Hubo un tiempo en que la catalanidad fue una idea simpática, lo mismo nos sucedia con la euskauldunidad a pesar de que ETA ya había empezado a hacer de las suyas antes de la democracia, claro que nadie en aquella época podía suponer que aquellas barbas polimilitares y aquellos progres tan admirados y simpáticos iban a convertirse al PSOE o mejor dicho: nunca pudimos suponer que el PSOE fuera a barrer con toda la izquierda que no era felipista. Nos equivocamos y por eso ya nadie sabe quien es Juan Genovés aunque es seguro que a todo el mundo le sonará la imagen que preside este post: una imagen que se llamó «El abrazo» y que constituyó un icono de la reconciliación nacional en la llegada de la «Transición».
Pocos son los que recuerdan a Andreu Alfaro, otro valenciano universal que hizo guiños a aquella vieja utopía del paisos catalans, una utopía en la que sólo creyeron los progres a espaldas de lo que sentía el pueblo llano, una utopía-fetiche en la que aun creen y predican algunos nostálgicos ilustrados. En los años sesenta no había ningún hogar progre que no tuviera entre sus adornos preferidos esta obra de Alfaro titulada «Catalan power«, una escultura que simboliza las cuatro barras catalanas sobre fondo de oro: «quatre rius de sang» y cuatro rombos, esas formas geométricas que tanto aparecen en la obra de Alfaro y de todos los jaquecosos -al decir de Oliver Sacks– y que hoy preside la entrada del IVAM, pues al arte saltó las tapias de los museos y se hizo de la calle.
En realidad Valencia ha provisto de buenos artistas a eso que en otro tiempo se llamó catalanidad, baste con rescordar a algunos precursores como Josep Renau que en otro contexto se especializó en cartelería publicitaria para otra idea perdedora: la república española y su defensa icónica. Asi es como imaginaba Renau a la juventud: una fuerza impulsora del progreso. En eso también se equivocó el ilustre valenciano.
Esta web posee una buena colección de cartelería de guerra.
Nadie podia imaginar entonces que los iconos se constituirían por si mismos en objetos-fetiche que operarían más allá de aquello que publicitaban y que un impuesto especial llamado «canon digital» protegeria los derechos de autor de unas copias que no valen nada en si mismas sino que en todo caso evocan algo que sólo puede pagarse una vez.
Lo que hace irreconocible al arte de la publicidad y mucho más cuanto que los museos de arte moderno se parecen cada vez más a una tienda de pichiguilis o de souvenirs que al arte propiamente dicho, claro que si el arte es una fotografia de un tiempo concreto el arte que en esos museos se expone es precisamente eso, una radiografia de lo efímero, de lo consumible y de lo banal-serial, pero digo yo que no hay que pagar por eso, ni canones, ni impuestos revolucionarios: eso dice Naomi Klein en ese libro icono contra los iconos que se titula Nologo. Una manera de admitir que más allá del icono ya no hay nada más que el propio icono y que del mismo modo que los lácteos le han ganado la batalla alimentaria a la fruta, las imágenes le han ganado la batalla a las palabras, y la pornografia o el sexo adictivo al amor de toda la vida.
La vida se convierte asi en una playa de vacaciones y el disfraz en un uniforme de trabajo: