Mientras Napoleón III acometía la reforma urbanística de Paris, Van Gogh se apresuraba a capturar las ultimas imágenes de sus afueras. Casi simultáneamente nacía en Praga un judío que con el tiempo devendría un personaje sombrío, obsesionado por su padre, esquizoide y tuberculoso que cambiaría para siempre el panorama de la novela, Kafka introdujo al género -la novela- en la Modernidad al tiempo que inventaba un nuevo tipo de ficción que podemos llamar hiperrealismo literario.
Kafka supo percibir el absurdo que se deriva de las situaciones cotidianas, en «La Metamorfosis«, su novela más conocida, en la que su protagonista, Gregorio Samsa, se despierta un dia transformado en una especie de cucaracha. El problema que plantea esta transformación es sobre todo práctico, nada metafisico o ideológico, Gregorio tendrá que aprender de nuevo a andar, a desenvolverse en su habitación y en su nueva identidad. ¿Qué comen las cucarachas?
Kafka utiliza la metáfora de la transformación para hablar de otras cosas que por alegoría se le suceden, cualquier interpretación vale porque no hay interpretaciones falsas o verdaderas sino sólo interpretaciones eficaces o ineficaces. Pero ¿eficacia para qué? naturalmente para eludir una transformación en nosotros mismos que nos aisle de nuestro mundo interno, que nos separe de nuestra experiencia íntima de seres vivos y deseantes. Sólo sería eficaz una interpretación de la novela que pudiera eludir esa metamorfosis que acecha y más desde que la realidad ya no nos viene decodificada sólo por los sentidos sino que nos viene envuelta en el sutil celofán imaginario de los medios, de la televisión y los periódicos.
¿Como evitar transformarse en un insecto en un mundo decodificado por otros?
La narrativa de Kafka es espesa y al mismo tiempo plagada de paradojas y de situaciones absurdas que no por menos absurdas resultan ser de una anticipación de la realidad. En «El Proceso» por ejemplo un individuo es acusado de un crimen aunque nadie sabe por qué se le acusa y ni siquiera consigue averiguar de qué se le acusa. El futuro de terror que habrá de llegar a Europa parece delatar una cierta clarividencia en Kafka.
He elegido un corto texto sobre un extraño relato que se titula «El artista del hambre«, en él un individuo que es exhibido en una especie de espectáculo circense a causa de su delgadez es interrogado por un sesudo inspector que trata de averiguar las razones por las que el individuo dejó de comer. Este relato tiene interés añadido por dos razones, la primera razón es que de todos los comportamientos absurdos que los humanos hemos inventado y catalogado, la renuncia a alimentarse es una conducta incomprensible y aparentemente absurda, nuestras anoréxicas actuales son remedos postmodernos de «los artistas del hambre» que efectivamente existieron en Europa hasta bien entrado el siglo XIX y que fueron prohibidos, al fin, al finalizar el siglo.
Un día, un inspector reparó en la jaula y preguntó a los mozos por qué no aprovechaban aquella jaula tan buena en que únicamente había un podrido montón de paja. Nadie lo sabía hasta que por último, uno, al ver la tablilla del número de días se acordó del ayunador. Revolvieron con horcas la paja, y en medio de ella encontraron al ayunador.
– ¿Estás ayunando aún? – le inquirió el inspector -. ¿Cuando vas a terminar de una vez?
– Perdonadme todos -musitó el ayunador, pero solamente le entendió el inspector, que tenía el oído muy cerca de la reja.
– Por supuesto -contestó el inspector, poniéndose el índice en la sien, para indicar así al personal el estado mental del ayunador-, todos le disculpamos.
– Toda mi vida deseé que admirarais mi resistencia al hambre -dijo el artista del hambre.
– Y la admiramos -repúsole el inspector.
– Pero no tendrías por qué hacerlo – dijo el ayunador.
– Bien, de acuerdo, no lo admiraremos -repuso el inspector-; pero ¿por qué no hemos de hacerlo?
– Porque me es imprescindible ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.
– Eso es evidente -dijo el inspector-, pero ¿por qué no puedes evitarlo?
– Porque -dijo el artista del hambre, alzando un tanto la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no dejaran de oírse sus palabras, con los labios alargados como si fuera a dar un beso-, porque nunca encontré comida que me agradara. De lo contrario, créeme, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y los demás.
Kafka llama la atención sobre algo que creo importante ¿qué tiene de interesante el contemplar a una persona en inanición? Aqui está la clave, las victimas nos atraen, sentimos envidia de ellas, nos estimulan la codicia. Este morbo por lo real no hará sino crecer a medida en que van desdibujándose los limites entre la realidad y la pulsión interna, mientras va debilitándose lo simbólico, mientras ese alguien que gestiona la realidad explicitada nos enloquece más y más.
El deseo no es la necesidad, el placer no es la satisfacción.