Más allá de la aldea global

El medio es el mensaje

Marshall Mc Luham

Seguramente todos los que escribimos nos hemos considerado genios incomprendidos en algún momento de nuestra vida creativa, no existe narcisismo más poderoso que el del escritor. Y tambien seguramente todos los que escribimos hemos tenido malas experiencias con los editores, hemos sido ninguneados, rechazados, timados, engañados y humillados cuando no abiertamente ignorados. No conozco ni un solo caso de escritor que no posea una amplia experiencia en rechazos y calabazas por parte de todas las puertas a las que llamó para editar su obra.

Cuando uno se da una vuelta por Internet se da cuenta de que existe mucho talento disperso por la red, en blogs, webs y hasta el género epistolar se ha revitalizado a causa del email. Hemos aprendido a escribir a base de emiliarnos o de intervenir en foros y chats, sólo hay que darse una vuelta para comprobarlo. Es verdad que no todo el monte es orégano y que hay tambien mucha basura, mucha -demasiada subjetividad- cuando no una literatura destinada más bien a asustar o espantar o quizá epatar al personal.

Pero asi y todo la red ha sido sobre todo desde el invento del blog, la depositaria de esos «malditos» que nunca tuvieron su oportunidad de ver realizado su sueño de tener un libro editado por una editorial de papel.

Lo cierto es que una vez superada esa primera etapa de vanidosa condescendencia tan comprensible el problema sigue siendo el mismo: el problema no es editar un libro sino en conseguir que te lean. Es por eso que el blog es una magnifica oportunidad para conseguirlo: los lectores son otros blogueros que a su vez buscan entre sus preferencias aquellos blogs que tratan temas similares. Yo tengo cinco libros editados de esos de papel y nunca he cobrado una peseta por ellos, pero eso no es lo peor: se trata de libros que nunca fueron bien distribuidos, publicitados y que por supuesto son muy dificiles de encontrar en las librerias. Mis lectores tuve que buscarlos a mano, regalándoles el libro, obtener de ellos una opinión tarea imposible, el blog sin embargo difunde a velocidad de vértigo y da la oportunidad además de dejar comentarios, sin contar con el feed-back de las estadísticas de visitas, algo que te hace de alguna forma saber qué gusta y qué gusta menos.

Este post no tiene vocación de explicar cómo funciona ni por qué el negocio editorial está en crisis (una crisis permanente) pero quien quiera saber las razones puede visitar este manifiesto de Vazquez Figueroa donde da algunas ideas del por qué no se vende casi nada. No se vende -en resumen- porque los libros son caros, hay poco hábito de lectura y desde luego el libro no es un negocio, lo que significa que el escritor debe buscar lectores y no dinero, objetivo opuesto al de los editores. El dinero o la fama y esas cosas son subproductos que proceden de los lectores y uno no puede poner sus objetivos vitales en algo tan banal como el éxito o el vulgar pecunio si realmente tiene algo que decir.

El negocio editorial no puede pretender ser un negocio como el inmobiliario, preñado de especulación. La razón es que no existe una masa critica de lectores lo suficientemente numerosa para poder ganar dinero en él. Los libros son demasiado caros y los escritores asi y todo ganan muy poco o bien nada como es mi caso, de este modo todos perdemos, tanto editores como escritores y potenciales lectores que se han pasado en masa a Intenet donde casi cualquier cosa ya puede encontrarse en archivos pdf, un gran invento, lo mejor desde el kleenex.

Y yo me alegro, y no sólo me alegro sino que me he hecho militante de esa causa que es abaratar los libros y ponerlos (colgarlos) gratis en la red, por eso son de aplaudir iniciativas como las de bubok que te permiten editar gratis un libro y ponerlo a disposición del publico en general. Yo ya me he dado de alta y pretendo poner algunos de mis libros «liberados» en ese sitio de forma gratuita. Cambio lectores por lucro.

En realidad esta idea de que Internet sirva para difundir la obra creativa de fotógrafos, musicos o escritores está obteniendo una gran confianza por parte de los creadores y el público en general. Baste darse una vuelta por flickr o jamendo para darse cuenta de que el talento no editado es bastante mayor que lo que los lobbyes de la cultura consideran como tal. Pero más allá de la confianza este tipo de iniciativas cambiarán el mundo del comercio artístico, y no sólo del artístico sino tambien el inmobiliario o el científico.

¿Por qué pagar una comisión a un intermediario si usted puede encontrar piso por Internet?

¿Son caros los pisos? ¿Por qué entonces cargarlos con gastos adicionales?

En fotocasa o en Idealista puedes encontrar tu piso tanto en alquiler como en venta. ¡Abajo los comisionistas!

Lo mismo sucede en el «mercado» científico, la idea de PlOs, es poner en manos de los usuarios un recurso publico que hasta ahora se encontraba en manos de los editores de las grandes revistas que pastichean con el saber de los otros. Nadie cobra en esas revistas pero es casi imposible que te acepten un articulo en ellas a no ser -claro- que estés en la onda de lo politicamente correcto. PlOs es en realidad una entidad sin ánimo de lucro y por tanto su difusión es gratuita a diferencia de las otras que recaudan sus fondos tanto de la publicidad como de los suscriptores. El que tenga algo que decir que lo diga en PlOs. Es otro ejemplo.

Y no hablo del mercado musical porque probablemente fue el primero en soportar pérdidas por la cultura de «las bajadas» del Emule y el comercio ilegal de las copias. Pero en mi opinión el problema de fondo es éste: ¿Hay que pagar una copia como si fuera un original?. Efectivamente los cedés son demasiado caros del mismo modo que los DVDs, esta es precisamente la contradicción que tendrán que resolver los grandes marchantes del arte, de la musica y los editores. Necesariamente el mercado se tendrá que contraer, ya nadie puede permanecer ajeno al fenómeno de la Red y mientras esta siga funcionando (igual algun dia alguien descubre como paralizarla) lo cierto es que estos negocios que otrora fueron boyantes entrarán en recesión.

Pero los individuos creadores tambien tendremos que cambiar y sustituir nuestro narcisimo heredado de aquellas ideas románticas que nos impulsaban a creer en el escritor como un iluminado y transformarlo en la convicción de que el genio solitario, el lobo que transformará el mundo con una novela ha perecido ya. Y además ya no los necesitamos: no necesitamos genios individuales, lideres dotados de talentos excepcionales porque estamos en la RED conectados unos con otros y podemos compartir, ideas, información y ficciones. Lo que necesitamos son pequeños talentos locales operando en paralelo unos con otros y creando una consciencia global que de lugar a una nueva ética planetaria, a un nuevo orden del saber y a un comercio justo donde el dinero revierta en el origen y no vaya a engordar a una cadena de burócratas.

Un saber que será definido como interconectividad global o globalización del conocimiento y que no podrá ser sino solidario: un concepto que ha dejado de ser ya un deseo utópico y se ha convertido en una necesidad, algo que va más allá de la idea de aldea global propuesta por Marshall Mc Luhan, más allá porque no es solo la conexión global el beneficio inmediato de los cibernautas sino la asistencia mutua, el compartir recursos mientras se favorece la expansión de forma geométrica de esta conectividad cooperativa, estoy pensando ahora en las redes sociales tipo facebook que a pesar de su ingenuidad aparente operan como un cerebro humano siguiendo su mismo modus operandi: un principio de solidaridad.

Una idea que me apasiona por lo que tiene de transgresora respecto a lobbyes, intereses politicos e influencias económicas que no obstante seguirán teniendo su influencia en la economia real. Creo que la tecnologia de la red va a cambiar el mundo y no solo el mundo sino las mentes individuales que tendrán que adaptarse a transmitir la cultura -el conocimiento- sin esperar nada a cambio, se trata de un posicionamiento politico sobre el lucro individual, sobre la vanidad humana que repercutirá sobre el papel del Ego en esa cadena de interconexiones en que se funda lo humano y generando espacios de expansión en los propios bordes de la conciencia. Creo que más allá de los personalismos, el éxito de toda esta tecnología está en la red en si misma, en la gratuidad y en la universalización del saber, es algo transgresor que rompe nuestras ideas preconcebidas sobre casi todo, aun hoy me pregunto cómo Internet no está de hecho prohibido.

Mi estrategia a este respecto es escribir lo que quiera, a mi ritmo, sin tapujos ni autocensura, dejando a parte la conveniencia y sin ningun pudor, decir aquello que mucha gente piensa sin osar decirlo para no ser anatemizado. Inundar la red de toda mi obra y hacerla accesible a todo el mundo: he descubierto que prefiero mil lectores diarios a un libro publicado dormitando en las estanterias, les he declarado la guerra a los lobbyes, a las editoriales, a los intermediarios y a los burócratas.

Porque el problema no es el capitalismo sino la secuela de beneficio privado que ha dejado en nuestras mentes individsuales, el capitalismo sin ese idolo que he llamado el gran lucro se desactiva en toda su capacidad dañina, el cambio tiene que venir de las mentes individuales y es esto precisamente lo que la red propicia.

Desarrollaré una forma de pensar autónoma y sin concesiones que hallará en algun remoto lugar de la tierra a otros que se sumarán a ese proyecto: ningún mercader podrá seguir este imparable ritmo frenético que la libertad propicia, escribiré más rápido que ellos en detectarme y llegará un dia en que nadie tendrá que pagar más que por el valor real de las cosas.

Por eso pondré (colgaré) mi obra en la red a 0 euros.

¿Alguien se apunta?

Se llama sharismo y su ideologia es compartir.

El placer del dolor

La necesidad de castigo no pertenece al catálogo de las necesidades comprensibles por el común raciocinio, hipnotizados como estamos por el mito deseable de conseguir placer a cualquier precio, placer que en cualquier caso se considera el opuesto que además excluye al dolor, su contrario. En efecto, la mayor parte de la gente parece comportarse así: buscamos y entendemos a nuestro prójimo que dice buscar comodidades, riquezas, poder, reconocimiento social, prestigio profesional, buena cocina, buenas amantes, etc. Sin embargo, nos resulta también comprensible que algunas personas corran maratones extenuantes, preparen oposiciones, sacrifiquen su juventud en aras de un ideal, recorran a nado en invierno una larga distancia o que hagan – durante sus vacaciones- el camino de Santiago. El hedonismo es una posibilidad, el estoicismo otra. Modos de explorar los propios límites: el exceso y el sufrimiento: el mundo del deporte nos presenta como héroes a los que han resultado exitosos en esa empresa.

Se podrá razonar que estas actividades representan paréntesis en la vida de una persona y que otras tienen como objetivo la superación individual, el altruismo de la especie o cualquier otro argumento similar. Es cierto, pero a medias. Lo que no se puede negar es que este tipo de actividades, no son -consensuadamente- placenteras y consumen mucho tiempo y energías. Que casi nadie obtiene premios por sus esfuerzos y que la mayor parte de los sacrificios -voluntariamente aceptados- quedan en el anonimato más absoluto. Escribir un libro, por ejemplo, supone un ejercicio de estas características, un libro que ningún autor sabe si verá alguna vez la luz, es verdad que las más de las veces es el orgullo egocéntrico el motor de estas tareas, ¿pero no se trata las más de las veces de un fracaso del mismo? Un trabajo incierto que no se sabe si algún día leerá alguién. ¿Dónde está el premio, donde el placer? Escribir un libro no es ningún placer, antes al contrario, escribir es un acto doloroso. Como lo es escribir una sinfonía, un poema o limpiar las llagas de un leproso.

El castigo físico es, en nuestras sociedades opulentas, intolerable, no solamente porque ellas abominan del dolor, sino también de la autoridad, de ese alguien legitimado para proporcionarlo y porque cada vez más, aunque parezca increíble, vivimos en una sociedad menos violenta, una sociedad que ha disminuido considerablemente su tolerancia a la violencia.

En realidad las sociedades occidentales blanquean la violencia (Baudrillard 1990), reniegan de ella, la disocian del Bien, al mismo tiempo que la publicitan y de alguna manera propician una insensibilidad progresiva de los espectadores (Kristeva). La violencia sólo es legitima en tanto en cuanto puede mostrarse y se convierte en espectáculo.

Más allá de eso, el número de homicidios desciende progresivamente en toda Europa occidental desde 1900, aunque vivamos mediatizados e inmersos en una difusión universal de los detalles ejecutivos de su expresión y en una atmósfera donde cualquier tipo de violencia es abominado por el discurso social.

Una crisis que afecta a aquél que estaría en condiciones de aplicar sanciones a las conductas individuales. Sólo los jueces poseen en nuestras sociedades esta potestad, las demás figuras de autoridad parecen haber sido despojadas de tal función y pueden ser cuestionadas y reprendidas si existe una sombra de sospecha de un mínimo abuso en la aplicación de un correctivo. Ni la policía, ni los maestros, ni los mismos padres, son depositarios fiables en una sociedad democrática del poder sancionador, corrector y normalizador del castigo individual. No es de extrañar pues que en un contexto donde el castigo físico es abominado, aunque no en cambio la exclusión, el abandono o la negligencia, sea aquel recobrado ritualmente por alguna sexualidad perversa o bien por algún equivalente espiritual. Un castigo que es en muchas ocasiones un alivio, porque nos permite identificar un enemigo, corporeizarlo y eventualmente confrontarse con él, lo que siempre es preferible a la alienación de un enemigo invisible, con unas normas opresivas e inefables y sin posibilidad de confrontarlas salvo con la desesperación.

Se dice que «quien mucho te quiere te hará llorar», porque el acto de llorar es, como el amor, ambivalente. ¿De qué lloramos, cuando lloramos? Podemos derramar lágrimas cuando estamos tristes, pero también lo hacemos cuando estamos alegres o furiosos. Sin embargo, el llanto comunica pena, pesar o aflicción, con independencia del estado interno del que llora, quizá una forma analógica de pedir que cese el castigo, aunque muchas veces ese castigo proceda del propio individuo y no de una instancia externa a él, lo que haría el castigo más soportable que la gratuidad de un llanto sin destinatario.

La religión es una excelente coartada para muchas de estas actividades, pero el sufrimiento no es exactamente un hecho religioso porque es anterior a él y es “ejercido” por muchísimas personas, que no tienen necesariamente una concepción trascendente del ser humano.

La vida puede definirse como una muerte aparente, lo único que sabemos seguro es que somos finitos y parece que esa conciencia de finitud es insoportable para los humanos. No es de extrañar que para algunas personas el placer, me refiero al placer de los cuerpos, sea algo pesado, siniestro, algo que no logra contener la conciencia de discontinuidad. Es por eso que algunas personas prefieren la pasión al placer, e introducen en su vida cierta desavenencia y perturbación. La amenaza constante de una separación, de una pérdida tal y como es vivida la muerte individual y las muertes pequeñas que la preceden, a medida que vamos perdiendo a nuestros seres queridos u odiados permanece siempre en la conciencia. Hay personas que, movidas por la pasión, pretenden ir más allá y explorar el lado turbio de las cosas. De su propia discontinuidad efímera.

La búsqueda inconsciente de castigo flota en toda la obra de Freud y del psicoanálisis como la piedra angular causal del masoquismo. En síntesis: Freud achacaba la génesis del masoquismo a una culpa inconsciente, ligada con la culpa edípica, a una culpa mítica. Más allá de la propia biografía individual: el asesinato del padre totémico.

El error conceptual de Freud fue pretender encontrar en las vidas individuales de sus pacientes algún tipo de evento que pudiera configurar traumáticamente el despliegue ulterior de la libido y la generalización de su doctrina. En mi opinión, existe una contradicción entre el Freud de Totem y Tabú y el Freud de los «Tres ensayos y una teoría sexual». El psicoanálisis es una ciencia de lo individual, de lo subjetivo, en este sentido, la manía generalizadora de algunos analistas siempre me pareció incongruente. Quiero decir, que no hace falta que haya habido ningún suceso traumático en la vida de una persona para que se haga masoquista ni cualquier otra cosa relacionada con la culpa, porque la humanidad entera está construida sobre un crimen, un pecado original, que se constituye en una instancia intrapunitiva, intrapsíquica a partir del momento en que las religiones monoteístas inventaron el libre albedrío. Antes de eso no había pecado sino fatalidad.

Para Freud, todo el ritual masoquista consistía en retrotraer al individuo a un castigo infantil del que creyó ser merecedor. El masoquista quiere ser castigado como un niño, pero como un niño malo, aunque no lo haya sido nunca. Simultáneamente a esta idea, dice también:

Un niño que se comporta con una maldad inexplicable, está haciendo una confesión e intenta provocar el castigo como medio simultáneo de satisfacer su sentimiento de culpa y sus tendencias sexuales de tipo masoquista (1918).

Sin embargo, la teoría freudiana tiene una serie de fisuras serias, dado que el propio Freud no aclara cuál es la culpabilidad del niño que obra de ese modo. La primera objeción es, que una vez castigado, el masoquista debería ser absuelto de su pecado, como suele ser frecuente en los castigos proporcionales a la falta. La segunda es que no se comprende porque el adulto debiera elegir una forma de castigo tan pueril como los azotes en las nalgas, castigos que para un adulto son algo inocentes, acostumbrados como estamos a ser castigados de formas mucho más terribles por la propia vida.

La deformación y la exageración del masoquista son expresiones de cólera. En lugar de decir «esto es grotesco», ,provoca una escena grotesca, cercana al esperpento. (T. Reik)

La tercera cuestión es que si precisáramos ser castigados por algún pecado infantil, ¿por qué elegir precisamente un castigo ligado a lo erótico? Si nos sentimos culpables por habernos masturbado, con dejar de hacerlo y convertirnos a la liga de la decencia pública, creo que purgaríamos suficientemente nuestro pecado. Esta técnica ha demostrado ser muy eficaz con los alcohólicos por ejemplo, ¿por qué no iba a serlo con los masturbadores?

La superación de una situación no es nunca el retorno al punto de partida. Si alguien se siente culpable de algo – cosa totalmente posible – no será reeditando la situación culpógena, como logrará abrirse paso hacia el perdón. Lo usual es que el que se siente culpable por algo trate de negar su culpa, mediante una cascada de racionalizaciones o bien que trate de neutralizarlas mediante una actitud opuesta al daño cometido (real o imaginario), o que trate de amortizar la deuda mediante dádivas emocionales. Sólo cuando todo esto fracase, «el criminal se entregará a la policía o acumulará errores para lograr ser detenido». Pero una vez en la cárcel, una vez castigado, la culpa desaparecerá. Porque tal y como asegura Bataille: «en la libertad está contenida la impotencia de la libertad».

Gracias al dolor, el placer aparece otra vez atractivo, gracias al hambre, las patatas y el arroz nos parecen manjares exquisitos, gracias a la privación de libertad ansiamos convertirnos en pájaros. Por algún extraño motivo, los humanos nos estancamos cuando se nos priva de todo desafío y tal y como asegura A. Philips: «salir bien librado siempre termina por arruinar el alma». Gracias a la esclavitud, la libertad aparece otra vez atractiva y sabido es que el cerebro no puede percibir sino contrastes. Continua la misma A. Philips:

Lo que necesitamos es ubicación, definición. El masoquismo encarna la necesidad de una limitación impuesta por una fuerza externa, no de una autolimitación. Encarna necesidades que pueden ser una forma de debilidad, pues el pensamiento más lúcido prefiere ser libre en la limitación. El masoquismo descubre el límite de los discursos políticos y sociales pretendidamente liberadores del hombre. (Una defensa del masoquismo, pag 190).

Aquí hay dibujada, a mi juicio, otra de las características esenciales del masoquismo: su capacidad de subversión y la búsqueda de autolimitación no impuesta: abdicar de la libertad nos hace libres. ¿No sería subversiva una mujer, que en la época actual se declarara públicamente sumisa o masoquista, en una campaña de «outing» (tal y como hacen periódicamente los homosexuales) aceptando de buen grado su esclavitud sexual, frente a un amo todopoderoso, que la utiliza sexualmente a su libre conveniencia? Desde luego, a condición de que esa mujer sea simultáneamente a eso libre, (tal y como lo entendemos en Occidente) es decir, competente e independiente. Me parece que este tipo de mujer, sería desde luego, más transgresora, creativa y subversiva que todas las muñecas anoréxicas que pululan por las consultas de los psiquiatras de este final de siglo, o de las amas de casa que publicitan en televisión su privacidad más abyecta, sin embargo es obvio que resultaría políticamente incorrecta, al menos para las que creen y luchan por la igualdad femenina. Esta especie de antítesis de Aly McBeal -prototipo de ficción de la mujer liberada, neurótica y emancipada- resultaría chocante y transgresora. La mujer sumisa y al mismo tiempo autónoma escandalizaría y sería declarada la enemiga viviente del feminismo. Igual sucedería con los hombres que hacen algo así. ¿No es subversivo un juez, un general, un almirante, un gran poeta que paga a una prostituta para que le flagele, le cabalgue y le humille? ¿Alguien es incapaz de ver el desorden que el juego masoquista propicia en la distribución social del poder? Sólo aquellos que carecen de humor podrían no esbozar una sonrisa.

Lo que parece ser intolerable para el hombre es la imposibilidad de oponerse a algo, la falta de prohibición. Una educación indulgente y permisiva, la ausencia de trincheras donde refugiarse y un enemigo visible contra el que poder confrontarse. La falta de «pecados» que cometer y por los que hacerse castigar y perdonar, la imposibilidad de renacer. Tener demasiado y demasiado placer es intolerable si al mismo tiempo no existe una contraprestación social que pueda ser transgredida. Paradójicamente, los discursos liberadores del hombre lo esclavizan todavía más al yugo de lo amorfo e insustancial, ignorando o soslayando que el sufrimiento es inevitable, y que los discursos terapéuticos parecen agotados. Los discursos de la liberación de la mujer, por ejemplo, no hacen sino añadir nuevas presiones a su imaginario con un doble turno y una jornada agotadores. Algunas, retroceden ante ese peso, otras enferman psicosomáticamente, algunas voces feministas están empezando a plantearse qué orden es exactamente el del enemigo. Pues una vez conquistado un derecho, ¿cómo haremos, para eludir el deber de ejercerlo? ¿Cómo evitar que la conquista de un derecho no se convierta en una prescripción estatal?

Hay una especie de límite para la muerte y para los signos de muerte que nos acompañan durante nuestra vida que ni la política ni la medicina podrán contener. Si la prohibición no puede proceder de la política porque sería incompatible con el discurso democrático, ni de la religión porque ya nadie cree en ella, sólo queda un último reducto: la clínica. Es la Medicina la ultima censora de actitudes y parece que cualquier prohibición no pudiera ser acatada mas que en nombre de la ciencia. No es de extrañar, pues, que el aburrimiento ontológico que se esconde en todo placer individual e ilícito, haya que ir a buscarlo al diván de los psicoanalistas en forma de «necesidad de castigo inconsciente» o en la consulta de los forenses. En la novela de Luis Landero, «Juegos de la edad tardía», un personaje hace el siguiente chiste, que cito de memoria:

Créame amigo, hay que tener todos los vicios, hay que fumar y comer carne de cerdo, beber y trasnochar. Así cuando caes enfermo el médico te puede prohibir algo, y puedes sacrificarte en alguna privación e incluso sanar por sugestión.

¿De qué le serviría al asceta privarse de algo? ¿Qué haremos cuando toda la Humanidad haya alcanzado la utopía de una felicidad y bienestar totales? Sólo con la muerte podríamos sustraer algo a la propia muerte: sentencia que encierra en sí misma una contradicción insoluble.

Efectivamente, las prohibiciones ya sólo se sustentan en la ciencia: fumar es pernicioso para la salud, pues provoca cáncer, la sal hipertensión, el cerdo y el alcohol son la fuente de todos los males. ¿Qué político o autoridad eclesiástica osaría prohibirlas en nombre de su disciplina? Ese es el problema y no otro. Cualquier transgresión es hoy una transgresión médica, una transgresión contra la clínica. Sólo por esa razón las perversiones sexuales continúan existiendo en los manuales de Psiquiatría o apareciendo como metáforas incompletas de sufrimientos inconcretos.

Pero no tenemos ninguna evidencia de que las perversiones sean enfermedades mentales. Más aun, todo apunta a que la represión política y religiosa se sirvió de la Psiquiatría para «meter en vereda» a los disidentes de lo sexual. El término desviación sigue manteniendo un cierto equipaje administrativo, mientras que cada vez más y más evidencias, permiten suponer que se trata de operaciones que afectan al deseo individual (Simon, W. 1994).

Aunque para el cuerpo social es tranquilizador suponer que lo ignominioso, lo abyecto y lo incomprensible sean categorías clínicas; aunque a los jueces les venga como anillo al dedo suponerlo también porque esta convicción les facilita su labor normativa, creo que nuestra actitud, la actitud de los psiquiatras debe ser la de devolver a la sociedad las preguntas que esta nos hace en forma capciosa y preguntarse ¿de qué se acusa el acusado? Creo que, como en El Proceso de Kafka, la pregunta estaría plagada de suposiciones más que acertadas, de por dónde andan las cosas.

El mundo camina hacia una abolición del «pecado» entendido como transgresión a algo y una medicalización de lo espantoso, lo que es lo mismo que decir que cualquier forma de erotismo extra-reproductivo necesitará ser psiquiatrizado para poder ser así exorcizado «sine religione». Como cualquier forma de maldad o de contratiempo, necesitan de víctimas para soslayar al azar, esas víctimas serán el futuro los psiquiatras y los médicos en general, demiurgos y depositarios de los vicios del hombre y paradigmas de la responsabilidad delegada, como tutelantes del Mal.

No es de extrañar en este contexto que he dibujado, la búsqueda de castigo individual como un epifenómeno deseable de la libertad. En la novela «El hombre que quiso ser culpable», una novela de política-ficción, se dibuja un mundo futuro donde la culpabilidad ha sido abolida por el Estado, una sociedad opulenta y de bienestar. Un Estado feliz, evidentemente, es incompatible con los malestares individuales. En esta magnífica novela, el protagonista mata a su mujer en un ataque de celos. El Estado, bienhechor, a través de funcionarios acreditados dispone lo necesario para «disimular» las pruebas y que todo parezca un accidente. Sólo el homicida sabe la verdad, lo paradójico es que se niega a ser absuelto, porque efectivamente tiene derecho a sentirse culpable. El Estado le niega esta posibilidad de ser libre, porque – aunque opulento- ese Estado no es más que un Estado totalitario. Al final, al persistir en su actitud, da con sus huesos en un manicomio. El tratamiento consiste naturalmente en persuadirle de que está equivocado, es pues un acto de fe inquisitorial. La novela es una parábola orwelliana, donde el omnipresente Estado que ya se dibuja empieza a emerger en forma de ficción. En la vida diaria y sobre todo judicial de un psiquiatra, hay motivos más que sobrados para preguntarse ¿quién castiga en un estado democrático a los culpables? Y ¿qué proporción existe entre la falta cometida y el castigo impuesto? Y sobre todo: ¿existe algún vicio que haya escapado al inventario de los manuales de Psiquiatría? ¿Hay alguna posibilidad de escapar a la clínica?

Apresurémonos pues a inventarlos.

Coitos y consejos taoistas

El coito que puede nombrarse no es un coito verdadero.

El error está en querer terminar.

El metesaca occidental es malo para la salud de la próstata.

Bébete sus fluidos a sorbos, el yin de ella alimenta, practica la triple libación (boca, pechos, vagina).

Bebétela a sorbos el yang de él alimenta.

Guarda siempre algo de yang para remover tus hormonas, no lo derrames todo sobre todo en invierno.

La femineidad es eterna e infinita, respeta lo sagrado.

La masculinidad es efímera y no dura lo suficiente, guardala pero sé generoso.

No eyacules en vano.

Y sé libre para ejercer estos consejos

Y a veces:

Renunciar a tu libertad te hará libre

El peso del alma

Peter Watson es uno de esos intelectuales ingleses historiadores de lo intelectivo que hace poco publicó un libro que leí con deleite y que se llama «Ideas» y que lleva por subtitulo «Una historia intelectual de la humanidad», en ese libro Watson persigue mediante el método histórico las buenas ideas que los hombres hemos alumbrado para hacernos la vida más llevadera, desde aquellas de ir por casa hasta las grandes y beneficiosas ideas sociales que han mejorado lo colectivo. Para Watson existen tres entre todas las ideas que merecen su mayor consideración, el alma, la idea de Europa y el método cientifico-experimental. No estoy seguro de que hubiera elegido a estas tres de entre todo el catálogo que recorre Watson en su obra, pero merece la pena detenerse en una de esas ideas: el alma.

Lo que a mi me interesa saber del alma es cuanto pesa.

Si, hay una pelicula de esas de historia cruzadas y que habla precisamente de eso. Concluye que son 21 gramos, pero a mi no me interesa tanto el detalle de la masa del alma sino su concepto o más que eso cómo conceptualizamos lo ininteligible.

Lo cierto es que alma y mente son dos conceptos bien distintos y que se separaron definitivamente cuando a Descartes se le ocurrió la feliz idea de que la ciencia debia divorciarse de la filosofía si queriamos progresar en nuestro conocimiento de las cosas, lo que Descartes no sabía es que en esa división el conocimiento no iba a salir bien parado y que la posteridad iba a endosarle la culpa de eso que ha venido en llamarse el dualismo y que lleva su apellido que es la suposición de que cuerpo y alma, cerebro y mente o materia y espiritu eran dos esencias distintas que convivian en lo humano.

La historia fue injusta con Descartes que no dijo nunca nada de lo que se le supone aunque si lo hubiera dicho no será nada extraño dado que el alma era cosa de los teólogos y en el siglo XVIII era muy peligroso meterse en el mundo de la teologia por aquello de las hogueras en las que solian arder los pensadores. Sea como fuere pasamos de una concpeción dual con alma y cuerpo a una posición dual: mente-materia o mente-cerebro que es la que ha llegado hasta nuestros días pues ahora el alma ya no es cosa de clérigos sino de esos que han venido en llamarse neurocientíficos y que ya no le llaman alma sino mente aunque muchos de ellos siguen pensando a la mente como si fuera alma, es decir como un resoplido divino y es por eso que inventaron el reduccionismo biológico para compensar y la ningunean (a la mente) como antes Descartes ninguneó al alma por motivos de supervivencia.

Aún hoy hay médicos que siendo médicos se dedican a la mente -un intangible- y sólo hablan con sus pacientes a los que ni siquiera desnudan para explorarles como suelen hacer (cada vez menos) lo médicos, incluso se ha inventado una profesión exclusiva para el estudio de la mente, la psicologia: uno de los monumentos occidentales a la dualidad cartesiana a pesar de haber sido demonizada por todo el mundo. Aun creemos que existen manifestaciones mentales de las enfermedades corporales y enfermedades mentales con sintomas corporales sin que hayamos sido capaces de resolver el enigma dual.

Sin caer en la cuenta de que la mente precisamente por ser un intangible no puede enfermar, es como el perfume que o está o no está pero no puede corromperse, sólo el frasco o la materia que lo soporta puede hacerlo.

Y es verdad que todos tenemos que vivir. Todos vivimos de la dualidad e instalados en ella, de no ser por la dualidad al menos los psicólogos estarian en paro ¿qué digo? no hubieran llegado a nacer y la psiquiatría nunca se hubiera separado de la neurologia y ahora ningún médico hablaría con sus pacientes que es lo que hacían los médicos antes de Freud.

A propósito de lo ininteligible me viene a la memoria uno de aquellos chistes que circulaban cuando eramos jóvenes e ingenuos y que trataba de uno de esos dilemas que se les presentan a un gallego, a un valenciano y a un catalán a propósito de desvelar la verdadera identidad de un supuesto demonio que se les aparece y les exige que pidan cualquier cosa para demostrarles su poder. No recuerdo el chiste en toda su complejidad pero recuerdo muy bien el ingenio del valenciano para demostrar que el demonio era un farsante cuando se tiró una ventosidad y le pidió al demonio que la pintara de verde.

Naturalmente ningún demonio puede pintar una ventosidad de verde porque el gás sulfúrico (sulfuro de hidrogeno) que escapa por el recto se dispersa y expande en el universo y no puede atraparse. El demonio quedó pues desconfirmado a partir de la prueba que un valenciano propuso para desvelar su estulticia. Dicho de otro modo: hay algo en el gas que es inapresable precisamente a causa de ser un intangible. Lo mismo sucede cuando destapamos un frasco de perfume: las substancias volátiles que se escapan e inflaman nuestro olfato son tambien intangibles y no son -en si mismas el perfume- aunque no podrian darse sin el soporte material del liquido del cual escapan, pero materia (liquido) y aroma (sustancias volátiles) no son la misma cosa, hay algo en el aroma que es ininteligible, algo relacionado con el Tao y que no puede nombrarse por más que lo etiquetemos como si fueran sabores o colores. (En este post hablé precisamente de eso).

Otro ejemplo de dualismo es el sexo y el amor. Fíjese bien en la palabra «amor» sirve tanto para un roto como para un descosido, amor es eso que sentimos por nuestra pareja, por nuestros hijos, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestra tierra, nuestra profesión, nuestra casa, etc. ¿Cómo es posible que una sola palabra sirva de soporte a afectos tan distintos? Lo resolvemos diciendo algo asi como: «ah, son distintas clases de amor», bueno pues si son distintas clases de amor ¿por qué no reciben nombres distintos como hacemos con los sabores?

Al amor parece que le pasa lo mismo que al olor: o algo nos gusta y nos resulta agradable o no nos gusta y nos provoca aversión y para eso no necesitamos muchos nombres sino dos (amor-rechazo), será por eso que el amor sigue los rastros del Tao y pertenece tambien a lo innombrable o como dice la voz popular «sobre gustos no hay nada escrito» y debe ser por eso que no existe un saber sobre el amor, no existe una disciplina llamada «Erotologia» pues todos somos ignorantes en ese tema.

Pero si existe una disciplina que se llama «Sexologia», ¿de qué se ocupa esta disciplina? Pues de la sexualidad humana, otro ejemplo de dualidad, como si alguien supiera algo de sexualidad, cuando lo único que sabemos es que no existe un saber universal acerca de ella pues en gran parte la sexualidad es una creación de dos, donde ambos son coautores de un guión, tal y como decia Milton Erickson: el inconsciente sexual está en la relación, alli donde las diferencias operan su danza de encuentros, de oposiciones y de contrarios.

En realidad la sexualidad, el amor son ideas platónicas que no existen independientemente de sus actores sino alrededor de dos polos, de dos conductores que ejercen su polaridad eléctrica manteniendo el flujo de la corriente, su diferencia de potencial, no hay sexualidad desgajada del dos, ni hay amor que no recorra este rastro sexual que puede definirse como una huella de aquello que nos produjo bienestar. El amor no es más que un rastro de la recompensa y de su expectativa o de su recuerdo. El amor es el acoplamiento del uno con el dos y que es distinto en todos los casos pues no existe relaciones duplicadas. El amor es la satisfacción recordada.

Es por eso que discrepo de que el alma pese 21 gramos, porque yo no creo en el alma pero si en la mente y aplaudo a aquellos idiomas que inventaron dos palabras, una para cada cosa. Por eso me inclino delante de los griegos que inventaron el pneuma (alma o aliento) y psiqué (mente), dos palabras para que Descartes nos armara el lio y como su nombre indica las descartara a las dos.

Desde entonces somos un cuerpo desalmado o lo que es lo mismo una mente descorporizada.

Si usted quiere saber más sobre la mente, visite este post tiulado ¿Qué es la mente?

¿Qué es un problema?

Ante un problema es absolutamente necesario estar seguros de que hemos comprendido a qué se refiere, de qué va el problema en sí. No es banal decir que esta tarea no es una tarea inútil. La mayor parte de los problemas son pseudoproblemas, es decir no representan más que un estado difuso de malestar que hace que nos planteemos cualquier cosa como un problema cuando no es sino un estado mental de confusión, preocupación o aprensión, es entonces cuando surgen problemas en los que antes no habíamos reparado. Discriminar este tipo de estados mentales con los problemas verdaderos es absolutamente necesario antes de seguir adelante.

¿Tiene usted un problema? Entonces formúlelo, póngale etiquetas y marcas, desguácelo, póngalo patas arriba. Mire por todos sus rincones e identifíquelo ¿Es este su problema? Bien, no intente nada más por hoy, vuelva sobre él mañana.

La primera condición para resolver un problema es saber mirar, mirarse a si mismo y hacia fuera con absoluta lealtad y honestidad, no trate de engañarse a sí mismo mientras identifica el problema, ya tendrá tiempo para eso, de momento lo que nos interesa es que sepa de qué se trata, que usted lo sepa y que además pueda contárselo a otro. Esa es la verdadera prueba del nueve, si usted no puede contárselo a otro usted no tiene un problema, sino un estado mental desagradable.

Una forma segura de saber si usted ha identificado bien su problema es que me lo pueda contar a mi, inténtelo, utilice un lenguaje claro, directo, sin recursos literarios. Cuando más claro aparezca ese problema a un interlocutor cualquiera mejor formulado está por su parte el problema. No pare de hacerlo tantas veces como sea necesario. Es fundamental que usted lo describa varias veces, en prosa o en verso, no importa, si su relato es corto o largo, lo que cuenta es que sea accesible para otra persona distinta a usted. Ensaye en el espejo como si fuera un actor y trate de convencerme de que usted tiene un problema, y de que yo entienda perfectamente de que se trata.

¿Ya está? Bien perfecto, he entendido su problema.

No crea ni por un momento que puede saltarse la fase anterior dando por supuesto que usted sabe cual es su problema, Gran parte de los errores que conozco se dan al tratar estado mentales diversos como problemas y al revés tratar problemas concretos como si fueran estados mentales. La diferencia es obvia: un problema se puede resolver o disolver pero un estado mental no puede ser resuelto, puede ser modificado en alguna medida. No se haga el listo y vuelva atrás si no ha logrado componer todas las secuencias en que le he instruido, recuerde: defina, escriba, etiquete y declame tantas veces como sea necesario. ¿Qué ya está? Bien, entonces pasamos a la siguiente fase de la resolución de su problema.

La primera forma en que un cerebro trata de resolver problemas es a través de comparaciones con experiencias pasadas, es inevitable, nuestro cerebro solo conserva patrones y secuencias, no dispone de un disco duro con fotos, canciones, planos o mapas sino que guarda patrones y secuencias que operan asociativamente por continuidad y por contigüidad, por metáforas y metonimias, es de este modo que las secuencias se integran en metasecuencias que a su vez componen modelos del mundo percibido o del mundo vivido. Es pues inevitable que ante un problema su cerebro se ponga a trabajar buscando coincidencias y que además lo haga muy rápido en relación a lo importante que sea el problema de cara su propia supervivencia. No debe usted fiarse nunca –salvo en caso de riesgo para la vida- de esta primera apreciación precisamente por la urgencia con que a veces hacemos trabajar a nuestro cerebro. ¿En qué se parece esta situación actual a aquella otra? ¿Qué hice entonces para resolver aquel problema? ¿Fue eficaz o no funcionó?

La primera consideración a esta forma de funcionar es que podemos equivocarnos en cuanto al modelo o solución a aplicar y lo peor: intentar que funcione algo que en realidad no es una buena solución o que empeore el problema aunque funcionara en el pasado. Algo que suele suceder cuando nos enfrentamos a un problema nuevo, un problema que no se parece en nada a cualquier otro. Este tipo de problemas son difíciles de resolver porque no tenemos ningún código que coincida con él, pero también tiene la enorme ventaja de que nos protegerá de los errores, tendremos que ser creativos e inventar soluciones nuevas. Por desgracia lo absolutamente nuevo es bastante raro y seguramente nuestro cerebro encontrará similitudes con otros problemas resueltos o no en el pasado, pero para eso lo pagamos, en realidad el cerebro es un magnifico comparador y encontrará similitudes a poco que se le deje ir a su aire.

Se puede decir que la experiencia pasada es tanto una fuente de soluciones como una trampa de ensayos interminables de error. De manera que si lo que ha hecho hasta ahora para resolver su problema es esto o aquello y lo ha intentado numerosas veces ya puede usted aprender algo sobre esas soluciones ensayadas: no funcionan ni funcionarán. Es incluso probable que estén agravando el problema, de manera que hágame caso: Prohíbase a usted mismo seguir con esas soluciones ineficaces, no haga nada. Nada.

La segunda forma de resolver problemas es a través de una solución que no se encuentra en la experiencia propia sino que pertenece a la experiencia de otros, sean esos otros nuestros maestros, progenitores, personajes de ficción o la propia tradición. No necesitamos equivocarnos continuamente para aprender, basta confiar en la experiencia de otros. Utilizar el ensayo y el error es propio de la manera de aprender de las ratas pero no de los seres humanos. Es increíble el número de cosas que hacemos que en realidad no han sido ideas propias –aunque las sintamos como tales- sino semillas que alguien sembró en nuestro cerebro cuando estaba lo suficiente ávido de conocimiento para que cualquier cosa fructificara. Estas semillas tienen un doble filo: pueden comportarse como cuerpos extraños, como plantas carnívoras o como referentes benéficos, todo depende -claro está- de quien y cómo las plantara allí

Una tercera opción es enmarcar el problema en un contexto no individual, conceptualizarlo como un subproducto de algo. Esta distanciación o mejor relativización del problema le hace mucho menos virulento y descarga la urgencia de hacer algo. La mayor parte de los problemas no se resuelven haciendo algo, sino que se resuelven solos o mejor se disuelven.

Otros por fin no se resuelven sino que se agravan, mala cosa es evitarlos.

Resolver y disolver son dos conceptos distintos, resolver es hacer algo concreto que cambia la definición del problema en tanto que nuestra acción ha conseguido modificar el problema mismo. Disolver un problema es simplemente que pierde actualidad, por así decirlo se desproblematiza, se ha descatalogado. El tiempo es el mejor disolvedor de problemas, aunque no es conveniente fiarlo todo al tiempo, efectivamente muchos problemas no se resuelven dejando pasar el tiempo, la estrategia del avestruz es mala consejera cuando estamos tratando con determinado tipo de problemas, pero ¿sabemos discriminar este tipo de problemas de los que resuelven solos?

No, no sabemos y aun más: estamos persuadidos de que haciendo algo nos tranquilizaremos, es por eso que siempre hacemos algo, no podemos estarnos quietos, tenemos que movernos, ejecutar algún tipo de acción, aunque a veces sea para dudar.

Dudar es una pasión, un vicio y lo hacemos para no decidirnos.

Aquel que no quiere tomar decisiones lo hace porque es un mal perdedor y un mal perdedor siempre acaba perdiendo porque no sabe aprovechar sus oportunidades: aquellas donde podría ganar. De manera que si usted tiene el vicio de dudar convénzase de que haga lo que haga se equivocará.

Y se equivocará porque aprés coup todo parece diferente a lo que era en el momento en que se tomó la decisión, pero el apres coup acontece después , es como hacer una quiniela el lunes. Ahí no hay error posible, pero el que opera asi en su vida no es solo un cobarde sino un tramposo y como no es posible hacer trampas a la vida lo más seguro es que sea un ser resentido e ineficaz.

Y estos son los que inventan pseudoproblemas por lo que remito al lector al principio del post.

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