La doble nada

Cuando a Arthur Shopenhauer le preguntaban -en aquellas tertulias que su madre organizaba en Weimar- acerca de nuestro destino después de la muerte, Shopenhauer solía contestar: «usted regresará al mismo sitio en el que estaba antes de nacer». No se trata de «un salirse por la tangente», Shopenhauer pensaba que no podían existir dos nadas, por lo tanto si «nada» era ese lugar que ocupábamos antes de nacer y «nada» es ese lugar al que nos dirigimos después de morir es evidente que ambas «nadas» debían ser la misma nada, así argumentaba Shopenhauer: preguntarse por el más allá de la muerte es la misma pregunta que intentar adivinar donde estuvimos antes de nacer.

Pero no todos los pensadores han llegado a la misma conclusión, si hoy le preguntáramos a un sacerdote católico acerca de esta cuestión mantendría la versión oficial de la Iglesia, la «nada» de antes de nacer, el limbo, es distinta a la «nada» de después de morir y que es además triple: cielo, infierno y purgatorio. Los católicos mantienen pues una posición múltiple sobre la nada: hay muchas clases de nada.

De todas estas formas de nada me parece la mas ingeniosa esa conceptualización del limbo que en su acepción original significa los «bordes de la costura», asi se llama este cuadro de Remedios Varó y del que ya hablé en este post. El lector sagaz habrá ya comprobado que el limbo, esa nada replicante y creadora está relacionada con la confección metafórica de ese manto terrestre que las mujeres hilan a perpetuidad o dicho de otra forma el limbo de donde todos procedemos es esa manía reproductora, esa voluntad fornicadora, ese conatum genital que precede al propio coito que nos lanzó a la vida.

Esa es la nada de Shopenhauer, una nada única que es equivalente al limbo cristiano solo que estos añaden a tal palabra una connotación de inocencia, aquel lugar donde moran los que aun no han tenido tiempo de pecar y son por tanto una especie de ángeles

Filosóficamente hablando la respuesta de a dónde vamos después de morir es la siguiente: volvemos al limbo, es decir al conatum spinoziano, volvemos a la Voluntad de la especie humana.

En otros términos sería algo así como volver al reino de las Ideas, de los universales platónicos, pues esa «nada» al parecer no es más que una abstracción.

Lo que nos lleva a la pregunta del millón de dólares, pero si volvemos al limbo es por qué el limbo es un lugar ¿donde está ese lugar?

Pues ese lugar en realidad no está en parte alguna pues no es un lugar sino más bien un estado, como dicen los budistas que es el nirvana, una especie de estado de conciencia donde el sufrimiento ha desaparecido del todo como tambien los deseos y todo vestigio del Yo. La novedad que tiene el budismo sobre las religiones monoteistas clásicas es que por primera vez se reemplaza el tema del topos, del lugar por el concepto del estado mental,algo fenoménico de lo que el cuerpo trae noticias. El nirvana no sería tanto un sitio como el estado de perfección que la mente individual sólo puede alcanzar mediante la meditación y la renuncia a toda subjetividad, instalándose en una especie de cosmovisión lúcida, algo que los budistas nombran con la palabra «ecuanimidad», una palabra que a mi juicio se queda corta para designar tal estado de conciencia, del mismo modo me parece insuficiente la palabra «eutimia» de Democrito. Hay que encontrar pues una palabra para designar este estado de conciencia que se caracteriza por la imparcialidad, serenidad, lucidez pero también por la plenitud y la sabiduría. Ese estado donde los contrarios han sido barridos y reina la paradoja sin contrasentido.

Pero sólo se trata de un desplazamiento de lugar: para el budismo ese lugar que el alma recorre mientras alcanza el codiciado nirvana no es otra cosa sino este mundo terrenal donde uno regresa una y otra vez hasta conseguir purgar todas sus culpas anteriores y termina por purificarse a través de la repetición de vidas intrascendentes, quizá vidas animales y asi siguiendo una escalera de logros hasta el final con sus consiguientes flujos y reflujos.

Un final que para el budismo es aquella muerte verdadera que sólo se alcanza con la purificación total. Hay otra novedad importante en el budismo si la comparámos con nuestras conocidas religiones mediterráneas que aspiran a la resurreción, a una vida eterna de contemplación o placer: morirse – y no resucitar- es el proposito yóguico, morirse del todo, pues la cesación del dolor y el sufrimiento solo acaecerá a través de la muerte total, la aniquilación verdadera, porque las otras muertes no son sino muertes de mentira, un poco como muertes de reciclaje, de manera que aunque contiene ciertas novedades, el budismo nos condena a vivir muchas vidas mientras nuestra alma vaga por ahi de meritoria.

Es un poco la misma idea del purgatorio cristiano: es éste un lugar de purgación, es decir un equivalente a la reencarnación búdica pero en un lugar distinto a esta tierra. Pero el objetivo del alma cristiana no es morirse del todo sino renacer en otro lugar, los cristianos aspiran a la inmortalidad mientras los budistas aspiran a morirse. Llama la atención como se imaginaron las recompensas unos y otros.

Aspiren a lo que aspiren lo cierto es que budistas y cristianos compartirán un mismo lugar después de muertos sea el limbo u otro lugar: eso que Shopenhauer llamaba la nada como buen metafísico que era y que ahora- según dicen los físicos- no es mas que una falacia cuando se usa con intención científica, es decir con intención explicativa de la cosmogénesis.

Una falacia reificadora es un tipo frecuente de falacias en nuestro mundo editorial postmoderno, significa el utilizar un término que tiene sentido en un esquema metafisico y trasladarlo a otro sistema de pensamiento donde se le atribuye la misma significación o bien atribuir existencia real a una abstracción. «Nada» para un físico no significa nada, pero en el lenguaje coloquial todos entendemos que «nada» es la ausencia de materia, de entidad en un determinado espacio cerrado. La nada es pues un concepto teológico o metafísico, los científicos cuando apelan a la nada simplemente están haciendo terrorismo intelectual. El concepto de nada anterior al Big Bang no puede explicar la creación del universo porque de la nada no puede emerger nada.

Así y todo los matemáticos han echado mano de un concepto paralelo al concepto de nada, primero inventando el cero, un gran invento para hacer cuentas, y luego inventando el conjunto vacío [ ]. El cero no es equivalente al concepto de vacío pero se le parece mucho al menos en cuanto a su valor numeral.

Por lo que dicen los fisicos, el vacío-vacío tampoco existe: ellos llaman pues vacío a ese espacio que hay entre el núcleo de un átomo y un electrón o entre un planeta y una estrella y que se define como un espacio que contiene bajas cantidades de energía, deberíamos pues hablar de un quasi-vacío pero no de un vacío absoluto. Este termino de vacío tiene validez tanto en física como en psicología.

En otro orden de cosas significa que el concepto de vacío no tiene nada que ver con el concepto de la nada de Shopenhauer, antes al contrario la fisica parece haber demostrado que la nada es más bien una abstracción y no una propiedad de la materia real. Todo este galimatías tiene una importancia trascendental porque los fisicos se han metido en terrenos pantanosos donde antes la religión y la teología campaban por sus respetos, ellos se han encontrado con la siguiente paradoja.

Si sostenemos que antes del Big bang habia un casi-vacio , un vacio cuántico que se desorganizó, la pregunta que se plantea es ésta ¿desde qué lugar, desde qué orden se desorganizó? ¿Puede un vacío generarse a si mismo y descomprimir el mundo a través de una gran explosión desde dentro de la nada?. Si aceptamos la hipótesis de un Creador, no hay más remedio que cuestionarse quien creó a ese creador, es decir qué sucedió inmediatamente antes de esa desorganización explosiva del universo. La paradoja del vacío que se vacía a si mismo puede ser extendida hasta el infinito, pero no termina de resolver el problema cuyas conclusiones son paradójicas a veces e irracionales otras, sobre todo si nos imaginamos -como parece ser que imaginamos- un espacio-tiempo finito con principio y fin.

Pero otros autores como Stephen Hawking niegan la mayor y propone una vuelta de tuerca: el universo se expande desde aquel momento de la explosión pero antes de ese momento las leyes de la física que hoy conocemos y damos por buenas no se cumplían. Propone entonces dos escenarios para entender el mundo, uno sería como se expandió después del big bang, el universo cognoscible que poco a poco atrapamos con la Física y otro aquel universo embrionario en el que se gestó la explosión. Hasta donde yo entiendo significa que las leyes de la cuántica regirían en aquel momento del antes de, y las leyes de la gravedad einsteniana regirían la posterior expansión.

Lo cierto es que un espacio-tiempo finito, un universo sin bordes, curvo y en continua expansión es una idea que desafíaria incluso al mismo Shopenhauer si viviera. Una idea muy cercana a la metafísica, algo paradójico.

Es verdad que algunas paradojas son muy bellas cuando son hechas poesía como en este blog: crear un mundo inexistente a través de la propia inexistencia es una frase borgiana y onírica de amplias resonancias psicológicas pero insondable para la física: no es de extrañar que así sea pues la mente humana está instalada en esa eterna disociación entre realidad y respresentación y cuenta además -al decir de Shopenhauer- de un tertium inter pares, un ayudante de mucho peso en esta búsqueda de respuestas: el cuerpo donde reside la voluntad y aquella maldita manía de reproducirse. Así para Shopenhauer el mundo es voluntad y representación, no podemos conocer en profundidad la cosa en Sí kantiana, pero gracias a esos mensajes que el cuerpo nos manda (incluyendo el inconsciente freudiano) podemos acercarnos algo a esa cosa en Si, al Noumeno.

Y otro gran hallazgo, no hay cuerpo, ni representación ni voluntad sin ser. Por lo tanto toda la realidad tanto si es cosa en Si como si es representación forma parte de la voluntad del ser de manifestarse.

La paradoja viene ahora: si el concepto de nada no es más que una idea abstracta, si el concepto fisico de vacío es imposible en su versión absoluta, si no son más que noumenos que no podemos llegar a conocer ¿por qué los seres humanos tenemos una experiencia sensible de vacio, por qué tenemos esa experiencia fenoménica, incrustada en el cuerpo y que llamamos angustia?.

Angustia por nada.

O dicho de otra forma ¿por qué nuestro cuerpo se empeña en mandarnos mensajes de vacío angustioso, sin ningún motivo aparente si después de todo la nada no existe y el vacío es imposible?

Esta es la pregunta que Freud -inspirado por Shopenhauer- intentó responder desde su teoría de ese más allá que llamamos inconsciente ese noumeno desconocido e incognoscible del que sólo tenemos noticia por sus efectos sobre la conciencia y del que no tenemos experiencia sensible. En la teoria freudiana Noumeno e inconsciente serian la misma cosa. Una nada creadora que puede explotar, expandirse y que usualmente se comporta como la barrera hematoencefalica, sus contenidos pugnan y compiten por emerger como aquellos hilos o burbujas de los que el mismo Shopenhauer habló y que le valieron a Freud como idea de partida para teorizar acerca de la asociación libre y los enlaces mnésticos entre las ideas y representaciones mentales.

Si yo fuera Wilhelm Reich terminaría este post diciendo que antes del big bang lo que había era libido, pero que siempre existió, energía sexual: una pulsión primitiva que une a los elementos, una energia que es caótica y trascendente, que une y desune, que fragmenta y fusiona.

Pero como no lo soy pensaré en aquella celebre frase de David Bohm cuando afirmaba que la física y la psicología terminarán por ocuparse de los mismos fenómenos.

Cuando se descubran esos hilos que hacen de puente entre lo diminuto y lo gigantesco, entre lo psicológico y lo físico. Entre la angustia y la nada.