¿Escultura o tanatología?

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Gunther Von Hagens es un médico que pasará sin duda a la historia del arte, más dificil es que pase a la historia de la medicina, y lo hará por sus esculturas realizadas con cadáveres. Cadáveres de verdad a los que somete a una técnica descubierta por él llamada plastinación. Naturalmente sus exposiciones van seguidas tanto de un morboso escándalo (que hace que el público acuda puntualmente a cada una de sus citas) como de la pregunta académica pertinente, ¿es ésto arte?

He rescatado este documento donde algunas personas opinan -sin saber qué hacer- y eluden la pregunta esencial. Así que daré mi opinión: si el arte es todo aquello que intenta saltar o borrar la realidad de la representación, si el arte es el deseo de ir más allá de lo figurativo, de la abstracción, entonces esto es arte, otra cosa es que este tipo de arte tenga algo que ver con la evolución espiritual de la humanidad o que plantee -como plantea- dilemas éticos o incluso legales- sobre el aprovechamiento de cadáveres que fueron personas de verdad y que en principio tienen derecho a descansar en paz durante la eternidad que les quede.

La pulsión artistica y la repulsión visceral han ido siempre de la mano y habría que decir que la función del artista es precisamente ésta: explorar nuevas subjetividades y si es necesario mostrar el horror en toda su crudeza, sin blanquear la realidad como hace la televisión. Si hay que provocar repugnancia es cierto que Von Haggens lo consigue, al mismo tiempo que rellenará sus bolsillos precisamente por el morbo de ver cadáveres en posiciones que no dudaría en llamar obscenas.

El gusto por lo siniestro, lo tétrico o lugubre, está y estará siempre presente en la hiperrealidad, la que explora lo ignoto. Pues esa es su función.

Lo malo es cuando la pornografía deja de representarse por artistas y la llevan a cabo los políticos. Ahí está el peligro y no en los museos.

La realidad ha sido desencarnada, viva el simulacro.

La exposición «Bodies» ha llegado a España 

La ópera, ese milagro

La música se acopla mal a las divisiones genéricas del arte, del mismo modo que sucede en poesia: es difícil forzar las categorías y adjudicar a un determinado estilo musical la etiqueta de «hiperrealista». De todos los géneros musicales, sin embargo, hay una excepción: la ópera, por ser el más visual de los géneros musicales puede acercarse a este concepto de hiperrealidad y más aún si tenemos en cuenta la estetica trasnochada que casi todas ellas proponen junto a libretos obsoletos que sólo pueden ser rescatados de la vulgaridad gracias a extraordinarias partituras que músicos como Wagner, Verdi, Monteverdi o Puccini compusieron para ella. Hay en la ópera una atmósfera caduca, casposa, cutre o kitch, tanto que el género -que ha evolucionado muy poco desde el siglo pasado- sobrevive hoy gracias a las aportaciones que les hicieron aquellos que creyeron en ella y que , por decirlo asi, se especializaron en este formato.

Un invento de Monteverdi que tuvo que ingeniarselas para inventar a su vez, la homofonia, es decir el acompañamiento musical para la voz, antes de él la acción dramática se explicaba mediante aburridos recitativos que indicaban por donde transcurría la acción, a partir del invento de Monteverdi, la narración pudo desplegarse en conjunto con la música, un invento que ha sobrevivido hasta nuestros dias, hoy toda la musica popular es homofónica, es decir una voz es acompañada por la música que le hace de soporte y de contrapunto narrativo. Sin embargo es muy poco probable que la música por si misma pueda evocar suprarealidades, la musica es demasiado abstracta y sólo la voz o los textos, la estética de la puesta en escena, los entornos ambientales o los libretos pueden ser considerados , en esencia hiperreales.

Pero la ópera es hiperreal en si misma, es el género de la hiperrealidad, porque en la vida real nada transcurre cantando, no oimos violines cuando nos enamoramos ni mascamos la tragedia con explosiones de metal cuando estamos aterrorizados. Todo en la ópera es hiperbólico , exagerado, dispuesto para la demostración, histriónico y ciertamente decadente, si a eso unimos los fuertes conflictos que libretos ingenuos tuvieron con la censura de la época, entenderemos la pulsión de los compositores por buscar en lo exótico una solución de compromiso para alejar los textos de la realidad-real de la Europa politica que tuvieron que sufrir.

He elegido esta aria de «Turandot» para ilustrar este fenómeno de opera-hiperrealidad. El entorno es adecuado, la Arena de Verona, los decorados de ciencia-ficción, más cercanos a «La guerra de las galaxias«, que a una ópera clásica. El argumento casi mitico transcurre en China, una princesa busca como en la Cenicienta a un principe -Calaf- encantado. Se divulga un decreto y el tenor canta el «Nessun dorma» en una especie de trance hipnótico. Las explosiones de sonido, fluctuaciones del ánimo, a las que Puccini era adicto, nos llevan de la mano a un trance suprareal, el final en fermata cerrada, es absolutamente sublime.