Ahora que están cerca las vacaciones navideñas conviene estar al tanto de ese regalo impersonal y socorrido que es el frasco de perfume, ese intangible de olor.
Y conviene entonces recordar a Lao tsé y a su obra maestra «El camino del tao», pues ningún regalo navideño está tan cerca del taoismo como el perfume. Conviene recordar que:
El tao que puede nombrarse no es el tao verdadero.
Y si es asi, entonces todos los perfumes son o están en el Tao pues ninguno tiene nombre aunque casi todos tengan marca y será por eso que las marcas y los logos vienen a sustituir esa ausencia de ser que es el Tao de Lao Tsé o el noumeno de Kant que es la misma cosa aunque con una diferencia de 3000 años más o menos.
Tenemos cinco etiquetas para nombrar los sabores (ácido, dulce, salado, amargo y picante) pero no tenemos ningun sustantivo para nombrar los olores. Nos hemos de conformar con clasificar los aromas en agradables o desagradables, a los primeros les compramos y a los segundos los evitamos, pero como carecemos de un lenguaje apropiado para manejarnos en ese universo del olor lo que hacemos es usar comparaciones con otras cosas, aromas frutales por ejemplo muy alejados de esa propiedad fenoménica que no podemos atrapar. Y será por eso que al no poderlos nombrar los metemos en botellines y los compramos guiándonos solo por la marca y si es posible el más caro, será porque ese es el mejor, hablo naturalmente de Chanel.
Lo que está claro es que los excesos aturden y será por eso que Marilyn aquel icono sexual de los sesenta recomendaba a las mujeres dormir siempre desnudas y con una gotita de Chanel, pues al parecer todo exceso del olor viene a transformar un aroma agradable en un efluvio pestilente, hay algo homeopático en el olor, algo que funciona más acá de la dosis, algo que es en esencia una esencia. Algo que no saben ni los pobres ni los horteras que siempre dejan el ascensor atestado de ferormonas enfrascadas.
Patrick Suskind escribio sobre este asunto, sobre el asunto de Jean Grenouille en su novela «El perfume» Jean era un paria, un ser abandonado que nació en un mercado de pescado entre sardinas y morralla y que se crió a golpes y en ausencia de un olor corporal propio. A cambio de este desajuste olfativo su percepción de los olores ajenos va más allá de lo normal. Jean es capaz de adivinar a kilometros a cualquiera como un perro de presa, una compensación metafórica de su privación para el amor. Su codicia olfativa le lleva a perseguir los olores ajenos con el fin de coleccionar la esencia de los seres a los que ama o desea. Grenouille colecciona los olores de las mujeres que le atraen como un psicópata serial que además de eso es un maestro perfumista. Al final consigue reclutar para si todos los olores que precisa para dotar a su persona de una atracción irresistible. Sólo desparramando tanto estrógeno acumulado Grenouille se asegura el amor y la devoción de todo el orbe, asi consigue escapar de la pena capital que le es impuesta por sus perseguidores.
Pero al fin y al cabo conseguir ser amado -por delegación de los olores ajenos- no le asegura a Grenouille ser amado de verdad por su propio olor del que sigue careciendo. Esa es su tragedia y por eso termina por buscarse a si mismo donde nació, alli en el mercado del pescado poblado de indigentes y de otros parias como él, personas que nunca fueron amadas y que no contienen por tanto en si ese germen necesario para poder amar. Grenouille en un último acto heroico vertirá sobre si todo el contenido del perfume atrayéndose a la multitud enloquecida, enfebrecida por el aroma irresistible del paria.
Y por eso le devoran.
En el único acto de amor que pudieron vivir.