
«El gran problema de la humanidad es que tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses» – E.O Wilson
Recientemente he tenido ocasión de leer el corto relato de Francisco Jariego del que no voy a contar nada por si algún lector está interesado en leerle. No dejaré spoilers, pero lo voy a usar como pretexto para hablar de un tema que el propio Jariego aborda en su libro. Me refiero al asunto del progreso, un tema complejo sobre el que tendremos que volver y volver.
Cuando hablamos del progreso hay varios asuntos colaterales que tratar puesto que es evidente que la humanidad ha progresado en algunos aspectos, es por eso que los autores que han abordado este asunto no son negacionistas de los avances que hemos sido capaces de desarrollar, sino que cuestionan que no hayamos sido capaces de simultanear estos avances con nuestros sentimientos morales. Dicho de otra manera: hemos sido capaces de mejorar la vida de nuestros conciudadanos pero hemos avanzado poco desde el punto de vista emocional, moral e institucional: así, aun hoy existen crímenes por celos, homicidios, asaltos sexuales y violaciones, pederastia, corrupción política y sobre todo acoso moral o político hacia otras personas que piensan distinto con daños irreparables a su reputación, etc. Del mismo modo y tal y como señala Wilson nuestras instituciones políticas están obsoletas, han quedado -por así decirlo- inútiles para la gestión de los problemas que abruman al hombre moderno.
Con respecto al progreso hay dos clases de ideas: los que piensan de forma teleológica y están persuadidos de que el mundo se dirige raudo en una dirección que señala hacia un mejoramiento global de la población y los que creen -creemos- que la civilización sufre avances y retrocesos y a veces colapsos que llevan a los pueblos hacia su empobrecimiento, miseria y atraso. De manera que los que pensamos de esa forma no tenemos más remedio que plantearnos el tema que Jariego promueve en su relato de ciencia-ficción: ¿Cómo podemos mejorar la vida de la gente común?
Para eso debemos hacer una incursión en cuales son los elementos que componen ese capital humano que compone las naciones y que hacen posible la prosperidad, la libertad, la justicia o la igualdad. ¿Qué materiales están en la base de una sociedad así configurada?

¿Por qué unas naciones son más prósperas, saludables y seguras que otras?
Durante siglos, los filósofos, los economistas y los politólogos han propuesto diversas teorías, culpando a diferentes factores: el azar, el ambiente, la geografía, la religión o las instituciones. El sospechoso habitual suele ser el capitalismo obturando la idea de que precisamente los países mas descapitalizados son los que presentan peores indices de malestar, enfermedades, y desarrollo moral. Naturalmente la idea convencional de «capitalismo» a su vez oscurece otra idea; el sistema capitalista es el mejor sistema económico pero no todas las aplicaciones del capitalismo son benévolas para el hombre empezando por esa idea de un crecimiento continuo desordenado, despótico y generalizado. La idea a proponer seria esta: ¿Es posible pensar en un capitalismo humano con un desarrollo sostenible a escala de las necesidades humanas? Más abajo volveré sobre esta cuestión pero adelantaré algo: se trata también de un problema moral.
Pero quizás el factor clave esté aún más cerca: en el propio cerebro humano y en el capital cognitivo de una población. Esta es la posibilidad que baraja Garett Jones en «Hive minds. How your nation’s IQ matters so much more than your own». A países más inteligentes “ciudadanos más pacientes, más ahorradores, más cooperativos y mejor informados”.
Irónicamente, los test de inteligencia no predicen con mucha exactitud el éxito en la vida de un individuo. Son mejores prediciendo cómo les irá a países enteros: los países con resultados más altos en los test de inteligencia son alrededor de ocho veces más prósperos que aquellos con resultados más bajos. Más que eso, suponga que usted tiene un IQ de 140 pero vive en un país con una media del IQ de 100. ¿Como cree que le iría en la vida? Bueno no podemos predecirlo solo en base a su puntuación pero es seguro que le irá mejor en un país con una media de 110-120. Es muy posible que en ese país valoren su talento y en el suyo de origen no encajará nunca de forma óptima.
Países con mejor capital cognitivo tenderán a ser más ahorradores, más cooperativos, más orientados al libre mercado y más exitosos empleando tecnología. Si esta asociación es cierta uno de los objetivos prioritarios de los profesionales de la política y la salud pública en los próximos años debería ser averiguar cómo incrementar la inteligencia media de los países.
Jariego aborda este problema en su libro de ficción situándose en un escenario futuro aunque próximo. El objetivo es mejorar la inteligencia colectiva. ¿Cómo mejorar esta inteligencia si ya han fracasado nuestras buenas intenciones relativas a la educación en la que fiamos todo este potencial y que ha terminado por decepcionarnos en aquella idea llamada «la pizarra en blanco» que nos hizo suponer que a través de la educación podríamos mejorar el CI y el destino de gran parte de la población?
Lo cierto es que la educación universal era una buena idea si se hubieran tenido en cuenta sus limites: no todo el mundo podrá beneficiarse de ella individualmente. Hay diferencias genéticas entre los individuos que nunca podrán ser superadas, es por eso que la educación pública ha de estar regulada al alza y no a la baja. Una educación de calidad es la que ha de dejar fuera a los mediocres. Si la izquierda supiera qué es eso de la «tabla rasa» nos hubiera ahorrado grandes fracasos educativos y si la derecha supiera que sus hijos pueden ser zoquetes y haraganes aunque vayan a un colegio privado también sería un buen ahorro y hubiéramos podido diseñar otros escenarios alternativos para el deporte, los oficios o el arte.
El problema es que aunque ya todos sabemos que una educación tutelada por las ideologías políticas no garantiza un incremento de la inteligencia colectiva existen otros poderes que ya han caído en la cuenta de que es muy eficaz para el control de la población, es decir el adoctrinamiento desde los nacionalismos hasta las ideologías de genero. Pues adoctrinar es lo contrario que educar para producir individuos críticos y libres. Es mucho más sencillo y no requiere esfuerzos complementarios o individuales. Dicho de otro modo, adoctrinar no precisa ningún IQ especial. casi todas las personas que rondan esa cifra de 100 puntos son adoctrinables, es decir obedientes siempre y cuando les garanticen diversiones y vicios. Goebbels dejó escrito que solo 1 de cada 1000 prisioneros era lo suficientemente rebelde para ser vigilado en un campo de concentración y que bastaba con eliminarles para volver a tener un rebaño obediente.
Estos poderes que hoy gobiernan el mundo tienen un plan. Una parte del plan se llama eugenesia.
Aunque el eugenismo es una buena idea y tan honrada como cualquier otra que se haya propugnado para el mejoramiento de la inteligencia y la salud moral y mental de la población, lo cierto es que tiene muy mala prensa precisamente porque fue utilizada por el III Reich de una forma brutal y bastante estúpida pues fue ejercida precisamente contra los judíos que son precisamente una de las razas humanas más inteligentes que existen sobre la tierra.
En realidad la eugenesia no trata de asesinar a nadie sino que es una compilación de una serie de técnicas que podrían mejorar la expectativa de hacer países más inteligentes al aumentar el capital inteligente de sus miembros. Algo que no carece de cierta base: sabemos que la inteligencia media no es un rasgo fijo, que no está determinado completamente por los genes, y también que de hecho ya se ha incrementado en todo el mundo, tal como documenta el llamado “efecto Flynn” –si bien existen dudas sobre donde se encuentra su techo y cuáles son las causas que lo determinan. Y sobre todo si es posible hablar de un efecto Flynn moral.
Estos poderes que tratan de gobernar el mundo tienen una agenda multinivel, no pretenden implantar un plan eugenésico para aumentar el IQ de la población global sino reducir drásticamente la población mundial y dividir el genero humano en dos subrazas, una élite y otra esclavizada y atontada por drogas, pornografia y entretenimientos tal y como podemos observar en algunas novelas clásicas de ciencia ficción . Ya fracasaron intentos anteriores llevados a cabo en India y China: las políticas de hijo único, los abortos o las esterilizaciones más o menos impuestas por las autoridades sanitarias demostraron ser inútiles para contener la marea humana de ciertos países que bien por su religión, su tradición o sus escasos recursos sanitarios o de instrucción son incapaces de contener esta hemorragia de nacimientos que agravan las hambrunas y su miseria. Tampoco parece que las epidemias hayan resuelto el problema de la sobrepoblación.
Y vale la pena recordar ahora que el aborto libre es una forma de eugenesia aunque se «vende» como un derecho de la mujer. Un plan más en la agenda de esas élites.
Vale la pena recordar de que en este momento la población mundial está cerca de los 7.700 millones de personas y aunque la trampa malthusiana no se ha producido, al menos en Occidente, lo cierto es que esta población se concentra en determinados lugares dejando otros prácticamente vacíos. Hay una distribución anómala de la población que se concentra sobre todo en las áreas industriales de las grandes ciudades donde se concentran los recursos pero también las enfermedades mentales y la delincuencia. Es lógico, puesto que fue la revolución industrial la que hizo estallar la idea de Malthus. Producimos más y más barato gracias al capitalismo.
El capitalismo es como la energía nuclear, tiene efectos positivos como generar energía y recursos pero también puede crear bombas destructivas a gran escala. Este fenómeno dual lo podemos aplicar a todos los espacios de progreso que hemos alcanzado. No todos los efectos del progreso son buenos y siempre hay que esperar alguna contrariedad o algún «cisne negro», pues aumentar la complejidad supone aceptar sus efectos indeseables que viajan con sus ventajas.
Para aumentar el capital cognitivo de una nación es necesario contar con instituciones adecuadas a los tiempos y necesidades actuales pues la prosperidad no puede diseñarse por fuera de las instituciones de gobierno pues son los gobiernos los que ponen reglas de juego a las corporaciones.
Significa que no sabemos cómo hacer para conseguir eliminar la pobreza, generar igualdad o cambiar el destino de algunos países que se baten entre continuas guerras tribales, la miseria de la enfermedad y la pobreza de sus miembros, pero sabemos algunas cosas.
La primera cosa que hemos aprendido es que no se pueden imponer regímenes que han funcionado bien aquí (como la democracia liberal) que hoy ya es una institución obsoleta, en otros entornos que históricamente han estado en manos de clases políticas extractivas y donde no existen instituciones inclusivas. La democracia no es exportable y siguiendo las ideas de Daron Acemoglu, la democracia y la prosperidad son algo contingente y provisional, es decir se puede volver atrás en cualquier momento.
Pero saber que la prosperidad es contigente no significa que no sepamos algo fundamental: Un Estado centralizado y fuerte es necesario para que emerjan otras condiciones, como la libertad, los derechos humanos, el derecho de propiedad, etc, pero un Estado centralizado no es condición suficiente. Hace falta algo más.
Es necesario que este Estado no sea extractivo sino inclusivo, es decir que reparta la riqueza entre sus ciudadanos de un modo más o menos justo. Un estado fuerte como el de Corea del Norte, como los países árabes con petróleo, como en Rusia o en Cuba no garantiza de ninguna manera el bienestar de sus ciudadanos incluso pueden dar la impresión de cierto éxito económico como sucedió con la URSS desde 1940 hasta 1970 en que comenzó su declive.
El éxito de la URSS se debió en gran parte al trasvase de trabajadores desde una atrasada agricultura hacia la industria, pero el sistema soviético carecía de dos de las condiciones más importantes para que ese éxito fuera sostenible: no había incentivos para la excelencia en el trabajo y no había innovación. La industria soviética murió precisamente por falta de innovación y algo así le sucederá a la China actual. Limitarse a copiar diseños de otros y ofrecer al mismo tiempo una mano de obra barata para occidente asegura grandes conflictos en el futuro a la vez que no impedirá el colapso de ese país en el corto plazo.
Las desigualdades en nuestro entorno.-
Algunas objecciones.
¿Cómo es posible que en los países donde más democracia, más oportunidades, más innovación y excelencia sean precisamente los que generan mayor desigualdades internas?.
Para empezar hay que decir que cierta desigualdad es necesaria para preservar esa misma innovación, el esfuerzo y el talento individuales. Las personas no somos todos iguales y aunque la igualdad es una norma moral inherente a nuestra ubicación democrática es necesario señalar que “la igualdad” es una abstracción subjetiva mientras que la desigualdad es algo muy concreto a lo que podemos meterle el dedo. Dicho de otro modo, no son tolerables ciertas desigualdades radicales entre ciudadanos de una misma nación, pero la igualdad es una utopía que hay que optimizar.
Una vez dicho esto, hay que señalar un hecho sorprendente: los Estados democráticos no han dejado -solo por el hecho de ser democráticos- de ser extractivos y expoliadores, algo que hacen a través de los impuestos, las tasas, las multas, la burocracia y las ramificaciones del Estado en todo rincón de lo privado. Tenemos Estados muy intervencionistas que paradójicamente protegen algo que está prohibido y que son los monopolios más o menos camuflados.
Un Estado puede ser democrático en su apariencia y ser imperial en sus relaciones internacionales. ¿Qué hace la UE metiendo la nariz en Ucrania? ¿Tiene algo que ver el gas ruso en todo este lío? Claro, Alemania quiere extraer esa riqueza y ponerla a su disposición. ¿Es que la Merkel no sabia que tendría a Putin enfrente en esa maniobra de acercar a Ucrania a la OTAN?
Un Estado no se convierte de la noche a la mañana en democrático solo por el hecho de haber elecciones. En nuestro entorno por ejemplo lo que observamos cada vez de forma más clara es que el Estado ha sido tomado por los partidos y la prensa al servicio de quién le paga. La llamada partitocracia le da a los partidos políticos una legitimidad que no tienen en puridad democrática. Una cosa es el Estado y otra los partidos. Los partidos son marcas, ideologías que no están ahí para quedarse, sino para dejar sitio a otros niveles de organización democrática. Más que eso están tan obsoletos como la monarquía.
En España nos hemos quedado con un sistema de gobierno anticuado, con una administración mastodóntica, unos partidos con regímenes estalinistas en su funcionamiento interno y con la paradoja de que los españoles actuales somos mucho más listos que nuestros abuelos y estamos muy bien informados. No nos merecemos los partidos ni los sindicatos, ni las organizaciones empresariales que tenemos. Todo huele a naftalina y todos los españoles nos sentimos expoliados por el recibo de la luz.
Las élites extractivas no son sólo el gobierno (los políticos) y los partidos, o los ricos, están mucho más cerca de lo que parece: son las empresas, las corporaciones que tienen la capacidad de negociar sus precios y sus perdidas, la banca, las multinacionales, las energéticas del IBEX, pero también una universidad anticuada que es en realidad una fabrica de parados con doctorados, endogámica e hipertrofiada. Todos estamos al servicio de unas élites extractivas no identificadas.
En conclusión ¿Por qué las naciones fracasan?
Lo hacen porque su rebaño no ha alcanzado el suficiente talento para que sus países sean lo suficientemente inteligentes, tengan unas instituciones, políticos y gobernantes con el suficiente capital organizacional con gobernantes inteligentes y morales que estén tan lejos de la corrupción y el interés propio como cualquier persona común en su entorno inmediato y sean capaces de terminar con las desigualdades radicales, la pobreza, diseñando políticas que enfrenten tanto al capital extractivo como a los movimientos progresistas que bajo cualquier disfraz pretendan implantar gobiernos totalitarios globales.
Pero en mi opinión hace falta algo más: enfrentarse colectivamente a esos poderes globales que diseñan estrategias que nadie ha votado y que se introducen con su propaganda en todo el tejido social. Discriminar esos mensajes es la tarea de al menos los individuos más despiertos de nuestro tiempo y si es posible informar de esos planes a nuestros contemporáneos a fin de aumentar la masa critica: ese talento del rebaño que tanto se parece a la inmunidad de grupo que perseguimos para resolver la pandemia actual.
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