Mañana miércoles aparecerá en Francia la ultima novela de Houellebecq que lleva por titulo «Sumisión». Se trata de una novela que viene precedida de un cierto escándalo y que es en realidad una novela de política ficción que trata de una distopía. La de un supuesta victoria en Francia de un partido islamista que inmediatamente procede a la «islamización» del Estado, mandando a casa a las mujeres y aplicando la ley coránica a todas las instituciones del mismo, incluso favoreciendo y aprobando leyes en favor de la poligamia.
Lo interesante del libro que transcurre con personajes bien conocidos y muy actuales es que los dos grandes partidos de Francia, equivalentes a nuestros PSOE y PP apoyan al candidato islamista para cerrarle el paso a Marine Le Pen, candidata de la ultraderecha. Y aunque se trata de una ficción política el tema da para mucho pensar. Cosas como esta. ¿Por qué los partidos tradicionales le tienen más miedo a Marine Le Pen que a un candidato islamista?
George Orwell es un escritor que pasará a la historia de la literatura por haber inventado el género de la anticipación política, la política-ficción y sobre todo por su personaje-entidad del Gran Hermano, una especie de ente omnipresente en la vida de las personas que nos vigila y que sobre todo vive con nosotros, penetra nuestra intimidad en forma de pantalla, de un ojo que todo lo ve, como un Dios laico pero omnipotente que en el caso de Orwell remite a un estado totalitario, policíaco, represivo y autoritario, fruto de su experiencia en la guerra civil española donde vino como muchos idealistas ingleses a buscarse a sí mismo y es cierto que se encontró, pues dedicó su vida a denunciar los excesos que había contemplado en las purgas del partido comunista español de inspiración estalinista.
Orwell escribió su obra maestra- 1984– inaugurando un género nuevo, similar al de la tragedia griega, su intención era la advertencia, que no sucediera en la realidad lo que narra en la novela pero se equivocó en plazos y fechas: el ministerio de la Verdad destinado a reescribir la historia día a día según las conveniencias de una guerra continua mantenida artificialmente como justificación de una economía precaria, se ocupa de borrar las huellas del pasado, pero esta actividad -en el largo plazo- no iba a proceder de caudillos totalitarios sino del poder acumulado por los poderes mediáticos amparados por el sagrado derecho de la “libertad de expresión”, por la televisión, por los lobbys de la comunicación, por el nuevo culto a lo digital. El peligro no procede tanto de Estados autoritarios que prohiben el amor y mantienen a las masas idiotizadas por la ginebra, sino antes al contrario, de estados supuestamente libres, supuestamente democráticos, donde la historia, la opinión y la sensibilidad ciudadana está mediada por la televisión, los medios y la amnesia histórica al servicio de sus propios intereses y que además no pueden ser contradecidos pues se hallan investidos del mito de intachabilidad de lo legítimo.
La historia se ha terminado, la verdad es inútil buscarla en parte alguna, una vez documentalizada la historia se transforma en una verdad reversible y los individuos son transformados en consumidores caninos de imágenes mientras son idiotizados, por el espectáculo, el consumo, la pornografía y los psicotrópicos.
De manera que la distopía de Orwell aunque no se ha cumplido en tu totalidad (aunque ciertos elementos no son bien conocidos), nos sirve para estar prevenidos de otro tipo de regímenes autoritarios y no cabe duda de que la mayor amenaza para occidente y nuestra forma de vivir es el islamismo.
Lo que es realmente curioso es el trato que da la izquierda a este fenómeno y como convierten el temor genuino de las personas ante esta amenaza en una especie de pecado o de falta ciudadana grave, hasta tal punto de que es incluso peligroso abordar esta cuestión y no ser tratado de islamófobo.
La verdad de la cuestión de estas palabras que contienen el sufijo «fobia» es que responden a una especie de psicologización de los temores que siente la población de forma genuina. La islamofobia, la xenofobia o la homofobia no son enfermedades mentales tal y como nos venden sino temores articulados en la realidad de la diferencia, algunos de los cuales están bien fundados mientras que otros responden solo a la intolerancia. En cualquier caso, sea por prejuicios o por hechos bien consolidados, el temor a la otro forma parte de nuestro acerbo genetico. usted mismo tendrá alguna prueba de ello.
Imagínese que usted viaja por la España profunda, llega a un pueblo y entra en el bar a preguntar por una ubicación cualquiera. Notará que los ciudadanos que están el bar jugando a cartas, charlando o tomando carajillos le miran de una forma obsesiva y descarada. Usted se siente observado, incómodo, se siente como un extraterrestre sometido al pesado escrutinio de todas las miradas. ¿Por qué le miran?
Le miran porque no le conocen, es usted un forastero y en ese sentido -como en las películas del Oeste- es usted una amenaza, representa una amenaza, en clave ancestral para esos ciudadanos. Y es una amenaza porque ignoran sus intenciones, no saben si es usted un ladrón, un loco, un merodeador o alguien peligroso. Las miradas tratan de escudriñar en su cara sus intenciones. Se llama teoría de la mente y todos tenemos ese modulo implantado en nuestro cerebro: nos permite averiguar algo -a grosso modo- de las intenciones ajenas y saber si podemos o no confiar en alguien.
Dicho de otra manera: eso que llamamos xenofobia es en realidad un módulo de nuestra mente dedicado a detectar peligros, bien es cierto que de manera bastante tosca, pues un forastero no representa un peligro si no es peligroso, pero usted no lo sabe y su cerebro toma por usted una decisión: mejor alarmarse por nada que no alarmarse en absoluto cuando ya el latrocinio se ha cometido. Este sistema de alarmas (el detector de humos de Nesse) ha sido privilegiado por la evolución, por sus buenos servicios a nuestra especie.
Lo que sucede es que nosotros los humanos somos al mismo tiempo una especie social y mantenemos además aprendizajes sociales continuos que neutralizan el disparo de alarmas innecesarias, de manera que hemos aprendido a tolerar a los diferentes o al menos a ignorarlos distanciándonos de ellos. El adjetivo xenofobia debería reducirse a aquellas personas que dentro de una comunidad cualquiera mantienen juicios generalizados sobre todo lo diferente. Imagine que dentro de aquel bar del pueblo uno de los contertulios se levanta y le da con un bastón en la cabeza. Dicho de otro modo, aunque la prevención al forastero es universal, el ataque prejuicioso contra el mismo es minoritario y procede de individuos concretos que no sólo tienen un sistema de alarma en malas condiciones sino que encima actúan en defensa de un ataque que nunca se hubiera producido.
Los xenófobos de existir son una minoría con respecto a los atemorizados.
Hasta aquí la gestión individual que hacemos de las amenazas pero hay que hablar de la gestión política de las mismas. ¿Qué hacen nuestros políticos al respecto?
Lo que hacen es minimizar el riesgo dando así más argumentos de miedo a los ya atemorizados ciudadanos.
Francia tiene mas de 5000.000 de musulmanes, mal integrados en el laicismo de nuestros países europeos y con amplias bolsas de marginalidad y que mantienen costumbres fijas con respecto a la religión, la dieta y los derechos de la mujer. Tanto Cameron, como Sarkozy y Merkel ya han manifestado públicamente que la integración de ciertas etnias al mundo europeo ha sido un fracaso. Sencillamente empastamos mal, no tanto por la religión o la forma de vestir sino por la cultura de procedencia. Las culturas del desierto modelan cerebros bien distintos a lo que nosotros entendemos como democracia, valores y derechos humanos. Lo paradójico en este punto es que somos nosotros los que podemos sentirnos culpables (pues nuestra cultura cristiana es una cultura de la culpa individual) mientras que ellos no se sentirán culpables jamás, solo avergonzados y ante sus mismos conciudadanos.
Debe ser por eso por lo que adoptamos una postura tan blanda y permisiva con ciertas religiones que se han infiltrado en nuestra casa imponiendo sus costumbres (alguna de ellas incompatibles con las nuestras), sus templos, sus dietas y sus símbolos mientras nosotros hemos retirado los nuestros de las escuelas. Somos laicos y esa laicidad representan una debilidad no tanto porque nos vayan a comer el territorio sino porque -tal y como sucede en la novela de Houellebecq- acabarán siendo mayoría en nuestros países, al menos por la explosión demográfica que nos traen.
Todo iba bastante bien hasta hace recientemente poco tiempo: los espectáculos de decapitaciones, crucifixiones, esclavitud sexual, conversiones forzadas y exilios de grupos humanos no islámicos bien distribuidos por youtube y la prensa han hecho aparecer las alarmas y desenmascarar algunas estrategias geopolíticas. Todas las alarmas. Ya no es una cuestión de tolerancia tal y como aprendimos en la escuela, es que ahora vienen con cimitarras dispuestos a cortarnos el cuello, con o sin bombas. Y aun asi, dicen que ha crecido la islamofobia. ¿Pues que esperaban?
La sensación de amenaza crece porque nos enteramos de todo.
Pero ya lo estoy oyendo: no todos los árabes son terroristas y el islam es una religión pacifica y humanitaria.
Los que dicen eso son los mismos que están en contra de que en España se celebre la toma de Granada, son los mismos intolerantes que odian el cristianismo, los anticlericales de toda la vida. ¿Cómo es posible que los que practican el auto-odio frente a los nuestro sean tan tolerantes con el exterminio que llevan a cabo desde el otro lado?
Contestaré a esto más abajo, pero antes me gustaría hacer una incursión lógica:
Todos los setas son hongos
Pero no todas las hongos son setas.
Y un corolario: no podrían haber setas sin hongos.
Es verdad: no todos los musulmanes son terroristas, ni radicales, algunos de ellos -pocos- son incluso laicos o descreídos, ateos por decirlo de alguna manera. Pero no es posible desenlazar el terrorismo islámico de la religión islámica. No hay en el Nuevo Testamento ningún episodio que contenga una consigna de guerra por parte de Jesús y si descontamos el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo no existe en el Nuevo Testamento ninguna alusión a la violencia o a la exclusión. Compárese con el Corán. Está en su ADN. El islamismo es una religión reaccionaria, totalitaria que tiene muchas interpretaciones teológicas, pero la Sharia (la guerra santa) está legitimada quieran o no los bien pensantes.
Es más probable que un islamista moderado se radicalice que un señor cristiano o ateo de Cuenca.
Y así y todo el marxismo y el islamismo funden mal. Más allá de algunas experiencias puntuales en Libia, Argelia o en Palestina, el marxismo no ha conseguido imponerse como forma de gobierno en ningún país árabe. Y empastan mal porque son redundantes: ambos persiguen lo mismo.
La homogeneización por abajo de la población.
Efectivamente el islamismo es una religión muy fácil de entender, es por eso que es la más practicada en el mundo. Se trata de someterse a Dios y a su voluntad. Lo que está bien y lo que está mal viene determinado por el Corán, la Ley civil, la ley política y la ley religiosa se funden en una y única Ley. En ese sentido no puede haber un Islam moderado, solo creyentes durmientes; la democracia nunca tendrá cabida hasta que los propios musulmanes no hagan su revolución Ilustrada y consigan separar al Estado de la fe. No existe una democracia formal en ningún país musulmán, por lo tanto es obvio que la religión lleva a cabo un efecto mordaza del progreso en aquellos países de un modo similar a lo que sucede en países comunistas como Cuba, Venezuela o Corea del Norte.
Y sin embargo existe entre ellos una extraña armonía: es la izquierda la principal defensora de los derechos de los islamistas, derechos que les niegan a los católicos, llamándoles integristas ignorando que el integrismo cristiano palideció allá por el siglo XVIII y es por eso que tenemos carreteras y calefacción, poetas y blogueros.
En conclusión, espero leer pronto, -cuando salga en España- el libro de Houellebecq acerca de su novela de política- ficción y esperaría que nuestros marxistas no le acusen de islamofobia y que recuerden que de acuerdo a la neurociencia actual: todos estamos cableados para ser xenófobos solo que algunos son xenófobos con lo propio.
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