Un tal David Icke sostiene la insólita teoría de que nuestra especie es la que es precisamente porque fue sometida en tiempo ancestral a manipulaciones genéticas resultado de las cuales ciertos individuos pertenecen a una raza ¿superior? que se denominan reptilianos. Bush, Rumsfeld y quien sabe si Aznar son reptilianos, segun una teoría conspiranoica de mucha presencia en la red, una especie de sociedad secreta que gobierna el mundo.
El caso es que esta teoría de reptiles injertados tiene cierta verosimilitud si aceptamos las ideas de Paul McLean en el sentido de que nuestro cerebro no es unitario sino que representa filogenéticamente las edades de la evolución, asi hay un cerebro reptiliano, uno mamifero y otro humano.
Naturalmente la teoria de Icke no tiene nada que ver con la de McLean, la primera en cierto modo es creacionista y paranoica y la segunda evolucionista y científica, es decir verdadera por más que literariamente hablando la primera sea más atractiva que la segunda.
El cerebro reptiliano o complejo-R es el mas antiguo filogenéticamente hablando de nuestros tres cerebros y de sus prestaciones y limitaciones voy a hablarles ahora, no sin recordar que McLean habló de un cerebro triuno como tres bolas de helado superpuestos representando las edades de la vida en la Tierra.
Personalmente me adhiero a esta teoría por una razón fundamental: la evolución no opera hacia atrás, es decir no puede desdeñar los diseños anteriores para seguir con sus innovaciones. Significa que no puede hacer borrón y cuenta nueva cuando aparece una novedad sino que ha de integrarla en sus diseños anteriores. Y eso hicieron los mamíferos cuando le ganaron la batalla reproductiva a los reptiles.
Como es bien sabido la extinción de los dinosuarios (fuera por la razones que fuere) dejo vacío un nicho ecológico inmenso en la superficie d ela Tierra. Un nicho que fue ocupado por un mamifero ya extinguido -el misionero- a medio camino entre una rata y un primate. Naturalmente el misionero ya existía antes de la gran extinción, solo que su coexistencia con los dinosaurios le obligaba a vivir de noche valiéndose de una innovación que los reptiles no habian alcanzado: la autonomía con respecto al mantenimiento del calor. Dado que el misionero se autoregulaba térmicamentea pudo acoplarse mejor a los nichos nocturnos, pero cuando los dinosaurios desaparecieron de la faz de la tierra aun tuvo agallas apara adaptarse a los entornos diurnos que aquellos habian abandonado. Asi fue -según Sagan cuenta en «Los dragones del Edén»- que los mamiferos ganaron la batalla contra sus contrincantes eternos: los reptiles.
Sin embargo los mamíferos, -que habian inventado el apego y eran por tanto mejores madres que los reptiles-, no pudieron diseñar sus cerebros desde cero y tuvieron que tomar prestados los diseños -perfectos en cierto modo- que los reptiles habian utilizado para perpetuarse durante eones de tiempos Jurásicos, hasta que alguna catástrofe a escala general terminó con su hábitat alimentario.
Y asi hasta nosotros los hombres que llevamos efectivamente un reptil dentro aunque de manera bien distinta a como sugiere ese Icke.
Si los mamíferos inventaron el apego de las madres y sus crías los reptiles inventaron la jerarquía y el rango. Y ese es el problema que nosotros los hombres llevamos en nuestra herencia ancestral: hemos de compatibilizar el apego de los mamíferos con el rango de los reptiles, el egoísmo con el altruismo, la cooperación con el «ahi te quedas». De eso vamos nosotros los sapiens.
Pero empecemos por el principio: el cerebro reptiliano se ocupa sobre todo de regular los automatismos, en eso es el mejor diseño que la evolución ha podido inventar centralizando su funcionalidad. Se ocupa de regular nuestra respiración, la frecuencia cardiaca, las cifras tensionales, la inervación voluntaria y la vegetativa, el peristaltismo intestinal, la motilidad gástrica y prácticamente todos los fenomenos viscerales automatizados y no sometidos a las emociones.
El complejo-R es nada emocional, no se ocupa de esas cosas de mamíferos pues bastante trabajo tiene en conservar la integridad del individuo que habita y en eso es seguro y eficiente. Pero no sólo de supervivencias se ocupa nuestro cerebro reptiliano sino también de la reproducción. Corteja y sobrevive, copula y huye, lucha y diviértete y si tienes territorio defiéndelo, si no lo tienes agénciate uno. Esas parecen ser las estrategias de las que se ocupa nuestro reptil.
Dicho de otro modo: nuestro cerebro reptiliano es impulsivo -un tipo de acción- mientras que nuestro cerebro mamífero está diseñado para construir vínculos a largo plazo. Parecen opciones antagónicas y realmente lo son. Basta con que usted haga un poco de memoria para saber quien venció en su ultima confrontación. ¿Mantuvo el vínculo o lo rompió? Ese es el reptil.
Nuestro cerebro reptiliano tiene en nuestro cerebro tres representantes poderosos: los ganglios basales, el cerebelo y el tronco cerebral. Si somos capaces de dormir es gracias a que en el tronco cerebral existe un botón que apaga la conciencia y más tarde la estimula para que podamos soñar (la sustancia reticular). Si somos capaces de recordar movimientos es gracias a los ganglios basales y si somos capaces de respirar es gracias a automatismos sencillos inscritos en ese cuadro de mandos que llamamos tronco cerebral.
Eso que los psicólogos llaman el inconsciente es en realidad nuestro cerebro reptiliano (aunque no sólo). En él no hay palabras, ni emociones y solo existen patrones. Nuestro complejo-R lee patrones que impulsan conductas (acciones) destinadas a cortejar-copular y sobrevivir. Y como además carece de refinamiento lo hace de una manera muy tosca. Los rituales de cópula son en casi todas las especies muy parecidos a la lucha. La hembra huye, el macho persigue, el macho la alcanza y deposita bien en su interior o bien fuera del cuerpo de la hembra su esperma. Los rituales de apareamiento son siniestramente parecidos a los rituales agonísticos (de confrontación o lucha entre individuos). Y son tan parecidos que los niños de nuestra especie suelen interpretar el coito de los padres (cuando lo oyen) en clave agonistica. «Papa pega a mamá». Y sólo cuando adquieren el suficiente conocimiento acerca de la mecánica copulatoria abandonan esa fantasía, si bien las hembras de nuestra especie (en el caso de no que no existiera dimorfismo para identificarlas) serian reconocibles sólo por la capacidad que han desarrollado para zafarse de las continuas emboscadas de los hombres.
No cabe ninguna duda de que nuestro inconsciente procedural (la memoria de cada procedimiento) se halla en los ganglios basales: es alli donde conservamos los algoritmos que constituyen lo que entendemos como movimientos complejos, alli guardamos las secuencias de cada uno de los movimientos que hemos llevado a cabo en nuestra vida y los repetimos automáticamente como atarnos los cordones de los zapatos. No necesitamos pensar, sólo poner en marcha voluntariamente tal movimiento y la secuencia aparece como mágicamente surgida de la nada.
La verdad es que nosotros los humanos nos llevamos bastante mal con nuestro reptil, tiene -por asi decir- poca reputación si lo comparamos con las prestaciones mamíferas, con las emociones en primer plano o nuestra corteza cerebral por aquello del mérito de pensar racionalmente. Pero lo cierto es que nuestra salud depende básicamente de nuestro reptil pues es él el que está más cerca de lo orgánico y de los procesos que regulan nuestras visceras y sus funciones. Hemos renegado de él y cuando lo nombramos es para hacerle feos o para decidir cosas que van en contra de sus planes.
Es por eso que existen las enfermedades psicosomáticas y las enfermedades mentales: disonancias del reptil cuando se pone a negociar algo con sus eslabones superiores.
Poner de acuerdo a ese ministerio de neurodefensa que solo lee patrones y propone acciones a cara o cruz, con nuestro cerebro mamífero que tiene en cuenta emociones y que tiene que vérselas con las dependencias de los apegos, no es cosa fácil. No es de extrañar que cuando uno está en posición «up» el otro esté en posición «down» y que lo que aparezca en terminos verbales sean la confusión o la duda. «No se qué pensar», solemos decir cuando uno tira de la cuerda en sentido opuesto al otro. Los antagonismos solo inducen a nivel cortical confusión y el no saber qué hacer o ese debate interno permanente que llevamos con nosotros mismos en clave de diálogo interior con nuestra vocecita.
Una buena salud puede ser definida como la sinergia entre los tres cerebros: todos trabajando en el mismo sentido, yendo en el mismo barco, tirando del mismo extremo de la cuerda. La dificultad de esta estrategia es que no sabemos qué patrones lee nuestro complejo-R y sólo podemos tener noticia de las emociones que dispara nuestro cerebro mamífero o límbico. ¿Cómo adivinar pues las intenciones de defensa de nuestro reptil y modular su respuesta?
La verdad es que sólo tenemos dos recursos para tal cosa: el primero es conocer nuestro cuerpo y sus necesidades, también las de nuestro organismo entero, el segundo implementar pensamientos o ideas que tiendan a la negociación y a la reconciliación. Nuestro cerebro cortical ha de acostumbrarse a ser mas un mediador que un juez que dicta sentencia. Pues es seguro que desde el punto de vista racional podemos encontrar justificaciones para todo.
Nuestra mente reptiliana es una mente militar autónoma. Nuestro cerebro mamifero es un sentimental irascible que va a la suya y nuestra mente racional opera casi siempre en terminos categoriales de condena o absolución.
Es precisamente desde nuestra mente racional después de haber renunciado a los juicios sumariales desde donde podemos dirigir todo el cotarro.
Piensa y acertarás.
¿Cómo se concilian «pensar» y «renunciar al juício»?
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He vuelto a leer el último párrafo y me he dado cuenta de que la pregunta anterior se excusaba. Discúlpeme, no tuve en cuenta que se refería a un tipo particular de juícios.
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Lo cierto es que la mayor parte de nuestra vida racional transcurre en lo que llamo «el modo de baja definición», es decir nos pasamos buena parte del tiempo haciendo juicios sobre los demás. Eso no es pensar o al menos no es el pensamiento de alta definición, no es el modo mas racional de nuestro pensamiento 🙂 Encontrar las respuestas inteligentes es el modo mas evolucionado, algo asi como la epoché.
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Cuando pienso, lo que hago es buscar la categoría a la que pertenece un objeto que, por la razón que sea, me ha producido perplejidad. A esta asignación de categoría es a lo que llamo juicio. El juicio -si entiendo bien las cosas- es el final del proceso de pensamiento, no su punto de partida (a no ser bajo la forma de juicio provisional o hipótesis); la actitud que conviene hasta tanto no haya reunido uno los «elementos de convicción» que requiere el asunto que se esté considerando es claro que tiene que ser el de abstención del juicio. El verdadero problema no reside en comprender eso, sino en poseer la fortaleza de espíritu que se requiere para resistir las seducciones que nos inclinan a los juicios precipitados, o demasiado categóricos. Los curas enseñaban -y enseñan, supongo- disciplinas espirituales y ejercicios ascéticos, con los que cultivar las virtudes que predicaban. Quizás en esta materia fuese útil disponer de algo así (estoy pensando ahora en la paradoja que representa el hecho de que en científicos, formados en una rigurosa disciplina de la certeza, las convicciones delirantes, de tipo paranoico, sean tan dificiles de desarraigar como en cualquier otro hijo de vecino).
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Conocí a un sujeto que aseguraba que no creía más que en las aspirinas y en el bicarbonato. Sin embargo, broma aparte, parece que el ‘sapiens’ está diseñado por la evolución para creer en ‘algo’, llámesele a ese «algo» como gústesele llamar. Lo de la «mente reptiliana» como ‘mlitar autónoma’. la «mente mamífera» como «sentimental e irascible» y la «mente racional» -propia del ‘sapiens’-, como categórica, en tanto que condena o absuelve, me parece una idea sugerente, reflexionable y, sin duda, brillante.
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«Cuando pienso, lo que hago es buscar la categoría a la que pertenece un objeto que, por la razón que sea, me ha producido perplejidad», dice Ramón Espiñeira, en el comentario nº 4. Y no dice bien, porque no es cierto que su rumia mental reproduzca siempre este modelo. En ocasiones, lo que pone en movimiento la máquina no es la perplejidad, sino el apuro; y, en esos casos, lo que se busca no es una categoría para un objeto que no sabemos como clasificar, sino una nueva categoría para un objeto que teníamos cómodamente instalado. Es lo que ocurre cuando encontrándonos en un grave apuro económico resolvemos que la opinión en que teníamos a fulano, con la que justificábamos la aversión que nos causaba, no estaba justificada… o al menos no en tanta medida como para que nos imponga abstenernos de pedirle dinero. Miles son las maneras como una situación de crisis puede obligarnos a reconsiderar nuestros conceptos. Dejamos de categorizar como humillante pedir perdón a otra persona cuando una crisis matrimonial nos pone en una disyuntiva complicada; dejaremos de considerar vil, o insoportablemente dura una ocupación cuando un aprieto de dinero nos apremie a emplearnos en ella; dejaremos de pensar que tal cosa sólo se puede hacer de tal otro modo, cuando siéndonos inexcusable llevarla a efecto, nos encontremos imposibilitados de ejecutarla de ese modo. Las crisis nos obligan a revisar nuestros etiquetados.
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Para mi el tema de la evolución es algo bastante nuevo y veo que me está interesando muchísimo. Me felicito por haber encontrado este blog, y le agradezco a Paco y a los demás lectores todas sus aportaciones, aunque estas lecturas no me están siendo ni fáciles, ni siempre comprensibles. Tengo que recorrer mucho camino en esta área y espero me tengan paciencia y toleren mis dudas. Voy a estar fuera unos días y no voy a conectarme, así que, en caso de haber una respuesta, tardaré en leerla, pero estaré muy al pendiente de esto.
Así las cosas, hago dos comentarios. El primero, y tomando en cuenta otros posts de este blog sobre el tema, especialmente el caso del señor Andreu. Todos aquéllos que estamos interesados en entender la conducta del hombre, lo cuál no quiero decir que lleguemos a un acuerdo ni que vayamos a conseguir una explicación completa, tenemos que dejar a un lado muchas ideas preconcebidas que en algún momento nos parecieron lógicas y precisas La conducta y la personalidad son multivariables, todas las teorías aportan algo,pero ninguna explica. Alejémonos pues del pensamientod definitivo, es este uno de los principales aprendizajes del blog.
Tengo una pregunta para Paco que deriva seguramente de mi ignorancia, pero quisiera saber algo más sobre el asunto. Paco escribe:»Es por eso que existen las enfermedades psicosomáticas y las enfermedades mentales: disonancias del
reptil cuando se pone a negociar algo con sus eslabones superiores.»
Supongo que a diferencia de las enfermedades mentales, las psicosomáticas comprometen partes del cuerpo, creo haber entendido así pero, ¿en ambos casos hay una base psíquica, o simplemente la enfermedad somática compromete a la mente? Y la pregunta a la que nunca le he logrado encontrar una explicación del todo congruente: ¿existe realmente algo llamado «psicosomático» de acuerdo a la definición clásica y tienen estos trastornos alguna solución?. El psicoanalisis no ha logrado dar con lo respuesta (aunque muchos se enojen al leer esto), pero supongo que debe existir algún camino. Hasta el momento, y disculpen si lo que digo resulta tonto, tengo la impresión de que ligar un sintoma físico a un problema emocional, se parece más a un acto de fe, y por lo mismo sólo se alivia aquél que tiene fe. Pero, también la medicina y la psicología son actos de fe en muchas ocasiones.
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Efectivamente Ety, los problemas psicosomáticos son mandatos del tronco cerebral (cerebro reptiliano), que manda órdenes en clave binaria (luchar/huir) al sistema vegetativo, endocrino y muscular. Lo podemos leer en clave de escalada/desescalada. Por ejemplo, la tensión arterial es manipulada por el sistema automático del tronco cerebral en clave de lucha/huida. Hablaríamos entonces de una escalada, o bien que nuestro cerebro más antiguo se prepara para la lucha o la huida, con independencia de que existan o no motivos «reales» para ello.
Lo curioso de nuestro sistema reptiliano es que está diseñado para acometer «fight or fligh» a corto término. Es ideal para el corto plazo pero no sabemos por qué nuestro sistema es incapaz de desenchufarse una vez el peligro ha pasado. Es por eso que nosotros los humanos somos victimas del estrés y no las cebras (a pesar de que las cebras estan sometidas a un estrés continuo por sus depredadores). Nuestra especie es incapaz de modular esta respuesta automática como hacen las cebras.
Para mi el cerebro reptiliano es equivalente al inconsciente freudiano, en el sentido de que tiene su propia lógica (proceso primario), hablamos ahora de conflictos organismo/individuo y no tanto inconsciente/consciente.
Una escalada en el sistema reptiliano no necesariamente va acompañada de una escalada similar en el sentido limbico (emocional). Por ejemplo, preguntale a cualquier hipertenso, ¿está usted enfadado, se siente nervioso por algo? Y veras lo dificil que es ligar su hipertensión a cualquier emoción. Lo mismo puedes hacer con cualquier otro sintoma psicosomático: existe un divorcio entre la reaccion somática y el acompañamiento emocional. El cerebro reptiliano funciona a todo o nada, mientras que el cerebro limbico solo se enchufa o activa cuando hay razones para enfadarse o asustarse, razones emocionales, su propia clave.
El enigma es ¿por qué el sistema reptiliano se activa y es incapaz de inactivarse cuando ya no es necesario?
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Muchísimas gracias Paco, tu respuesta es interesantísima. ¿Será posible pensar que el sistema reptiliano no pues desactivarse dado lo primitivo que es?
Feliz año nuevo
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Bueno yo creo que desactivarse seria morir y dado que está diseñado para sobrevivir es necesario pensarlo en terminos de escalada/desescalada
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Aunque de repente me imaginé que ciertas conductas no las podemos modificar pues dependen en gran medida de los caprichos de un ente primitivo, impulsivo y no pensante. Quizás sea mejor negociar y adaptarse a las respuestas psicosomáticas sin morir en el intento.
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