Freud y Freud

Sigmund Freud estaba persuadido de que el hallazgo fundamental del inconsciente y sus leyes le situarían al lado de Copernico y de Darwin. Si se levantara de su tumba y viera que su obra ha tenido más influencia cultural que científica su decepción seria tal que volvería a fumar. Ya intuía el que el psicoanálisis nunca podría competir con la religión pero lo que no podía ni pensar era que la ciencia terminaría convirtiéndose en la religión del siglo XXI, que los Hospitales serían las catedrales del porvenir y que los discursos asistenciales silenciarían a los discursos de la liberación o que la impunidad terminaría imponiéndose a la responsabilidad individual.

Su sorpresa sería aun mayor cuando observara que su influencia se dejaría notar en el arte del siglo XX, en el cine, la pintura, la novela, la poesía, el teatro y hasta en el humor pero no terminaría de entender la manía de la ciencia por ningunear los hallazgos de su genio, que si bien es cierto confrontaban al hombre con su verdad esencial, no es menos cierto que -de eso en teoría se ocupa la ciencia- pero Freud no podía intuir que a la ciencia lo que le interesa es sobre todo lo mismo que le interesa al capital: aquello que es negocio y con esa parte de la verdad trafica.

¿Qué negocio puede haber en la palabra?

Así lo entienden aquellos que de negocios saben: una imagen vale más que cien palabras suelen decir, y es por eso que la imagen se impone sobre la palabra. El problema es que la imagen no lleva letra y discurre por tanto en el plano de lo imaginario, aquel lugar donde todo lo que sucede está condenado a la repetición.

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Mirar no es saber, sino una pulsión parcial, escoptofilica que tiene mucho que ver con el deseo de transformarse , de identificarse, confundirse, refundirse o poseer al otro, algo que sólo puede suceder en la mirada -en la pulsión- y no en la letra, puesto que lo que está escrito discurre en la autopista de lo simbólico y está destinado a deslizarse, a saltar de significado en significado, a patinar encadenándose unos significantes con otros constituyendo campos semánticos, campos plantados de arbolillos que llamaremos para entendernos «caminos de sentido», y a eso tiende precisamente el hombre: a la máxima relevancia conceptual, a la extracción del mayor sentido posible aun vaciando de sentido todo su campo de observación.

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Por eso la imagen nos aliena y por eso la palabra nos libera a sabiendas de que no todo puede ser dicho. Por eso el arte viene a neutralizar en cierto modo a ese exceso de imágenes que nos pueblan desde la publicidad y que erosiona nuestro poder creativo, nuestra imaginería individual y al mismo tiempo viene a prestar argumentos para lo inefable.

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Lucian Freud, es un pintor surealista que no tuvo un totém fácil con el que compararse, siendo como es nieto de Herr Profesor, se decantó por el arte como ese otro instrumento para acceder a la verdad esencial, al saber oculto que se encuentra en todos y cada uno de nosotros. Un cuadro no es solamente una imagen es sobre todo una palabra que no puede decirse de otra manera.

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