Es tiempo de protestas, de manifestaciones, de algaradas y de tumultos que señalan en la dirección del malestar social que consume a la población y que ahora se llama indignación, un malestar que ha venido a visibilizarse durante la pandemia y que es precisamente el pretexto para que esos malestares emerjan en la calle, a veces con razón y otras veces en el borde de la razón.
¿Por qué protesta la gente?
Bueno, yo diría que la gente protesta, se manifiesta o se dedica a armar jaleo por varias razones, probablemente cada persona por las suyas, aunque lo cierto es que cada protesta lleva un titular. Para manifestarse es necesario que alguien convoque la manifestación, pida permiso a la autoridad competente y señale además un motivo, algo así como la razón de la manifestación, una consigna, unas pancartas con textos similares, si hay banderas solo una. Usualmente este permiso se concede pero lo cierto es que las manifestaciones tienen poco éxito, ¿por qué sucede esto?
Las manifestaciones suelen hacerse contra el Gobierno o contra una autoridad competente con el fin de que se retire una decisión ya tomada o próxima a tomarse o bien para conseguir destituir a un gobernante o un gobierno entero. Pero lo cierto es que pocas veces se consigue. En el motín de Esquilache solo se consiguió quitar de enmedio al marqués de Esquilache -protegido de Carlos III- y sustituirle por otra camada de validos con intereses oscuros.
Una de las razones por las que no obtienen casi nunca su fruto deseado es que la manifestación por algo -sea lo que sea- convoca a los agraviados por esa decisión pero no al resto de la población. Un ejemplo es el cierre de la hostelería y de los bares. Esta decisión afecta a los pequeños propietarios que tienen que cerrar sus negocios sin obtener nada a cambio. Naturalmente estos cierres inciden muy de lleno en sus economías e incluso en los negocios adyacentes pero no afectan a toda la población, de manera que cuando se convoca una manifestación de esta naturaleza acuden los damnificados (y no todos) pero esta convocatoria no cambia nada a pesar de que todo el mundo pueda estar de acuerdo en que los manifestantes tienen razón.
Pero políticamente no hace daño a nadie, es como cualquier otra manifestación, pongo por caso los afectados por la ley Celáa son los que llevan a sus hijos a colegios concertados pero no afecta a los que llevan a los suyos a colegios privados ni tampoco afecta a los que los llevan a colegios públicos. Se trata en ambos casos de protestas que rompen la unanimidad del contrato social y su convocatoria se interpreta como una reivindicación económica pero no política. Es triste decirlo pero la solidaridad no existe más allá de los intereses compartidos.
Al gobierno le gustan este tipo de manifestaciones pues desplazan el problema sistémico a un lugar manejable, cortinas de humo les llaman los politólogos. Al gobierno le gusta que la gente se manifieste por el toque de queda o por el uso obligatorio de las mascarillas, lo prefieren a que la gente salga a pedirle cuentas por los 80.000 muertos o por los errores de su gestión, por ejemplo al gobierno no le gustaría nada que los españoles salieran a la calle para protestar por la falta de vacunas o en su momento por la falta de mascarillas. Prefiere a los conspiranoicos que niegan la eficacia de las vacunas o la de las mascarillas, esos hombres de paja.
En realidad una manifestación contra la falta de vacunas sería un éxito si bien las personas que estarían en condiciones de manifestarse son las mismas que rechazan las manifestaciones en época de pandemia, por lo tanto es poco probable que se unan a los tumultos. A la gente lo que le gusta es manifestarse porque no les dejan ir a los bares, ni les dejan montar su propio botellón al aire libre o en algún garaje pero eso no es política ni cambia nada de la política, más bien le hace el juego a la política que dispone de policía para disolver a estos grupos.
En España solo han tenido éxito dos motines, uno el de Esquilache y otro el de «manos blancas» que terminó con ETA a pesar de que la relación causal entre una cosa y otra es difícilmente asociable por la distancia que existió entre ambos acontecimientos, ya se sabe que la gente es capaz de asociar incorrectamente dos eventos próximos pero no lo es tanto para asociar dos eventos desconectados temporalmente y ETA tardó un poco más en abandonar las armas al sucederse las manifestaciones de «manos blancas». Dicho de otro modo: cuando existe un consenso social no hay gobierno u organización que resista el tumulto.
Pero para eso es necesario que la protesta sea política, cuando los policías se manifiestan por la equiparación de sus salarios o los sanitarios lo hacen porque se niegan a ser trasladados al Zendal su reivindicación no es política, sino gremial, económica. Toda protesta ha de tener un cariz político si quiere tener éxito y está bastante claro que las manifestaciones no sirven para ello y no sirven por las siguientes razones:
- Siempre son minoritarias y por mucha gente que vaya a ellas son más los que no van.
- Se arrogan la representatividad de todos cuando son -sin excepción- una minoría.
- Pueden ser infiltradas por movimientos incluso opuestos a las razones que la promovieron.
- La mejor forma de descalificar una protesta es que aparezca violencia en sus aledaños.
- Las manifestaciones no hacen daño político a no ser que sean multitudinarias, continuas, consensuadas y que consigan que los medios las legitimen y apoyen.
- Los manifestantes no siempre se manifiestan por un mismo ideal lo que hace que los cismas entre convocantes sean predecibles, algo de eso sucede cuando los partidos se unen o apoyan a una manifestación: es la mejor forma de reventarla.
Pero hay otras formas de protesta menos activas y mucho más eficaces. ¿Que sucedería si no votáramos nadie en unas elecciones?¿Qué sucedería si los bares abrieran todos a pesar de la prohibición?¿Qué sucedería si nadie pagara sus impuestos?
Se trata naturalmente de un experimento mental puesto que ninguna de estas cosas podría suceder en la realidad. Si hubiera una gran corriente a favor del no-voto (abstención) habría inmediatamente una respuesta de parte de la sociedad que apelaría a la democracia y a la obligatoriedad cívica de ir a votar, al final la única explicación de las bajas participaciones en unas elecciones son debidas a un domingo soleado que invita a ir al campo, la excursión o la pereza de salir. Es muy poco probable que una convocatoria invitando a la abstención tuviera éxito, siempre habría esquiroles con razones más o menos convincentes aunque lo cierto es que la partitocracia solo se puede romper así, pues los partidos cobran por escaños sus subvenciones. En otras palabras, las elecciones son el negocio de los políticos.
Y a los políticos les importa poco la ruina del comercio o de la hosteleria o el sueldo de los policías o los problemas individuales de los españoles, ellos están en otra cosa que se llama agenda 2030, tampoco saben gestionar ni comprar vacunas pues siempre pueden acusar a la Union Europea de haber fracasado en su política de gestión. Los políticos no saben qué es el mercado pues para ser político no es necesario someterse a sus leyes: mérito y capacidad. Y así es que el mercado se ha olvidado de ellos y nos hemos quedado sin vacunas, con todo cerrado (ruina económica) e incrementando el numero de casos (catástrofe sanitaria).
El nudo se ha roto, el nudo que mantenía atado el Estado (política) el Derecho y el mercado. Hay que ser un psicoanalista para desatarlo. Eso hace Pedro Alemán Lain en este articulo.
El nudo borromeo entre Estado, mercado y politica.
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