Paul Gilbert y la compasión

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Hace algunos años tuve ocasión de conocer a una mujer que seguramente representaba un extremo en una supuesta escala analógica de hiperempatía. No he conocido a nadie tan compasiva, tan altruista y tan empática como ella.

No podía ver a un pobre sin darle limosna, de tal modo que era perseguida por una legión de parias en cuanto se daban cuenta de que daba generosas limosnas. Los gatos y perros abandonados eran su debilidad y llenaba su casa con toda una legión de huerfanos caninos y felinos. Como tenia varias casas, una de verano y otra de invierno, se pasaba el dia de aquei para allá llevándoles comida sin que pudiera desprenderse de ninguno de ellos.Se trataba de una especie de síndrome de Diogenes pero con mascotas en lugar de basura o trastos inservibles.

Claro que no aconsejaría a nadie que hiciera una visita a estos albergues por el mal olor que desprendía siempre su hogar y que daba lugar a quejas e intervenciones de agentes del ayuntamiento. No cabe ninguna duda de que aquella mujer era muy compasiva, es decir compartía el sufrimiento de todos aquellos animales abandonados, hasta el punto de identificarse con ellos, en una especie de sinestesia perruna en la que hacía suyos el dolor abandónico de sus mascotas.

Lo interesante es que estas mascotas no tenían siquiera nombre, no había una relación personalizada con ninguno de ellos, me llamó siempre la atención la impersonalidad de su trato y la ambigüa tortura de tener a aquellos animales prisioneros en pisos sin salir apenas a la calle: naturalmente era imposible sacarlos de su presidio.

La compasión en psicoterapia.-

Recientemente ha visitado nuestro país -más concretamente Valencia- el psicoterapeuta, profesor e investigador inglés Paul Gilbert, fundador de una Terapia Centrada en la Compasión. Su trabajo se apoya, en otras disciplinas, en conocimientos provenientes del campo de la Psicología del Desarrollo y de Psicología Social. Gilbert descubrió nuevas tácticas para ayudar a los pacientes a entender que no son culpables de su patología ni de sus síntomas, sino que estos provienen de la condición humana.

Lo interesante del planteamiento de Gilbert es que está hablando de una compasión bien diferente a la que mostré más arriba con el caso de mi conocida.

Para derribar el primer mito: sentir compasión no significa sentir lástima hacia los demás. Hagamos el ejercicio de imaginarnos a nosotros mismos, tan solo por un instante, en medio del sufrimiento. Desde esa posición, observemos con atención el efecto que nos produce que el otro nos mire con pena, lo mal que nos hace sentir. Es fácil comprender, desde esta perspectiva, lo poco edificante que es el sentimiento de lástima, dirigido hacia los demás o hacia nosotros mismos. El sufrimiento es parte de la vida y a todos nos toca una porción. Frente a esta certeza nos queda poco lugar para la lástima.

Inducidos por mensajes culturales, asociamos la compasión a una condición de bondad tan pura que nada debería contaminarla: quienes se consideran a sí mismos seres compasivos se paralizan al constatar que, al mismo tiempo, son capaces de enojarse o incapaces de perdonar. Ven “manchado” ese “noble” sentimiento y cuestionado el absoluto de su ideal.Pero ese absoluto está lejos de ser deseable. Chogyam Trungpa, maestro budista de Meditación, forjó el concepto de “compasión idiota”: el equívoco que nos lleva a perdonar una mala actitud del otro, movidos por la compasión, propiciando su reincidencia. Podemos sentir que alguien se está equivocando cuando decide hacer el mal, y por ello sentir por tristeza por él, incluso compasión por el sufrimiento que esa persona produce en sí misma y en los demás. Pero permitir que los demás hagan cualquier cosa porque nosotros no tenemos coraje para ponerles límites no significa, ciertamente, ser compasivos.  La compasión inteligente es desear a otra persona que se libere del sufrimiento por sus propios medios.
Más autocompasión y menos autoestima seria la receta adecuada para una psicoterapia basada en la compasión como la que propone Gilbert..
Las psicoterapias de primera generación pre-cognitivas como el psicoanálisis o la psicoterapia humanística o existencial conteniín no pocos elementos de compasión bien entendida, es interesante comprobar como las llamadas psicoterapias de tercera generación como el mindfullnes o la terapia gilbertiana vuelven a incidir en la necesidad de compadecerse pero no identificarse con el paciente. El «pobrecito mío» que practican algunos psicólogos tiene muy poco de terapeutico y mucho de paternalismo compasivo. Una compasíón débil y en el fondo matriarcal.

El lado oscuro de la compasión.

Barbara Oakley define un “altruista patológico” como “una persona que se implica sinceramente en lo que pretende que sea un acto altruísta pero que (de un modo que pueda ser razonablemente anticipado) termina dañando a la persona o el grupo que intenta ayudar”. Diferentes personalidades pueden comportarse como altruístas patológicos y el espectro de conductas que pueden caer bajo esta definición es todavía más amplio, desde la decisión de no vacunar a un niño a las políticas de cooperación y ayuda internacional.

Existe claramente un “lado oscuro” de la empatía, como muestran algunos desórdenes de personalidad caracterizados por la hiperempatía como el TLP (trastorno limite de la personalidad), quizás la anorexia mental. Pero estos fallos de la cooperación son más difíciles de detectar debido a que los sentimientos empáticos y altruístas no proceden normalmente de procesos cognitivos “lentos” en el sentido de Daniel Kahneman, sino de nuestra forma de pensar “rápida”. Existe algo así como un “sesgo proempático” según el cual cualquier comportamiento señalado como altruísta es percibido como inherentemente positivo, con relativa independencia de las consecuencias. Es más, este es un sesgo especialmente difícil de superar, incluso para las personas inteligentes y científicamente informadas, debido a que implica examinar “lo que los grupos o científicos supuestamente racionales y objetivos han llegado a considerar subliminalmente sagrado”..

Por último no hay que olvidar que la empatía excesiva no implica necesariamente autoconocimiento y que por supuesto empatizar excesivamente con las necesidades de otros puede servir al propósito de ocultar las necesidades propias.

La excesiva empatía no es bondad si esa bondad no es en primer lugar para uno mismo.