La secularización del mundo puede definirse con aquel proceso o paso desde una sociedad organizada desde un paradigma religioso a una sociedad civil. En Europa, este paso tuvo derivadas políticas en forma de violencia, desastres y anarquía y enormes cambios sociales que se atribuyen a la Revolución francesa que vino acompañada de un enorme terremoto cultural: la Ilustración, apoyado en distintas formas de entender el naturalismo. Pues esa era la idea: sustituir el derecho feudal por el derecho natural.
Así la secularización tiene versiones políticas, la aparición del tercer Estado, la burguesía, pero también consecuencias científicas como por ejemplo la consideración de que las enfermedades mentales eran enfermedades genuinas como las enfermedades somáticas y como no, consecuencias culturales: la Enciclopedia.
Pero la secularización supuso un cambio en el orden político de consecuencias inciertas tal y como siempre sucede con las revoluciones, donde el caos tiende a limitarse -cuando ya no es posible manejarle- con soluciones drásticas. Es necesario recordar que Napoleon y el Imperio – La Grandeur– es una consecuencia directa de la Revolución francesa.
Sin embargo la secularización, es decir la idea que las relaciones entre los hombres, y los hombres con el Estado ya no estaban fundadas sobre la teología divina y que dictaba el clero en convivencia con la nobleza, trajo muchos problemas morales a la población civil. Problemas que han ido instaurándose poco a poco, de manera sutil sobre el imaginario de los ciudadanos y que podríamos responder atendiendo a esta pregunta ¿Por qué es bueno ser bueno si Dios ya no aparece como árbitro de nuestros actos?
Esta pregunta no es baladí pues toda moral necesita de un Fundamento y no cabe duda de que el Antiguo régimen contenía una cláusula fundamental: el mandato divino es el Fundamento de toda moral. El problema vino después, si Dios ya no es el fundamento de nuestra moral ¿quién está a cargo?
La solución que se dio a este problema se llamaba República, esto es lo que hoy llamamos civismo republicano: libertad, fraternidad e igualdad, eran las guías de la nueva moral, una moral civil completamente despojada de su origen, un mandato divino inapelable. Una moral a cargo del Estado que se mantuvo como el garante de la seguridad y libertad de sus individuos a través del derecho republicano. Algo que paulatinamente fueron adoptando todos los Estados en Europa que pasaron así a declararse aconfesionales y a tolerar cualquier culto religioso en su seno. Algo que se universaizó en Europa con el idealismo kantiano, que es un cristianismo protestón.
De manera que hoy vivimos en sociedades secularizadas pero…
Pero había algo que quedó colgando en el tintero de la historia, un anhelo que quedó suspendido en el aire: la pretensión del hombre de participar en la divinidad que justificaba moralmente a otros personajes de ficción romántica como Raskolnikov en «Crimen y castigo» que declara que «Si Dios no existe todo está permitido». Una forma de decir que sin Fundamento divino no puede existir moral o bien que el hombre debería convertirse en Dios tal y como Nietzsche sugirió.
El gnosticismo es una doctrina surgida del cristianismo primitivo -y que terminó declarada como herejía- que sugería que la salvación individual no sobrevendría solamente por el sacrificio de Cristo o la fe, sino que era necesario que cada hombre y cada mujer adquirieran un cierto conocimiento de lo divino a fin de acercarse a él. Pues gnosticismo significa «conocimiento». Su contrario es el agnosticismo, es decir la aceptación de que Dios, de existir no puede ser hackeado por la voluntad del hombre pues el concepto de Dios es inabarcable e inaccesible a la mente humana. Dios -de ser algo- no es ni una persona, ni siquiera un ser con existencia biológica propia, Dios puede ser una serie de leyes físicas desconocidas por los hombres, una especie de programa de ordenador, algo que gobierna el cosmos o que como en el post anterior se parece más bien a un océano informe y sin planes bien descrito por Stanislaw Lem. Mas que eso: podría haber un Dios creador y un Dios sin capacidad creadora pero organizadora conocido como Demiurgo.
Pero a pesar de su declive en la doctrina católica, el gnosticismo ha tenido mucho éxito popular , es la base de la masonería por ejemplo, pero también de ciertas creencias esotéricas de la salvación, es decir de la vida eterna. Se mezclan sincréticamente creencias orientalistas e ideas de la filosofía griega, principalmente platónica. Es una creencia dualista: el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia, el ser supremo frente al Demiurgo, el espíritu frente al cuerpo y el alma. Es pues una creencia maniquea, que necesita de lo diabólico para mantenerse en pie.
Es también la base de ciertos movimientos sociales que son en realidad una rebelión contra los poderes establecidos y que en muchas ocasiones rayan en lo conspiranoico, como la creencia en ciertos remedios que no son medicamentos controlados, o la creencia en extraterrestres, en el Gran despertar o en la confederación galáctica (termino extraído de la ciencia ficción de Asimov) tienen hoy muchos creyentes, así como la creencia de la llegada de un nuevo Mesías que muchos creyeron encontrar en Donald Trump o que la entrada en la 5ª dimensión está ya preparada para la ascensión de los elegidos, sin que nadie haya explicado ni comprendido qué es eso de la 5ª dimensión. Dicho de otra forma: el mundo está lleno de gnósticos que mantienen la vieja teoría de que por una parte están los despiertos (ellos) y por otra los dormidos. Los que usan estos adjetivos ignoran hasta que punto los primitivos gnósticos eran también algo elitistas y que los dormidos siempre son los otros.
Pero lo cierto es que ese mismo elitismo es el que practican las élites, me refiero a las élites verdaderas, las que tienen la sartén por el mango. Ellos también piensan que el conocimiento – en este caso del demiurgo- es una especie de escalera, que contienen 33 escalones y que ese escalón 33 supone el climax del conocimiento. Un conocimiento que sirve para, en teoría mejorar el mundo, bajo el mando, claro está, de los despiertos.
Yo soy agnóstico y ya sabéis qué significa esta palabra pero es verdad que estoy interesado en el conocimiento, pero no creo que podamos acceder a un conocimiento más allá de lo que nuestros sentidos puedan computar, a cambio estoy a favor de la tradición y el derecho natural y para mi la sociedad civil es el Fundamento de la moral, si bien esta sociedad civil parece hoy trastornada por las formas en que nuestras democracias se han ido instalando, siempre de manera imperfecta sobre fórmulas que parecen perpetuar el poder de ciertas castas políticas o financieras. Pero arreglar el mundo es una tarea a la que renuncié en mi juventud, me parece una tarea sospechosa y siempre relacionada con ciertos vacíos en el conocimiento que algunos esperan alcanzar por gracia divina. Arreglar el mundo es tarea de gnósticos, esos que no gobiernan en parte alguna pero son tan influyentes que colocan a sus peones en los gobiernos.
Pero hay algo que se: las ingenierías sociales siempre fracasan y lo hacen porque no tienen en cuenta los anhelos humanos tanto conscientes como inconscientes y lo cierto es que hay más democracia en un casal fallero que en el congreso de los diputados.
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