Lo genuino y lo falso

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En este cuadro de Magritte podemos seguir la idea esencial: la representación que nuestro cerebro percibe no es la realidad sino una simulación de la misma. Efectivamente «esto no es una pipa, es la fotografia de una pipa».

El arte es precisamente eso, una simulación de la realidad, en su origen esa era la pretensión del arte, representar la realidad -casi siempre amenazante, o al menos inabarcable- a efectos de poder controlarla, exorcizarla, poseerla.

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Pero a mediados del siglo pasado el arte cambió de objetivo, ya no se trataba de apropiarse de la realidad sino de ir más allá, creando una nueva realidad a partir del mundo interior del artista, el expresionismo, el surrealismo y el arte abstracto son ejemplos de la liberación de la representación del objeto que se trataba -de cualquier forma- de apresar desde más allá de sí mismo fundiendo lo real con la mirada del artista, la figuración había muerto y con ella la idea de que el arte es un remedo, una copia lo más perfecta posible de la realidad. Esta innovación generó muchos problemas académicos pues una vez liberado el arte de su objeto, la siguiente pregunta que se nos plantea es ésta. ¿qué es arte y para qué sirve?

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La siguiente vuelta de tuerca vino de manos de otra gran innovación técnica: la fotografía. La fotografía terminó con otro de los paradigmas del arte, el de ser algo único, irrepetible, a partir de ese momento el arte se transformó en algo reproducible hasta el infinito, multiplicando las series, copias del objeto original y transformando el sentimiento de lo único en una serie de objetos iguales a si mismos. A cambio de esto la fotografía aportó algo nuevo: la posibilidad de intrusión, de apresar un momento irrepetible sin contar con la complicidad del modelo que pasaba de este modo a constituirse en algo accesorio.

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El golpe final lo dio la fotocopiadora, el ultimo invento relacionado con esta posibilidad es el arte digital, la reprografia y la digitalización y con ello el retoque, un filón para la publicidad.

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Pero sin duda ha sido la televisión la tecnología mas potente de todas las que -en los humanos- han inscrito su impronta destinada a descalabrar nuestro principio de realidad. Antes de la televisión el arte se circunscribió al limitado ámbito de lo artístico, la simulación era conocida y no comprometía la prueba de la realidad: cualquier espectador sabía cuales eran las reglas del juego cuando iba al teatro o al cine, sabía que nada de lo que allí sucedía era «de verdad», pero el telespectador ya no conoce las reglas que gobiernan el juego de la televisión que poco a poco modifica su principio de realidad: el resultado es que ha sido sin duda socavado por la hegemonía de la imagen sobre las ideas.

Por eso el enemigo a controlar es la televisión y sobre todo esos programas que conocemos con el nombre de «reality shows», los mas parecidos a una hiperrrealidad creada y controlada por un poder económico que sólo pretende ganar cuota de pantalla al coste de vender la intimidad ajena explotando eso que ha venido en llamarse, el morbo por lo real.

El «show de Truman» es una pelicula sobre la televisión, sobre ese riesgo real que ha generado la televisión interactiva, es decir la posibilidad del espectador de influir en el resultado final de un drama televisado con su voto o su adhesión. El espectador acaba distánciándose de lo real y adhiriéndose a lo falso, puesto que su cerebro es incapaz de discriminar la realidad de la simulación.

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Toda simulación es verdadera (Eclesiastés) . Lo que es lo mismo que decir que nuestro cerebro procesa del mismo modo lo real y lo simulado.

La vida de Truman es falsa, pero este no es el problema de fondo, sino la imposibilidad de vivir una vida indeterminada que es el principio sobre el que se asienta la libertad verdadera, no esa especie de ficción libertaria -escuadriñar lo ajeno- en la que parecen creer nuestros conciudadanos. Libertad es elegir bifurcaciones, asumir los riesgos derivados de las mismas y tener el derecho a equivocarse. Nada de eso le puede suceder a Truman cuya vida está controlada en un estudio de televisión y cuyos productores pretenden transmitir la idea de una vida plácida, amable y feliz – el sueño americano- interviniendo en esa realidad cada vez que existe el peligro de que la historia derive a través de senderos imprevisibles, eso parece suceder cuando Truman se enamora. No hay bifurcación más indecible como el amor, los productores tratan por todos los medios de intervenir en este suceso modificando sustancialmente las circunstancias de la serie. Socavando y pervirtiendo la libertad del personaje central que queda a merced de sus «inventores». Naturalmente Truman tiene la sensación de que esta viviendo un complot, sospecha, tiene indicios, su vida transcurre en una atmósfera de siniestra irrealidad, enloquecedora en sí misma, se vuelve paranoico. Le vuelven paranoico, puesto que la realidad que Truman percibe está trucada de antemano por ese «Hacedor» omnipotente que es el propio show y donde el espectáculo fundamental es esa vida estúpida y feliz del propio Truman.

La televisión genera hiperrealidades peligrosas sobre todo cuando no sabemos o podemos discriminar lo genuino de lo falso. Como aqui abajo.

¿Casa en obras o edificio terminado?

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