un conejo.
Y lo buscaba después de oír en Spotify un programa sobre la Highsmith que encendió mi curiosidad. «Grandes infelices» de Javier Peña, un programa de radio que analiza a distintos autores literarios. Lo cierto es que desconocía la historia de la autora y no sabia el periplo de esta novela que había publicado en 1953 con un pseudónimo: «El precio de la sal» y que ya en la década de los 70, cuando era famosa, se decidió a publicarla con su nombre. No es nada raro, la novela es una narración sobre un amor lésbico, el que mantienen Therese y Carol. Ni qué decir que Therese es la propia Patricia y por su paralelismo con su vida real me parece un documento psicológico de mucho valor, escrito en un momento donde no era políticamente correcto aparecer como lesbiana en el mundo editorial. Así y todo se vendieron más de un millón de ejemplares en todo EEUU. Posteriormente el mercado de la Highsmith (en adelante PH) se trasladó a Europa, pues su literatura nunca fue apreciada en su país debido quizá al tratamiento que hacía de los dilemas morales. No me extraña, pues USA es un país de beatos, y no tanto porque sus ciudadanos lo sean sino porque su Constitución está tan ligada a la libertad religiosa y al Mayflower que podríamos hablar de un país donde religión y política van de la mano sin que hayan todavía resuelto ese integrismo que la caracteriza, un problema de independencia, que en Europa ya se resolvió después de la II guerra mundial. Decir americano es lo mismo que decir «puritano», incluso los progresistas de izquierdas son puritanos y de ahí viene lo de woke, esa ideología que huele a moralismo calvinista. No es de extrañar que las dos novelas del siglo XX más transgresoras hayan sido escritas por americanos y en America: me refiero a «Lolita» de Vladimir Nabokov y a «Carol», una novela de culto para las lesbianas que encontraron en su lectura la evidencia de que no estaban solas en sus pueblos, America profunda adentro y sus armarios.
Pero a mí lo que más me ha interesado de esta novela, es el personaje de Therese, el alter ego de la Highsmith. No cabe duda de que la autora está hablando de ella misma a través de Therese, si bien su estilo narrativo, en tercera persona permite una cierta distancia de lo que estamos leyendo, si bien siempre sentimos que estamos dentro del universo mental de Therese. De manera que hablaré de PH y de Therese indistintamente.
Fue una niña no deseada que nació después de que sus padres se separaran, su madre intentó deshacerse de ella a través del aguarrás pero no lo consiguió, de modo que ya tenemos un primer axioma: su madre nunca la quiso, había un rechazo presente ya desde el embarazo. Un rechazo que se prolongó durante buena parte de su vida, pues la madre volvió a casarse con el Sr Highmith de quien tomó su apellido, pero la pareja tenia una vida tumultuosa e incluso violenta, de manera que la madre – inestable- terminó por aparcar a la niña con su abuela. Le prometió venir a buscarla unos meses después pero tardo bastantes años, de modo que PH fue una niña abandonada y peor que eso, traicionada, engañada por su propia madre, que era al parecer una persona bastante irresponsable a juzgar de lo que podemos oír en el citado programa de Javier Peña.
El abandono puede ser imaginario o real y probablemente es una de las experiencias infantiles más devastadoras que existen y estamos hablando de un abandono real. Therese pasa la mayor parte de su vida en un orfanato hasta que sale de él y comienza a vivir su vida independiente de su madre que ni siquiera sabe dónde se encuentra. Therese es o quiere llegar a ser diseñadora de escenografía de teatro y pasa su vida de trabajo en trabajo, pero sin nada fijo, de aquí para allá, por eso ha de trabajar puntualmente en algún sitio, grandes almacenes, dependienta o cosas así, subempleos para subsistir, tal y como le sucedió a la misma PH. Es ahí donde Therese conoce a Carol, en la sección de juguetes donde Carol acude para comprar una muñeca a su hija, que vive con su padre de mutuo acuerdo.
Carol es una mujer que está divorciándose, como los padres de PH, mientras ella estaba en el útero materno, tiene una hija que vive con su padre provisionalmente y un marido rico que le costea una vida vacía donde el alcohol y los cócteles parece que forman parte de su alimentación. Carol, no hace nada, es una mujer ociosa, y que no llegamos a saber cómo es en realidad, pues la novela nos sumerge en un mundo – el mundo de Therese- ambiguo, opresivo, inconsistente donde la protagonista nunca dice lo que quiere, dice «No» cuando quiere decir «Si» y calla cuando no sabe qué decir. Pareciera que viva en un mundo que hoy podríamos llamar «metaverso», un universo paralelo con reglas bien distintas a las que rigen en el mundo corriente, donde los celos son una muestra de demanda de amor, la sospecha el mecanismo racional óptimo, la ausencia de afirmación la única lealtad. La única certeza de Therese es que está enamorada de Carol, -más bien fascinada- así a primera vista, aunque el amor para ella es un sentimiento tan desconocido que tiene que ir dibujándolo poco a poco encima de los borradores que su mente y su imaginación dibujaron con anterioridad a través de cuidadoras inconsistentes del orfanato.
Los antagonistas.–
En toda novela hay un protagonista y un antagonista al menos. En esta hay dos protagonistas (Carol y Therese) y dos antagonistas Abby, una amiga de la infancia de Carol con la que tuvo una relación lésbica puntual ( dos meses) y Richard un amigo de Therese que está enamorado de ella aunque es igual de inconsistente que todos los demás personajes. PH solía decir que todos -incluso ella- somos unos impostores. Más tarde constituiría el icono de psicópata impostor del siglo XX, Tom Ripley que es algo así como el Raskolnikov del siglo pasado, con una diferencia: Ripley nos cae a todos bien. De ahí lo transgresora que resultó para su tiempo y su America este personaje.
Es interesante señalar además algo de la psicologia de Carol y que ella misma declara cuando le cuenta a Therese su relación con Abby, su amistad derivó en sexo a partir de una circunstancia especial, puro azar. «En realidad de no haber sido por esa circunstancia en la que nos acostamos juntas, no hubiera pasado nada». Carol -que en ningún momento parece ser lesbiana- confiesa de esa forma lo arbitrario de su decisión modelada casi por una circunstancia aleatoria que pudo darse o no darse. Es una manera de aceptar que una no es o es lesbiana sino que se puede enamorar de una persona con un sexo u otro. Es decir no es una cuestión de identidad sino de azar.
Para qué sirve el amor.-
Imaginemos un mundo sin amor, un mundo así no nos permitiría dividirlo en aquellos que amamos de aquellos que nos resultan indiferentes, todo seria igual a sí mismo. Un mundo sin matices. El amor sirve para segmentar los afectos, del mismo modo que las comidas segmentan el día y los domingos segmentan la semana. A través del amor sabemos que es posible amar de distintas maneras, nuestro trabajo o profesión, nuestros amigos, nuestras parejas, nuestros hijos a nuestros padres, etc. Lo interesante es que esta segmentación da lugar a distintos tipos de amor: lo que se siente por un hijo no es lo mismo que lo que se siente por un compañero o pareja. Pero no es que existan distintas formas de amar sino que el amor, el invento del amor establece una nueva taxonomía, pues el amor es eso, un invento de la humanidad que evolucionó desde la necesidad de supervivencia y se fundió con el sexo dando lugar a una nueva semántica amorosa, pues es cierto que no todo amor está relacionado con el sexo, sino solo uno de ellos, ese que llamamos romántico. Sin embargo el origen del amor, lo que le hace necesario para ordenar la diversidad de afectos complejos con los que vamos a lidiar en nuestra vida, es precisamente su carácter de atalaya reguladora de afectos incoercibles o en discordia (el amor regula el sexo y la agresión) pues proceden de lo más profundo de nuestra mítica necesidad que no es solo una necesidad de alimentación, sino de contacto, de poder compartir con alguien lo más preciado de nuestra subjetividad.
Es por eso que una de las cosas que más me han llamado la atención de este libro es la ausencia de sexualidad explicita entre Carol y Therese aunque la sensualidad de Therese aun primitiva asome en muchas ocasiones de una forma informe e indiferenciada. Más por la búsqueda de una madre amorosa, una suplencia que de una amante apasionada. Una antimadre, pues en realidad la madre real de PH es critica, rechazante y desregulada, hoy hablaríamos de un TLP (trastorno limite de la personalidad). Ese es su borrador, el que pretende reescribir con su relación con Carol.
El éxito que tuvo la novela entre la comunidad lésbica se debe precisamente a su final, un final de justicia poética. Las transgresoras no acaban en el manicomio, ni se convierten en heterosexuales, ni vuelven al armario pero el marido de Carol es el que se lleva el botín de esta relación, a través de un divorcio que le favorece para quedarse con la niña. Carol renuncia a su hija y esta es la prueba de lealtad que Therese precisaba, un final que dejo aquí para que el lector lo interprete a su gusto.
Therese recupera así a su madre a través de un amor protésico
[…] Carol — La nodriza de las hadas y el rey carmesí […]
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