Imaginario e imagen son dos conceptos en continua tensión, lo imaginario en el hombre es una protección espectral frente a lo real, dicho de otra manera: lo imaginario nos permite distanciarnos y amortiguar a lo real -la causalidad lineal- y compensar nuetras frustraciones aunque siempre lo hace debilitando en cierta manera el sentido de la realidad. Se trata – lo imaginario- de un registro insensato y libertario pero delicado y vulnerable pues se halla sujeto tanto a los vaivenes de lo real como a los tironeos de lo simbólico, así simbolico, imaginario y real se encuentran anudados tal y como se explicita en el nudo borromeo. Un saco solo está bien atado si lleva un nudo, de otro modo el saco puede quedar vacio cuando es transportado de un lugar a otro y eso sucede cuando los tres registros no llevan el nudo que les hace permanecer juntos y permite además el correcto deslizamiento de la cadena del lenguaje.
En esta figura podemos apreciar tal y como Lacan teorizó los desencuentros entre lo imaginario $—–SI y lo simbólico explicitado por el espejo plano A.
Hay un espejo cóncavo xy (la corteza visual occipital), unos bordes externos xý´, hay un observador que se encuentra por encima de la concavidad que es la que provoca la ilusión de que el jarrón invertido se vea a través del espejo en la situación correcta: la imagen del jarrón es virtual después de haber pasado por el filtro del espejo que es el Otro según Lacan desde donde se expresa la noción del Yo. El Yo nace pues de una ilusión, de ser reflejado a través del otro, es decir de la madre, un descubrimiento jubiloso del niño que pretende siempre atraparse en el espejo cuando se descubre reflejado en él. Pero el cuerpo, en realidad permanece oculto i (a) en su caja C y aunque es real sólo podemos acceder a él a través de un vínculo virtual (el espejo A) que inevitablemente nos dará una imagen proyectada e invertida i´(a)
Por otra parte si el espectador se situa en la posición $ (fuera de la ilusión de la concavidad) sólo podrá establecer un relación imaginaria consigo mismo dado que la posición que ocupa es ideal por estar fuera del discurso del otro A. Significa que lo humano está cosido de tal forma que lo ideal $ está en un continuo forcejeo con lo simbólico que procede del espejo y que lo imaginario frecuentemente está por afuera del discurso del lenguaje.
Todo es pues un problema de ubicación, depende desde donde miremos, depende desde donde observemos veremos el eje imaginario $—-SI donde todo es posible y está sujeto a las leyes del deseo o veremos la ilusión del jarrón -virtual- pues sabemos que el verdadero jarrón es inaccesible.
Para saber más sobre la noción lacaniana del estadio del espejo
Es inutil pues buscar el jarrón en el espacio i´(a) porque el verdadero jarrón está alli donde nadie lo podrá encontrar -escondido en una caja- en C, lo que dota a la escena de continuidad son las flores que están en un caso erectas sin el jarrón y en el otro -en la imagen- parecen estar donde deben: dentro del jarrón. Eso sucede precisamente en «La carta robada«, un cuento de Edgar Allan Poe donde se explicita esta dimensión oculta entre lo simbólico (qué dice la carta) y los progresivos deslizamientos y errores en su búsqueda, al final la carta está donde nadie la buscaría: en el escritorio y desde allí y por error la carta es enviada de nuevo al remitente, pues esa es la función de la carta, circular, y una carta con sello y arrojada a un buzón tiene muchas probabilidades de terminar en manos de aquel a quien va dirigida.
El bosque es el mejor lugar donde ocultar una hoja, y un buzón de correos es el mejor lugar para esconder una carta sabiendo que la carta acabará retornando al lugar donde se la envió y desde dónde -por error- se la dirigió.