Hay algo en la consciencia humana que no es fenoménico y que causa lo fenoménico. (G. Lachman)
Lo cierto es que la Medicina se ha ocupado mucho hasta el momento de conocer las causas de las enfermedades, pero han sido otras disciplinas las que se han ocupado de cómo mantener la salud, así las políticas distributivas, las políticas medio-ambientales, las políticas sociales incluyendo a las políticas sanitarias tienen un cierto impacto en la salud percibida por la población y contribuyen a la salud de los ciudadanos mucho más que el consumo de fármacos por ejemplo. Pero hasta ahora la Medicina y sus tecnologías complejas no parecen haberse decidido por cambiar el rumbo de su paradigma a fin de hacerlo compatible con una visión mas saludable de nuestra vida.
Es por eso que hoy hablamos de salutogénesis (Antonovsky, 1979), un nuevo paradigma que ya no se detiene en la polaridad salud-enfermedad poniendo el énfasis en las causas de las patologías sino que se preocupa de cómo mantener la salud en organismos que aun no han enfermado, se ocupa pues de las causas de la salud. Del mismo modo este mantenimiento de la salud entronca con otro concepto que es el concepto de sanación, opuesto en cierta manera al concepto pasivo de la curación.
Es verdad que la mayor parte de las enfermedades se curan solas y el organismo vuelve a recuperar el estatu quo que le correponde siempre y cuando este impacto no sea lo suficientemente virulento. La mayor parte de las enfermedades sin embargo necesitan el concurso y el saber de un médico. El médico es el que cura aunque cuenta para ello no solamente con sus herramientas técnicas sino también con la vis medicatrix, es decir con esa tendencia de las enfermedades a curarse solas, un poderoso aliado. Por otra parte el sanador no necesita ser médico porque opera desde un punto de vista espiritual, cura -sana- por la fe, el trabajo físico o la adquisición de algún tipo de conocimiento.
La cuestión central del paradigma salutogénico parte de la pregunta: Por qué razón, si nos enfermamos, algunos se recuperan mas fácilmente que otros? ¿Por qué algunas personas son propensas a múltiples enfermedades mientras que otras parecen mantenerse sanas y jóvenes aun en edad provecta?
Para entender mejor este fenómeno tenemos que saber que el mantenimiento o la ganancia de una buena salud está relacionada con dos características de los organismos vivos: la resistencia y la coherencia y ambos se funden en un concepto psicológico relativamente reciente: la resiliencia un concepto tomado de las propiedades de los metales y que es aplicable a la acción de ciertos impactos en la vida psicológica de un individuo y lo pone en relación con la capacidad de que estos impactos terminen por fortalecer la respuesta de los individuos a las contrariedades de la vida.
Pero no es de la la resiliencia como concepto psicológico de lo que voy a hablar sino de la resistencia y la coherencia. Más concretamente me gustaría hablar de la coherencia, algo que podemos definir de esta forma: «Cada individuo debe encontrar para sí mismo una sensibilidad para entender o interpretar de modo positivo los diversos desafíos existenciales, insertándolos en un Todo que tenga un sentido, donde el ser humano encuentre algún significado en lo que piensa, siente, realiza y en todo lo que le acontece. Se trata aquí de un comprender la existencia, lo cual es bastante diferente a un saber sobre la existencia».
Dicho de otra manera: la coherencia se cultiva (Bildung), no es algo que nos venga de serie, no se trata de adquirir un cierto conocimiento o destrezas especiales, sino de la construcción de un sentido, una Voluntad que gobierne desde una cierta elevación a los componentes más elementales. Para eso vamos a aproximarnos a la metáfora del carruaje, apropiada para hablar de los cuatro niveles de consciencia que conviven en nosotros los humanos, niveles de consciencia que afectan a cuatro cuerpos.
Los cuatro cuerpos de Gurdieff.-
El carruaje es el armazón (el cuerpo), los caballos, son las emociones, nuestra parte animal, la pasión y la motivación, el cochero es el experto que guía a los caballos y se ocupa de ellos, de darles de comer, limpiarlos y guarecerlos, el cochero es el Yo convencional, el que se ocupa de las cosas rutinarias de la vida, pero en esta metáfora falta algo: el cliente, el Amo del coche o carruaje: es él quien sabe donde hay que ir y aunque él no se ocupa ni del carruaje, ni de los caballos ni conoce el tráfico de las calles ni los itinerarios como sabe el cochero, es el único que sabe donde quiere ir, el resto de los elementos «no saben» o bien su saber es instrumental como el del cochero o instintivo como el de los caballos.
Se trata de una experiencia muy concreta y cotidiana, todos hemos tomado alguna vez un taxi y cuando lo hacemos damos una orden al taxista, pero no nos ocupamos de saber si el coche está en buenas condiciones, ni si ha pasado la ITV, tampoco le medimos al taxista sus niveles de glucosa en sangre por si estuviera bajo de azúcar, suponemos que es el taxista quien ha de ocuparse de todas las tareas de mantenimiento del coche y que goza de una buena salud para conducir, nosotros simplemente alquilamos su vehículo y su experiencia en conducir para que nos lleve a cierto lugar, después le pagamos y nos apeamos del coche.
No fiamos de él, nos fiamos de que existe coherencia entre el motor, la carrocería y el taxista, confiamos en su pericia para llevarnos dónde queremos ir, la coherencia del sistema de los tres cuerpos se le supone.
Pues bien ese cuarto cuerpo, que da ordenes al taxista, que sabe donde quiere ir, que dispone de intencionalidad y de voluntad, es el Yo. Pero hay una cierta diferencia entre ese Yo y el Yo del taxista. se trata de un Yo sobreelevado, de un Yo que no se limita a conocer itinerarios sino que sabe (donde quiere ir) y que además ES. Ser y saber son las características balanceadas y armónicas por las que se reconoce al cliente (al Yo). la otra característica que distingue al Yo del amo del Yo del cochero o taxista es que es unitario, es decir lo que sabe se extiende a todo su SER, no sabe en un lugar e ignora en otro, Ser y Saber se han fundido. Y que sabe el mecanismo para poner en marcha la acción es usualmente a través del cochero (el taxista en este caso).
Se trata de la consciencia suprahumana, de una conciencia autotrascendente o extendida, a diferencia de la consciencia del taxista que es una consciencia convencional, una autoconsciencia que se sabe a si misma pero que no tiene necesariamente el conocimiento de saber donde ir, en realidad va donde le mandan por así decir.
La mayor parte de las personas tienen esos cuatro cuerpos, pero no basta con tenerlos hay que poseer algo más: la llave que abre esa cuarta puerta.
Y volviendo sobre el tema de la coherencia es necesario decir ahora que el Amo, cochero, caballos y carruajes han de comportarse como un todo. Lo que exige que no haya alteraciones entre aquello que les conecta: el cochero debe hablar el mismo idioma que el amo, los caballos deben estar enganchados al carruaje y este debe estar en óptimas condiciones para viajar. hay pues dos cuestiones que afectan a la coherencia: una es la coherencia entre los miembros del sistema (los cuatro cuerpos) y luego ha de haber una coherencia entre sus tres enlaces (idioma, riendas, y enganche de las caballerías).
Es entonces cuando el sistema anda bien y cuando podemos habitar coherentemente el cuarto cuerpo y cuando somos amos de nosotros mismos.
Y cuando el Ser y el Saber se funden armónicamente todo cristaliza en Comprensión y el Yo consige la Unidad que no alcanza el cochero que no es otra cosa sino una confluencia de zombies
Y si uno comprende su carruaje, a sus caballos y a su cochero y este le entiende a él, entonces todo fluye y lo maravilloso puede llegar a suceder.
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