Si piensas aun que bebemos porque tenemos sed o comemos porque tenemos hambre te diré que estás muy equivocado. A esta conclusión llegó precisamente Konrad Lorenz premio nobel de medicina en 1967 gracias a sus conocidos trabajos etólogicos con gansos de los que hablé con anterioridad en este post.
La idea fundamental que se deriva de sus estudios sobre los 4 Grandes (huir, comer, aparearse, luchar) es que no es el hambre la causa de la alimentación sino su propósito. Lo mismo sucede con la bebida, no bebemos sólo porque tenemos sed sino por una enorme cantidad de cuestiones adyacentes.
Bebemos para celebrar algo, porque estamos aburridos, porque queremos tranquilizarnos, por el puro placer de beber y en realidad para compartir tal y como sucede con la comida que sirve tanto para un roto como para un descosido, aporta tranquilización, excitación, placer y afán social. Tanto es asi que en nuestra especie comer-beber es básicamente un hecho social. Una cosa es beber y otra abrevar, una cosa es comer y otra apacentar.
Y a veces no sólo bebemos agua sino un sin fin de líquidos: café, refrescos, infusiones, purés, cremas, sopas y alcoholes diversos. Todos ellos contienen el elemento necesario para calmar la sed -agua- pero no son solo agua. Voy a referirme en este post al alcohol. ¿Por qué bebemos alcohol? y más complicado aun ¿sabemos beber alcohol? o ¿necesitamos saber algo de cómo beber?
En realidad todo este preámbulo viene a cuento a propósito de un caso que recientemente he tratado y que se presentó en mi consulta con una demanda concreta: «no se beber», me espetó F. antes de contarme su problema. En realidad el problema de F. es muy parecido a otros que he tenido ocasión de tratar y seguir a lo largo de mi vida profesional y que podriamos agrupar en un diagnóstico ya desaparecido de los manuales: me refiero a la dipsomanía.
La dipsomanía es un término de la psiquiatría francesa que ha desaparecido de los tratados absorbido por el mas americano diagnóstico de «trastorno por dependencia del alcohol». Dicho de otra manera: los dipsómanos de antaño son hoy considerados como adictos al alcohol. El asunto es que yo no creo que sea verdad y por eso escribo este post.
En mi opinión la dipsomanía tiene entidad clinica suficiente y no debería ser calificada como un trastorno por dependencia sino como un trastorno disociativo.
Diré de paso y para adelantarle al lector algunas claves que el alcohol es el «fármaco» disociativo más potente que existe. Y digo disociativo porque no tenemos una palabra mejor para definir el efecto del alcohol sobre ciertos contenidos reprimidos, disociados o suprimidos de la conciencia. En realidad el alcohol lo que hace es propiciar la emergencia, la expulsión de contenidos disociados, se comporta pues como un expulsador de contenidos. Una especie de agonista de la impulsividad.
Como puede observarse existe un circuito (bucle largo) MN que recorre el cerebro profundo hasta la corteza sin pasar por el núcleo córtico-talámico, se trata de un circuito expresivo más parecido a un arco reflejo que a un circuito neural. La evolución lo preservó para darnos la oportunidad de descargar respuestas rápidas sin reflexión y por tanto sin aprendizaje, casi involuntariamente como en un cortocircuito.
Y es precisamente por eso que no puede considerarse un fármaco y decimos que es una droga. Es una droga para algunos -luego veremos cuales- pero para los demás – los que saben beber- no es más que un complemento alimentario. El problema del alcohol es que aun favoreciendo la emergencia de contenidos reprimido-disociados lo hace pasando por alto al sistema cortico-talámico, aprovechando el bucle largo y haciendo un bypaseo al sistema de reflexión talámico. Propicia descargas en cortocircuito y es por eso que aunque se use como autocorrector de tensiones internas por ciertas personas (usualmente la ansiedad, la depresión o la misma abstinencia en dependientes), el alcohol no resuelve el problema puesto que aprovecha una via de descarga ajena a la conciencia y es por eso que después de la bacanal embriagadora del alcohol llega la amnesia. Y la amnesia no resuelve las memorias rechazadas pues no integra el problema sino que lo agranda disociándolo. Observemos el caso de F.
El caso de F.-
En sintesis F, es un varón de 28 años que después de morir su padre inicia un trastorno de conducta curioso y dramático. Periódicamente sale por las noches y comienza a beber de forma exagerada buscando la rápida embriaguez, después se mete en peleas sin que a la mañana siguiente recuerde nada de lo que sucedió durante la noche. Estos episodios han ido sucediendo cada vez con mayor frecuencia y arrastrando toda clase de lesiones y de complicaciones judiciales. Se evidenció que en esas peleas F. buscaba activamente lugares y contrincantes peligrosos, es como si buscara el daño inconscientemente. Ciertamente el daño acaeció pues aquellas explosiones de ira con las que al parecer acompañaba su ebriedad habían pasado a formar parte de su vida complicándosela e incluso llegando a ser una amenaza constante a causa de los ajustes de cuentas.
Lo curioso de F, es que su carácter no tenia nada de violento, era deportista, jugaba a fútbol, tenia trabajo y no tenia ningún antecedente digno de mención salvo ciertas preocupaciones por su figura que habían derivado en conductas vigoréxicas leves y cierta tendencia a darse atracones de comida.
Podríamos decir que F, era un comedor y un bebedor exagerado y excesivo, ni sabia comer ni sabia beber. Sin embargo el cuadro había desencadenado tras la muerte de su padre de una forma más que evidente. Naturalmente a la pregunta ¿Como te llevabas con tu padre? F, mintió, en parte diciendo «muy bien, yo le admiraba mucho, me sentí muy solo cuando nos dejó».
Esta declaración anterior es parcialmente verdad pero falta algo más, falta un dato.
Un padre tiránico, abusivo y alcohólico suele ser el antecedente común de estos casos de dipsomanía.
Curiosamente F. no me dió esta información sino que la obtuve por vía de un informador familiar.
F, es un caso típico de trastorno disociativo, lo que se disocia aqui es la carga emocional de la figura negativa del padre mientras que lo que se recuerda es la parte positiva. De acuerdo con esta partición de la memoria que realiza el sujeto sobre su figura paterna, F-Hide es en realidad ese padre tiránico, agresivo, brusco y malvado que se mete en lios por las noches cuando el alcohol propicia la emergencia de estos contenidos mnésicos reprimidos. F-Hide busca emerger, busca integrarse en el resto de la personalidad de F, pero no lo consigue a pesar de la repetición -como sucede en los sueños- pues una y otra vez se encuentra con el borrón del recuerdo junto con los borrones de la culpa que acompaña todas y cada una de esas incursiones a los abismos de la embriaguez.
Diríamos que el cuadro se complica con el uso del alcohol como fármaco disociativo y así fue cuando consultó con los servicios de salud mental: se le etiquetó de alcohólico y se le sometió a un tratamiento de desintoxicación. Naturalmente el paciente mejoró, manteniéndose alejado del alcohol puede evitar esos encontronazos con la noche, pero el remedio es peor que la enfermedad ¿hace falta renunciar del todo al alcohol? En el caso de F, no representó ningún sacrificio especial pues F, en realidad no bebía usualmente sino que usaba el alcohol como medicamento.
¿Como tratamiento de qué?
De una tensión interna que se manifiesta precisamente en el momento del duelo con su padre, es entonces cuando ha de revisar su relación y es entonces cuando se desencadena los episodios explosivos intermitentes. De manera que la desintoxicación alcohólica era en realidad una medida menor. Lo que se trataba de conseguir no era la abstinencia completa sino que integrara la imagen de su padre. Naturalmente los pacientes prefieren dejar de beber antes de enfrentarse a sus problemas inconscientes, si es que lo consiguen. Cambiar cuesta, dejar de beber gratifica la culpabilidad y es por eso que siempre será preferible la segunda que la primera opción.
Podríamos decir que en F coexisten dos personalidades, una casi normal y bien adaptada y otra personalidad maligna e inquietante que se manifiesta a través de la embriaguez y la locura violenta sin sentido.
Evidentemente F tenia razón, no sabia beber: pues bebía para alterar un estado interno preparado para la emergencia de pulsiones agresivas. F. Buscaba la embriaguez, algo común a todos los casos que he tenido ocasión de ver en mi vida aquejados de esta curiosa y periódica forma de beber para que algún Yo escindido y oculto pudiera emerger. Los dipsómanos beben para recordar aunque lo que encuentran es darse de bruces con el olvido amnésico de materiales inconscientes que no logran integrarse en la conciencia como un todo.
De manera que ya lo sabes: no uses nunca el alcohol para aliviar tus tensiones internas y cuando bebas hazlo como un caballero renunciando a esas bacanales donde se busca una embriaguez rápida. Hazlo para compartir y nunca para aislarte de los demás y si notas que «tienes mal vino» es decir que cuando bebes te pones violento, agresivo o pesado, deja de beber, simplemente debes aprender de nuevo como se bebe.
Pero en honor a la verdad he de deciros que no todo puede aprenderse de nuevo y que lo más frecuente es que si bebes de este modo durante cierto tiempo ya seas un adicto y entonces no tienes más remedio que purgar tus «pecados» dejando de beber del todo. Una penitencia que da grandes resultados y que señala hacia la evidencia de que los seres humanos precisamos de limites y de coerción. Abandonados a nuestro albedrío no hacemos más que tonterías.
Unos más que otros, claro.
Y no te olvides que en las farmacias venden alcohol en pastillas: se llaman tranquilizantes y tienen el mismo efecto a largo plazo.
Me sugiere varias cosas este importante post.
Una: siempre pensé que la dipsomania consistia en la ingesta ocasional (pero adictiva) y extraordinariamente masiva de alcohol, frente al hábito diario y menos masivo, más habitual.
Dos: la primera vez que expuse un caso de dipsomania que a continuación referiré, el psicoanalista (Sven Olaf Hoffmann) que coordinaba el grupo de residentes de psiquiatría en el que me encontraba, lo calificó inmediatamente de «neurosis traumática».
Tres: Se trataba de un ingeniero dipsómano de 52 años que trabajaba en el servicio de seguridad en el trabajo (como inspector jefe) del Mº correspondiente.
La historia previa es esta: de adolescente, casi al final de la 2ª GM, fue destinado a un molino de grano. El tendría unos 15-16 años. Para ayudarle le mandaron a un joven, casi niño, de 11 años. Antes de echar los sacos al molino había que asegurarse de que las aspas enormes habian parado por completo pues, de no hacerlo, una de estas podía engancharte y arrojarte dentro del vaso de molido.
El desgarrador trauma es que el chaval que le ayudaba y del que él se sentia responsable, falleció al ser arrastrado por un aspa. Él fue juzgado y absuelto pero jamás pudo sacarse de la mente la culpa y el infinito disgusto por la muerte de ese niño con el que tenia una relación de amistad y afecto.
¿Qué cuando bebía? Pues, como es de esperar, siguiendo el enfoque disociativo / traumático al que aludes, pues justo los días antes de tener que intervenir como perito en un nuevo juicio por accidente laboral con resultado de herida grave o muerte….
PD: Traté al paciente con algún éxito abstinente durante unos meses hasta que me marché a otro lugar a residir, pero me enteré que murió años más tarde de una cirrosis hepática galopante.
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