Decia Pasolini que el verdadero fascismo hoy ya no viene representado por los curas y los militares sino por la televisión y el consumo.
Yo no sé si es un exceso verbal de Pasolini – un personaje siempre excesivo-porque la palabra fascismo es -de tan utilizada- algo hueco, vacio y anacrónico y como tal una falacia que se puede utilizar tanto para una cosa como su contraria. Pero lo que si es cierto es que el peligro que un dia representaron los totalitarismos disfrazados de sotana y de caqui, han sido -al menos en las sociedades opulentas- desplazados detrás de la tarima del pasado. Han quedado atrás y han sido suplantados por otras lacras, otros peligros y otras alarmas que deben ocupar al ciudadano despierto. Uno de esos peligros lo tenemos en casa y se llama televisión.
Si el sueño de un alcalde es hacer recalificaciones y campos de golf, el sueño de un productor televisivo sería poder filmar los coitos de personas conocidas y hacer autopsias de cadáveres recien muertos , esos que son noticia dia a dia. Lo que daría un productor televisivo por poder dar la autopsia en directo de Diana de Gales. Lo peor sin embargo no es ese deseo del productor comprensible en un mundo habitado por depredadores y que carece de moral, lo peor, y la demostración de que estaría en lo cierto es que esos programas tendrian niveles superlativos de audiencia. Dicho de otro modo: que si bien es cierto que la sociedad está pervertida por «el morbo de real» a falta de otro interés sobre si mismos, la televisión es el medio más perverso de transformación de conciencias y de vicios de los que contamos en la actualidad. Asi se entiende la proliferación de «realitys», «talk shows» y «espacios denuncia» o simples espacios de chismografia los más benignos de entre todos.
Quiz show (El dilema) es una pelicula que pretende ser una denuncia sobre la corrupción televisiva, en este caso se trata de un concurso amañado donde un concursante concreto se convierte en una especie de estrella mediática. La intención de la producción del programa es que continue concursando llegando a «cantarle» las preguntas para que el citado concursante siga en el programa, lo que al parecer atrae a la audiencia a ese canal. El abogado que investiga la trama al final consigue su propósito y el concursante se arrepiente de su deshonestidad mientras el productor queda arruinado en su honorabilidad.
No hay que llevarse a engaño, «Quiz show» es otro producto que tiene como principal propósito vender copias de si misma. Y la denuncia del sistema pertenece al mismo sistema. Dicho en otras palabras, en un sistema como el nuestro, industrial-competitivo, la critica no debilita al sistema ni lo cambia sino que lo fortalece.
Algo así sucede en la novela de Amelie Nothomb, «Acido sulfúrico» . Nothomb no es Kafka, ni Borges, ni Auster y sin embargo tiene un poco de todos ellos. Fascinada por los personajes fronterizos, al borde de allá de la fealdad, de la desgracia o de la privación, Nothomb reconstruye en sus novelas a unos personajes hiperbólicos exgeradamente feos, insoportables o narcisistas que tiñen sus relatos de una mordacidad y un sentido del humor trágico que se correponde quizá con su peripecia vital, Nothomb escribe casi siempre de si misma y de sus fantasmas, como en «Higiene del asesino, «La metafisica de los tubos» (su novela más autobiográfica) o «Atentado».
En «acido sulfúrico» vuelve sobre un tema ya tratado en otras peliculas y novelas, un concurso televisivo interactivo que discurre en un campo de concentración virtual. Los actores en este caso no son voluntarios como en el experimento Stanford sino que son directamente raptados de la calle y trasladados a cautividad. Allí y según los estandares de este tipo de relatos los reclusos son divididos en «capos» y prisioneros. La novedad de la novela de Nothomb con respecto a «El experimento» es que aqui es el público quien decide a quien se lleva a la camara de gas y quien se salva semana a semana. Lo realmente interesante de la propuesta de Nothomb es que la dignidad de la protagonista -que al parecer es la única que no se ha plegado de forma obediente a los planes de los productores y capos- es que se enfrenta a una nueva paradoja: cada uno de sus desplantes le conlleva un castigo y a mermar sus posibilidades de supervivencia en aquella especie de Mathhausen pero aumenta en proporción geométrica la adhesión de los telespectadores al programa. Dicho de otra forma, la dignidad y la resistencia de la protagonista no es sino un nuevo argumento para aumentar las cuotas de share.
En un mundo presidido por la televisión quedán pocas oportunidades para la esperanza porque las reglas del espectáculo parecen regirse por el principio de Gödel y no hay manera de escapar de la influencia de esa mirada fría y aparentemente neutral que es la cámara. O aun peor: de la opinión nefasta y cruel de la mayoria, algo que pone en entredicho la propia esencia de la democracia.
Efectivamente, un ciudadano capturado por las imágenes no puede ejercer su voto democráticamente porque es prisionero de un totalitarismo peor que aquel que es visible y contra el que al menos se puede reaccionar.
Pero el poder un dia descubrió (Fidel Castro aun no) que la mejor manera de manejar las masas no es a través de la prohibición sino a través de la participación.
¡Danzad, danzad malditos!
Pero no os olvideis de consumir.